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En las palabras finales se escribe un nuevo principio: «Quedan convocados los Premios Princesa de Asturias 2025». Leonor pronunció esa frase que siempre se escucha tras el himno de Asturias y corroboró lo que su padre anunció en un discurso con sabor a despedida: que deja orgulloso el testigo de los galardones a los que ha asistido desde que tenía 13 años en manos de su hija. Incluso en el discurso de ella, más maduro, más firme, más comprometido, se advertía ya que con sus 18 años asume el liderazgo de los Premios ya sin la tutela paterna que hasta ahora la ha acompañado. Al cumplir don Felipe los 18 años, el rey emérito dejó de asistir a la ceremonia. Lo que pasará en 2025 en Oviedo es una incógnita.
Quedará de la ceremonia de ayer en el Campoamor esa emoción que se advirtió en el monarca al no glosar por vez primera a los galardonados y dejar que lo hiciera ella, pero las emociones fueron múltiples, la sensibilidad estuvo a flor de piel en 'Las pequeñas cosas' que, acompañado solo de una viola, cantó Joan Manuel Serrat, en el mensaje humanista de Marjane Satrapi, en la poesía salvadora a la que miró Ana Blandiana. Y otra emoción más: la de la esperanza, a esa apeló la Princesa parafraseando un verso de una canción de Joan Manuel Serrat. Es, dijo, esa emoción la contraria al «esceptimismo y al desámino» a las que conviene no agarrarse para encontrar «la grieta por donde entra la luz».
El público que abarrotaba el Teatro Campoamor, con la presencia de los ministros Ernest Urtasun, Diana Morant y Pilar Alegría, los presidente del Congreso y el Senado, Francina Armengol y Pedro Rollán, respectivamente, y los presidentes de Cataluña, Salvador Illa, y Andalucía, Juanma Moreno, vivió una ceremonia muy especial.
Los Premios Princesa de Asturias, en imágenes
J. C. Román y Álex Piña
J. C. Román y E. P.
El Rey abrió el acto y la Princesa lo cerró, con todo lo que eso encierra de cambio de ciclo. Pero, esas pocas y precisas palabras pautadas al margen, las primeras en llegar fueron las de la presidenta de la Fundación Princesa de Asturias, Ana Isabel Fernández, quien reiteró el objetivo conocido de «reconocer el legado intelectual y humanístico de brillantes personajes, reconocer los principios de cooperación y solidaridad, de trabajo por el bien común que se personifican en la obra de nuestros premiados». Lo hizo antes de que Ana Blandiana pronunciara en rumano su poético discurso, que acudió a la etimología griega de la palabra poesía que no significa otra cosa que construir. Es mucho decir, como lo es saber que puede ser salvación contra la soledad, la indiferencia, el exceso de materialismo y consumismo y la falta de espiritualidad y que ninguna máquina podrá nunca desvelar su misterio.
Un Ignatieff simpático y divertido desató en el público más de una sonrisa confesándose zorro más que erizo en su devenir como ser humano y plantear las dudas y una certeza absoluta: «Poder llamarnos libres y merecerlo realmente es el premio más importante de la vida», sostuvo.
Fue tras él cuando empezó el paseíllo de los galardonados rumbo a la mesa presidencial, donde la Princesa Leonor fue entregando uno a uno los diplomas. El de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Cooperación Internacional) fue recogido por su secretario general, Mariano Jabonero junto a Maria Isabel Pires Gomes Guerra, Alexander Chaverri Carvajal, Paulo Freire y Martín Lorenzo Demilio. Ana Blandiana (Letras)fue después, y tras ella, Daniel J. Drucker, Jeffrey M. Friedman, Jens Juul Holst y Svetlana Mojsov (Investigación Científica y Técnica); Carolina Marín (Deportes), Michael Ignatieff (Ciencias Sociales), Marjane Satrapi (Comunicación y Humanidades), Joan Manuel Serrat (Artes) y Magnum Photos (Concordia), con Cristina de Middel, su presidenta, y los expresidentes Thomas Dworzak y Olivia Arthur, que llevaron sus cámaras al escenario y, haciendo gala de lo que siempre ha sido la agencia, captaron la ceremonia desde una perspectiva inédita. Todos tuvieron sus aplausos y su momento, pero quizá en esta edición el público barrió para casa y aplaudió con mayor entusiasmo a los españoles, a una Carolina Marín muy emocionada, y un Joan Manuel Serrat que no dejaba de llevarse su recién recogido diploma al corazón.
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Susana D. Tejedor
El Comercio
Faltaba aún que hablara la historietista y cineasta francoiraní Marjane Satrapi, que leyó un precioso discurso: «Debiéramos enseñarles a nuestros hijos que el verdadero éxito radica ante todo en el humanismo», dijo. Clamó en pro de la empatía, por cuidarnos los unos a los otros y se ayudó de los versos del poeta iraní del siglo XIII Saadi para lanzar su mensaje más contundente: «Tú que eres indiferente al sufrimiento de los demás, no mereces llamarte humano».
Fue el turno de Serrat, que miró con otras palabras en idéntica dirección: «Creo en la tolerancia. Creo en el respeto al derecho ajeno y el diálogo como la única manera de resolver los asuntos justamente. Creo en la libertad, la justicia y la democracia. Valores que van de la mano o no van». Y cree, y eso no lo dijo, lo cantó con el acompañamiento de la violista Úrsula Amargós, en las pequeñas cosas. Y fue entonces cuando el público se puso en pie.
Leonor asumió el nunca sencillo reto de seguir a Serrat. Pero la Princesa que viene a Oviedo «a celebrar la mejor versión de la vida» y alentar el futuro mejor que los premiados proclaman desde sus diferentes ámbitos salió victoriosa del trance con su tren de la esperanza, al que animó a comprar billetes a todos los presentes. Esperanza es la poesía de Blandiana, «la búsqueda de un mundo más justo e integrador de Marjane Satrapi», «el desarrollo social a través de la educación la ciencia y la cultura» de la OEI, «la actitud ante la adversidad y el triunfo de Carolina Marín», «los valores compartidos y el reto de la convivencia» que proclama Ignatieff , el fotoperiodismo «veraz y audaz» de Magnum, la lucha contra la diabetes y la obesidad de los científicos y la apuesta por vivir de Serrat: «Pelea por lo que quieres y no desesperes si algo no anda bien». Esa es la máxima y el mínimo.
El Rey tomó la palabra y recordó esos 43 años transcurridos desde su primera vez en el Campoamor. Resumió en el concepto de la persona los méritos y la razón de las obras de los galardonados y pasó a hablar del hoy en guerra y con violaciones sistemáticas de los derechos humanos, «que nos obligan a una llamada incesante a la contención y a la humanidad; también a la denuncia y a hacer lo posible para que la paz y la seguridad vuelvan a ser compatibles y conducentes a la convivencia o al menos la coexistencia».
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