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Leonardo Padura y John Banville junto a Socorro S. Lafuente, en el Auditorio de Oviedo.

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Leonardo Padura y John Banville junto a Socorro S. Lafuente, en el Auditorio de Oviedo. FOTOS: ÁLEX PIÑA

Banville y Padura, frente a frente: «Los novelistas escribimos en prosa, pero si lo hacemos bien somos poetas»

Los dos escritores protagonizan en Oviedo un encuentro con los lectores repleto de desacuerdos y humor

M. F. Antuña

Gijón

Sábado, 19 de octubre 2024, 02:00

Poco acuerdo hubo entre John Banville y Leonardo Padura, Premio Príncipe y Princesa de Asturias de las Letras 2014 y 2015 respectivamente, en el encuentro que mantuvieron con miembros de clubes de lectura vinculados a bibliotecas públicas de Asturias, Cantabria, Castilla y Léon y Castilla La Mancha. En un acto celebrado en el Auditorio de Oviedo y moderado por Socorro S. Lafuente, Banville estuvo cómico, desatado y dispuesto a ir a la contra de todo, y Padura, más serio, pero sin perder la coña cubana y con el humor también a flor de piel. «Si nos quedamos tres o cuatro horas más hablando aquí seguro que nos ponemos de acuerdo en todo», dijo para regocijo y carcajada del público al final. Pero sí hubo coincidencia total en que su misión es mirar al mundo y contar al ser humano. Eso es la literatura. «Al final, los novelistas escribimos en prosa, pero si lo hacemos bien somos poetas, lo que queremos transmitir es qué significa ser humano», afirmó Banville, y con otras palabras, Padura le ratificó: «Mirar al mundo y tratar de entenderlo es un ejercicio dificilísimo que tenemos que seguir haciendo».

Tuvo gracia de principio a fin ese encuentro con 1.300 personas de 72 clubes de lectura. Con problemas de sonido incluidos para aliñar más la sabrosa salsa. Y si Banville, o más bien su trasunto Benjamin Black, habló de su Quirke, un ser hecho exclusivamente de palabras y un invento como todos sus personajes, el Mario Conde de Padura sí tiene una especie de vida propia y toma para él «una dimensión casi humana». Y atención que Banville no descarta matarlo y Padura tiene claro que seguirá viviendo.

La relación que ambos establecen con la creación literaria es distinta. Banville mueve los hilos de sus historias sin dejarse llevar; a Padura sí se le rebelan sus criaturas. Aquí hubo risa prolongada porque el irlandés llegó a tildar de tonta esa actitud de dejar libres a los personajes y Padura le reconoció sin pestañear: «Pues yo debo ser un poco tonto, porque dejo a Mario Conde que haga lo que le dé la gana».

La cita con los lectores dejó otras perlas inolvidables. Banville entiende que el ser humano no quiere la libertad, que aspira a que le dicten lo que quiere hacer. Llegó a decir que cuando se fue de su pueblo rumbo a Dublín al final lo que buscaba era una cárcel más grande. Y quizá porque Padura ha vivido las restricciones del castrismo, su opinión es bien distinta: «Yo sí he sentido la necesidad del ejercicio de mi libre albedrío», confesó.

Banville apeló al niño que nunca ha dejado de ser para justificar su literatura, Padura bromeó con la capacidad de la novela nórdica para contar historias que si él las escribiera se verían como inverosímiles, ambos coincidieron en la necesidad de respetar al lector, y Banville llegó a clamar que las editoriales no siempre están por esa labor de ese respeto. Padura remató a gol: «Especialmente las nórdicas».

Hubo también una mirada dispar hacia sus obras. Si Banville califica sus libros de pura ficción, sin ningún ánimo de ser sociales, Padura sí vio en sí mismo un cronista cubano contemporáneo. «Yo siento una responsabilidad, siento la necesidad de rescatar una realidad, una memoria para que no se pierda».

Hasta en sus gustos vacacionales divergieron. Banville dijo odiar el verano y puso en ese aburrimiento estival la necesidad de escribir tanto y Padura, por supuesto, con sus playas cubanas en la cabeza, sostuvo todo lo contrario. Eso sí, hubo una coincidencia crucial y fundamental: que lo que menos importa en la novela negra es quién es el asesino.

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