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AZAHARA VILLACORTA
Miércoles, 9 de junio 2021
Por construir «una obra personalísima generadora de un nuevo espacio de expresión que borra las fronteras entre la realidad y la ficción». Porque «sus libros ... contribuyen al desenmascaramiento de la condición humana y diseccionan la realidad de manera implacable». Por dibujar «un retrato incisivo de la sociedad actual» y ejercer «una notable influencia en la literatura de nuestro tiempo, además de mostrar un fuerte compromiso con la escritura como vocación inseparable de la propia vida».
Por todo eso, el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2021 acordó ayer conceder al escritor, guionista y realizador francés Emmanuel Carrère (63 años) un galardón que el maestro de la no-ficción, todo un especialista en saltar al vacío sin red para desnudar el lado más oscuro de la condición humana y de sí mismo a través de sus páginas descarnadas, agradeció con un mensaje:«Basta con echar un vistazo a los nombres de los jurados y de los galardonados, en todas las disciplinas, para sentirse profundamente honrado de pertenecer a esa lista. En lo que a mí respecta, me conmueve especialmente porque, aunque desgraciadamente no hablo español, me encanta la literatura española y he tenido la gran alegría estos últimos años de descubrir que de alguna manera era mutuo: el mundo hispánico es el que ha brindado la acogida más cálida a mis libros».
Un mensaje que incluía un agradecimiento especial a Anagrama, el sello encargado de publicar su obra en castellano y de auparle como uno de los escritores más influyentes del este siglo gracias a una escritura accesible pero de la que casi nadie sale indemne, porque utiliza un estilo casi periodístico –género que ha cultivado durante más de treinta años– y un tono que atrapa desde la primera página a la última mientras ahonda como pocos en el alma de personajes al límite.
Así lo hizo magistralmente en 'El adversario', su novela-reportaje sobre Jean-Claude Romand, el falso médico de la OMSque durante casi dos décadas llevó una doble vida y acabó matando a sus familiares (mujer, dos hijos y padres). Una obra que marcó un antes y un después en su vida y su carrera, porque lo llevaría a la primera persona, a convertirse en objeto de su propia escritura.
Nacido en París en 1957 en el seno de una familia burguesa e intelectual (es hijo de la historiadora Hélène Carrère, secretaria perpetua de la Academia francesa), Carrère se diplomó en el Instit Estudios Políticos, trabajó dos años en Indonesia como profesor de francés y debutó como crítico de cine en las revistas 'Positif' y 'Télérama'. Hasta que en 1982 publicó 'Werner Herzog', una monografía sobre el cineasta alemán, y un año después 'L'amie du jaguar', su primera novela, a la que siguieron ficciones convencionales como 'Bravura' o 'El bigote', que en 2005 adaptó al cine. Pero, sin duda, fue pionero y enseguida referente de lo que hoy llamamos no ficción, género confesional en el que avanzó con 'Una novela rusa' (2007) y 'De vidas ajenas' (2011).
Insistió en esa fusión que ahora se premia en 'Limónov' (2012), sobre la azarosa vida del escritor, disiente y mercenario ruso; en 'El Reino, (2015), narración autobiográfica que mezcla su relación con el catolicismo con un relato sobre el nacimiento del cristianismo; en 'Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K. Dick' (2007), biografía novelada de su admirado escritor de ciencia, y 'Yoga' (2020), su último título, en el que da cuenta de su divorcio y de su batalla contra los demonios de la depresión.
«Escribir es el centro de mi vida», reconocía ayer, sin embargo, en un encuentro telemático con periodistas en el que avanzó que ya está un poco cansado de eso que algunos llaman auto-ficción («es un término que no me gusta demasiado»)y que su próxima novela se alejará de ella. «Pero la realidad de mi vida está estrechamente vinculada con lo que cuento, aunque escriba ficción», matizaba, no obstante, quien defiende que «ese compromiso es uno de los requisitos para ser escritor». Ylo mismo ocurre con los personajes, el centro indiscutible de su trabajo, en los que siempre encuentra algo de sí mismo:«Me he dado cuenta de que, en los museos, lo que más me atrae son los retratos. Soy, ante todo, un retratista. Me interesan, sobre todo, los personajes». Ejes de una producción en la que el hilo conductor es «ser un poco más libre, más inteligente», y en el que los libros son el vehículo para llegar a ese propósito: «Comprender lo que me rodea y a mí mismo». Porque –explicó– «todos estamos dentro de una caja. La caja del determinismo social, cultural, intelectual... pero debemos intentar ver las cosas desde más arriba. To think out of the box».
Y, desde esa altura, Emmanuel Carrère ha elegido en ocasiones sacrificar su intimidad:«Está bien poder decir cosas que no son muy honorables sobre uno mismo si hay alguien que se siente reconfortado, que dice:'Ah, él también'».
Un viaje en el que, a pesar de explorar el lado oscuro de la vida a través de muchos sus personajes, ha descubierto que «la capacidad del ser humano de hacer el bien es mucho más prodigiosa que la de hacer el mal», que «el bien es más misterioso que el mal». Así que, parafraseando a Aldous Huxley, este amante de «la ciencia-ficción de los setenta y los ochenta, cuando era unan literatura muy vanguardista, no la de los unicornios y los elfos de ahora, nada de Tolkien», solo recomendó una cosa:«Intenta ser un poco más amable».
Él, sin duda, ayer tenía motivos para serlo, porque –dijo– «ganar el Premio Princesa de Asturias de las Letras compensa no tener el Goncourt», el gran galardón de las letras francesas, que, de momento, se le resiste.
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