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M. F. ANTUÑA
Domingo, 17 de octubre 2021, 03:08
Es un clásico entre los clásicos, una referencia casi universal. 'El patito feo', el cuento de Hans Christian Andersen publicado por vez primera en 1843, acaba de tomar nuevos trazos de la mano de la Princesa de las Artes Marina Abramovic, que se ha encargado de ilustrar con sus dibujos a lápiz una hermosísima edición de Libros del Zorro Rojo con traducción del danés original de Daniel Sancosmed Masiá.
Nació el último patito precedido por sus hermosos hermanitos y cuando vio la luz se reveló enorme, soso y extraño. No imaginaba que acabaría siendo un cisne. Y algo parecido le pasó a ella, que pone sus líneas al servicio de la narración infantil y se refleja y se cuenta en ella.
«Me atraía mucho la idea de ilustrar 'El patito feo' (...). Tanto de niña como de adolescente, siempre me reconocí en ese cuento, porque yo también era un patito feo. Ya desde muy joven me costaba encajar», relata al final del volumen la artista serbia, que reconoce haberse sentido «fea, gorda y despreciada». No fue la suya una adolescencia ni fácil ni feliz. «Tenía las piernas flacas, calzaba zapatos ortopédicos y llevaba unas gafas espantosas», confiesa en el libro, y suma un corte de pelo por encima de las orejas recogido con horquillas y vestidos de lana gruesa. «Por si fuera poco, tenía el rostro aniñado y con un narizón en medio. Estaba convencida de ser la niña más fea de la escuela».
Pero llegó el arte, encontró en la perfomance su manera de expresión y el mundo cambió. «Conocí la belleza y la verdad a través de esta disciplina, aunque tuvo que pasar un tiempo para que el público lo entendiera. A diferencia del cisne del cuento, encontré mi identidad y mi fuerza antes de que los demás fueran conscientes de ellas».
Fue un patito listo que pronto advirtió dónde estaba su poder, quién era y qué quería ser. La determinación ha guiado los pasos de la artista que el próximo viernes recogerá de manos de la Princesa Leonor el Premio de las Artes en el Campoamor. «En cuanto me coloqué frente al público al comienzo de mi primera escenificación, experimenté una transformación plena, como si estuviera saliendo de un huevo que acabara de eclosionar», narra llevando su propia vida al terreno del relato. «Y, entonces -añade-, dejé de dudar de mí misma, de subestimarme, y me abracé a un yo más elevado».
Hay una metamorfosis cuando crea belleza para el público, cuando pone ante sus ojos el arte que le ha hecho célebre. «Durante mis perfomances, me siento bella, radiante y poderosa. Todo se hace posible y el mundo que me rodea se torna luminoso».
El final es feliz para todos: «Entonces, el patito extendió las alas, las batió con más fuerza que nunca, y se fue volando. Sin darse cuenta, llegó a un gran jardín de manzanos en flor». Olió las lilas y observó a los cisnes blancos y acabó por encontrar su lugar. «Ya no era una torpe ave gris, fea y desgarbada: era un cisne».
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