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Cuando el viernes acabó la fiesta en Cadavedo, tocó sacar la escoba y barrer los restos de la celebración del Premio Pueblo Ejemplar de Asturias, que manchaban el suelo. La euforia dejó, como siempre, paso a la calma y, rápidamente, los vecinos retomaron la normalidad de su día a día en un pueblo de 435 habitantes este sábado. Un ejemplo de la rutina del lugar era ver a Eugenio Santiago a buen paso por los caminos, cargado de barras de pan bajo el brazo. Este vecino, albañil de profesión, llevaba la comida para alimentar a su caballo 'Copito', que lo esperaba pastando en una finca, ajeno a la buena nueva que cubría de algarabía el pueblo. «En mi casa siempre hubo ganado. Es una tradición y para mí es una manera de mantener las fincas», contaba Santiago.
Y, aunque el galardón fuera «una sorpresa muy agradable», no se pueden descuidar las tareas diarias. De ello era también consciente Luis Laca, quien, guadaña en mano, limpiaba su prau, con el orgullo de saberse un referente del Principado. «Cadavedo fue siempre importante en su entorno. Aquí es donde venía la gente de la zona a misa, al bar y, sobre todo, a la playa, que es muy buena y segura», señalaba. «Aunque Luarca sea la capital del concejo, Cadavedo siempre fue fundamental», proseguía.
El peso de esta localidad se debe, a buen seguro, a que es «un pueblo que vale la pena. Es muy acogedor y está siempre en calma», presumía Avelina Pérez, desde el interior de su casa. «El único problema que tenemos aquí es que llueve mucho y hay niebla, pero todo el mundo es bien recibido», prometía esta vecina, natal de Villademoros.
Da gusto sentir esos brazos abiertos que cada vez abarcan a más visitantes como Michel Gómez, quien veranea en este cámping desde hace dieciocho años. «En Cadavedo desconectas de la ciudad y es un pueblo que conserva totalmente el espíritu rústico», lo aplaudía. «Tiene mucho encanto y, además, es un sitio en el que la juventud está muy implicada», añadía con su perra 'Mica' en brazos.
Esa implicación es una consecuencia del amor que todos profesan a este pedazo de la tierrina. Alberto Fernández, uno de los encargados del espectacular hotel rural Casa Roja, es otro de los enamorados de este enclave. «Es un privilegio vivir en esta localidad», aseguraba. «Aunque yo haya crecido en Oviedo, me pasé todos los veranos aquí, y como en casa no se está en ningún sitio», proseguía.
Sus padres abrieron este alojamiento en el año 2007, con siete habitaciones y capacidad para veinticuatro personas, «y este ha sido uno de los mejores veranos de esos quince años», prometía Fernández, mientras ponía a punto una de las hortensias del jardín. «Vienen muchos peregrinos y turistas y supongo que, con el tirón del premio, vendrá aún más gente», deseaba.
Seguro que es así y ese incremento de visitantes lo notará también Carlos Coronas en Carnicería Coronas, situada en uno de los caminos de Cadavedo. Él heredó la tienda de sus padres y ahora tiene ya «siete empleados», algunos venidos de Cuenca y otros, de las cuencas. «Ahora hay mucha gente que tiene aquí su segunda vivienda y viene mucho turismo. En verano estamos a tope».
Es fácil corroborar sus palabras, porque, con echar un vistazo al pueblo, uno ya se da cuenta de que está repleto de peregrinos (venidos de casi cualquier rincón del mundo) y de turistas. Estos últimos se concentran, sobre todo, en el campo de La Garita, donde se levanta la ermita de La Regalina. Entre los que observan el paisaje desde allí se repite la emoción y, de hecho, una pareja de barceloneses aseguraba que nunca había visto nada parecido. «Estuvimos en Escocia y esto no tiene nada que envidiarle». Está claro que no, y eso es gracias a que sus vecinos han luchado mucho por mantener la esencia de estos caminos en calma, que van a dar a la mar, que les inyecta las ganas de vivir.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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