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Miguel Rojo
Lunes, 21 de octubre 2024, 12:58
Resulta llamativo que quien posee el poder de la fuerza y las armas tema al que sólo tiene el poder de la palabra. Es como lo del elefante y su miedo al ratón. Quizás sea porque los dictadores tienen la inteligencia justa para distinguir entre la ordinariez de un panfleto y la belleza de un panfleto, que es como probablemente consideran a la poesía.
Y la belleza asusta, incluso a los dictadores, que saben en carne propia la contundente eficacia de la palabra. Por eso odian a los poetas, porque los temen, y si pueden los mandan al otro barrio con sus metáforas y su ramillete de flores en la boca.
La historia de poetas muertos o encarcelados es larga. Pensemos, por no hacer interminable la lista, en Lorca asesinado como un perro a las afueras de Granada o en Osip Mandelstam muerto camino de un gulaj soviético por escribir un epigrama contra Stalin. Algunos tienen la suerte de que sólo los encarcelan o, como le ocurrió a la poeta rumana Ana Blandiana, Premio Princesa de Asturias de las Letras de este año, prohíben sus libros y toman represalias contra ellos.
Seguro que ella tiene una buena respuesta a la pregunta con la que se titula este articulo.
Y es que ya en el 1959, con 16 años, fue censurada por la dictadura de Ceaucescu. Y en 1984, en la revista literaria 'Anfiteatru' aparecieron cuatro poemas que significaron nuevas represalias. En estos cuatro poemas que aquí reseñamos, Blandiana anticipa lo que va a ser su poesía, una poesía combativa contra la dictadura pero, a la vez, cargada de una cotidianidad no exenta de lirismo y de cierta ironía que hacen aún más contundente su mensaje.
Los poemas de Blandiana fueron en su momento armas cargadas de presente contra el régimen comunista de Rumanía.
En el primero de los poemas, 'La cruzada de los niños', la poeta ironiza sobre la pretensión del dictador de que las mujeres, como deber patriótico, tengan cuatro hijos como mínimo; la negativa a hacerlo se castigaba con la cárcel.
En 'Yo creo', de una belleza que sobrecoge por la honestidad que trasmite, la poeta acusa y se acusa como pueblo sumiso comparándolo con los vegetales, incapaz por tanto de levantarse contra el dictador, y llevando el poema al terreno de la parábola con esa pregunta final cargada de ironía. ¿Alguien ha visto alguna vez a un árbol sublevarse?
En el tercer poema, 'Delimitaciones', de nuevo la poeta echa mano de lo vegetal como sinónimo de inmovilidad, de falta de voluntad para no hacer otra cosa que permanecer quietos porque la huida también está prohibida, en clara referencia a la prohibición de salir del país que había.
Enfermedad, locura, hambre, miedo, rejas, huida… palabras que, como pequeñas boyas luminosas, señalan una realidad contra la que la poeta grita sin levantar la voz.
El último de esto cuatro poemas, 'Todo', es casi un antipoema lleno de nombres de marcas comerciales que aumentan la impersonalidad del mismo (Adidas, Cico, Gerovital, Kent…); un texto sobre lo banal, lo cotidiano, cargado de las menudencias diarias y ya tan necesarias (el yogur dietético, la gasolina, el serial del sábado por la noche, la Liga de Campeones…) Un poema que se limita a señalar cuanto de superficial puede llegar a tener nuestra vida en el día a día, a señalar la nada que sin embargo ya nos resulta todo.
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