Leonardo Padura, en el Hotel de la Reconquista.

«La Semana Negra fue una iluminación»

premio Princesa de Asturias de las Letras

vanessa gutiérrez

Miércoles, 21 de octubre 2015, 02:12

Ser el primero de los premiados que pisa el Hotel de la Reconquista permite a Leonardo Padura (La Habana, 1955) pasear aún con cierto sosiego. Tomar tranquilamente un café con azúcar moreno, fumar un cigarrillo y charlar distendidamente con la humildad y la ironía que le caracterizan. A su llegada afirmó que el galardón era un reconocimiento a toda la literatura cubana. Hay quien prefiere aseverar que lo es para la literatura de género negro. Locuaz y agradecido, no se olvida de nadie. Desde el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras hasta quienes le impulsaron en sus comienzos.

Publicidad

¿Tuvo voluntad de género negro desde que empezó a escribir, o fueron la formación periodística y la propia realidad en que vivía las que le llevaron a él?

Me llevó hacia el género el hecho de que me encanta la novela policial. En los años 80, que fue mi década fundamental como periodista a pesar de que nunca he dejado ejercer, escribí mucha crítica sobre literatura policial cubana y me di cuenta de que era un desastre. Me llegué a convertir en un látigo para los escritores policiales cubanos. Pero eran buenas personas y fueron los que propusieron a los organizadores de la Semana Negra de Gijón que me invitaran como periodista y ensayista. Ahí hubo un momento mágico e importantísimo en mi vida, y por eso he de decir que mi relación con Asturias es de una gratitud tremenda. Porque aquí encontré a los escritores y a la literatura a los que quería llegar, y a los que, por mi desinformación cubana, no tenía acceso. El catálogo de autores que vino aquel año fue espectacular. Conocí aquí a Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Juan Madrid, Jean-Patrick Manchette, Donald E. Westlake... Y luego me llevé una maleta llena de libros de segunda mano que compré por 75 o 100 pesetas. Aquello fue una iluminación en el camino de la novela policial que yo quería escribir. Ya podía combinar el gusto por un tipo de literatura con un modelo posible en el cual me sentía cómodo: este de utilizar la novela policial como un pretexto para escribir novela social.

El año 1995 es fundamental en su trayectoria: gana el Premio Café Gijón con 'Máscaras' y el personaje de Mario Conde empieza a crecer hasta el clásico contemporáneo que es hoy.

Cuando gané el Gijón y Tusquets se interesó en publicarlo, entramos en una etapa superior de la vida de Mario Conde y de mi propia vida como escritor. Y, por cierto, fue muy curioso porque vine a la Semana Negra en el 96 a recibir el premio y no me dieron ningún diploma. Fue todo muy raro (ríe). Por suerte me dieron el cheque que para mí era lo más importante en esos momentos, pero no tengo ningún documento que acredite que lo gané. Conde, que surgió en 1990 y por tanto acaba de cumplir veinticinco años, ha caminado todo este tiempo conmigo de una forma que me ha servido para utilizarlo, primero de una manera un poco instrumental para acercarme a la realidad cubana, y luego cada vez más visceral porque, a pesar de que está muy próximo a mí, se ha ido corporeizando y adquiriendo su propia entidad psicológica.

Pese al éxito, usted siempre habla de su inseguridad.

Tiene que ver con el oficio de escribir. Siempre pienso en si lo que estoy narrando le va a interesar a alguien, si está bien escrito o si es una mierda absoluta. Y creo que ha sido beneficioso porque si hubiera estado muy seguro de que lo que hago está perfecto, mi literatura no hubiera sido mejor. La inseguridad me ha obligado a trabajar continuamente el texto, haciendo múltiples versiones. A veces sé que esa página me ha salido del alma y que he encontrado lo que quería decir. Sin embargo, la línea de Troski de 'El hombre que amaba a los perros' la reescribí tanto que, cuando andaba por la octaba versión, decidí cambiar la primera persona por la tercera y tuve que redactarlo todo de nuevo. Notaba que había algo que no llegaba y era que, sencillamente, no podía meterme en la cabeza de Troski. Para ello, siempre me apoyo en un grupo de lectores amigos a quienes voy dando los borradores y me ayudan a detectar si vamos por buen camino o no. Eso es muy importante. Cuando un lector inteligente me dice que algo no funciona, siempre hago caso y lo reviso. Porque si a un lector inteligente le salta, le va a saltar a muchos lectores inteligentes. Y creo que hay muchos lectores que son más inteligentes que yo como autor.

El jurado del premio le definió como intelectual 'de firme temperamento ético'. ¿Qué me dice de los límites a la hora de escribir y de la autocensura?

Soy una persona que, por lo menos de forma consciente, nunca he hecho mal a nadie con fines arribistas o mezquinos. Y en mi literatura he tratado de ser coherente y representar la manera en que yo entiendo, e incluso vivo, la realidad cubana. Supongo que de ahí viene esta generosa afirmación del jurado. Ahora, sobre los límites propios, te cuento uno de los casos más graves de autocensura que me he visto obligado a hacer. Hace unos años, un periódico español me pidió un breve relato de verano, y a mí me venía a la mente una historia que había oído acerca de un señor en España que esperó a cumplir ochenta años para matar a su mujer. A esa edad si cometes un crimen tienes responsabilidad judicial, pero civilmente no vas a la cárcel. Por eso este hombre esperó para matar a la mujer a la cual no resistía desde hacía años. Así que escribí un pequeño texto con eso. Al enviárselo a una amiga española, me dijo que ni se me ocurriese publicarlo aquí porque el maltrato a las mujeres es un tema muy sensible y caería como una bomba. De forma que se me ocurrió la idea más sencilla y funcional posible: cambiar el sexo de los personajes de manera que ella es la que le mata a él. Y el cuento se publicó sin ningún problema. Esto quiere decir que muchas veces uno encuentra límites porque, aunque puede tener un pensamiento sobre algo, el poder de la palabra puede resultar muy pesado con respecto a esa realidad. Es la responsabilidad como escritor la que ha de decir hasta dónde se puede llegar para no ofender de manera innecesaria a determinados grupos y personas.

Publicidad

Es más, usted defiende la función social del arte...

Hay escritores para los que su ombligo es lo más importante, pero para mí la literatura tiene la obligación de dar reflejo de una sociedad -en mi caso la cubana- hablando de sus conflictos, contradicciones y frustraciones. De las esperanzas y deseos de la gente.

Su obra fue definida como 'una soberbia aventura del diálogo y la libertad'. ¿Le ha costado conjugar ambas cosas?

He tratado de hacerlo aunque en ocasiones pague un precio por ello: un poco de silencio, de resquemor, a veces un latigazo que sale y yo me tengo que mover para que no me dé. Pero he escrito lo que he querido en la forma que lo he querido hacer. Y si no he ido más allá es porque no lo necesito. A mí no me interesa escribir literatura abiertamente política porque no considero que sea la función de la literatura. Tampoco soy un político ni me interesa. Sí me importa que mis libros tengan lecturas políticas, pero eso queda de parte del lector. Mi vocación se reduce a una responsabilidad civil como ciudadano, a hablar de la realidad, de los conflictos y problemas que viven las personas en Cuba (porque es mi territorio y sobre lo que escribo en el grueso de mi obra) pero también en otras partes. Y he podido hacerlo con bastante libertad. Hasta ahora todos mis libros se han publicado en España en primera edición y luego lo han hecho en Cuba sin que se les cambie una palabra.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad