Drew Weissman y Katalin Karikó son dos de los artífices de las vacunas que nos han permitido plantarle cara al covid. Ambos son Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica y tienen tras de sí décadas, dentro de un laboratorio, peleando sin buscar ... honores, únicamente con el objetivo de conseguir progreso. Él es profesor en la Escuela de Medicina de Perelman, en la Universidad de Pensilvania –donde además trabaja en el ARN– y ella es vicepresidenta sénior de BioNTech. Son dos de los nombres que han logrado poner fin a esta pandemia y permitirnos recuperar una normalidad que estuvo desaparecida demasiados meses.
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Weissman aseguraba que «antes del covid, ya sabíamos cómo enfrentarnos a las pandemias, pero el mundo no estaba preparado para una que fuera tan extensa, de naturaleza tan contagiosa». Igualmente, él valora la celeridad con la que la sociedad reaccionó. «China identificó rápidamente el virus y las empresas empezaron muy rápido a fabricar la vacuna. Así que supimos responder, aunque podríamos haberlo hecho mejor, no nos pilló por sorpresa», consideraba.
Para él, esa capacidad de reacción es gracias a que «vivimos entre pandemias constantemente». Tras afirmarlo, se le venían a la mente la gripe de los años 50, de los 30 y de 1918 y los brotes de ébola, entre otras muchas afecciones habituales. «Son una constante», apuntaba. Y, en el futuro, seguirán siéndolo, forman parte de la humanidad. «Teniendo en cuenta la cantidad de interacciones que tenemos entre las personas y la gran movilidad que existe, si surge una enfermedad transmisible, se transmitirá», opinaba Karikó.
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Eso sí, si llega otro virus mundial, tendremos más armas para combatirlo o, al menos, más destreza. «La pandemia ha abierto los ojos a la sociedad sobre las posibilidades del ARN mensajero», señalaba Weissman. «Este ácido ribonucleico no va a solucionar todas las enfermedades, pero sí lo hará con muchas. El covid ha acelerado su investigación», explicaba Karikó.
Lo dice ella que, a sus 66 años, lleva ya cuatro décadas investigando el ARN. «Nunca cejé en mi empeño porque siempre vi algún avance. El progreso me impulsó a seguir y seguir. Nunca fui un don Quijote que luchara contra los molinos de viento sin avanzar», bromeaba. Por eso, ellos que llevan tanto trabajado, quieren hacer ver a quienes desconfían de las vacunas que son totalmente seguras. «A los que dicen que es nueva y que no está probada, les digo que ya llevamos veinticinco años con ese estudio», anotaba Weissman. Y no solo con ese: «Llevamos ocho años trabajando en una vacuna contra el VIH, usando el ARN, y también estamos trabajando en vacunas contra la malaria, entre otras cosas», proseguía.
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Falta que los antídotos lleguen a todo el mundo. «Hay regiones en la que apenas hay vacunas y eso hace que el virus siga extendiéndose, que siga mutando y que surjan nuevas variantes, algunas de las cuales pueden ser bastante complejas y podrían hacer que las vacunas no funcionasen», señalaba.
Estos científicos aseguran que todos estos estudios los hacen sin pensar en reconocimientos. «Nunca pensé que nadie fuera a valorar mis logros en vida. Siempre supuse que lo que yo hacía quizá serviría para que otros continuaran con mi labor», señalaba Karikó. «Nunca me imaginé que caminaría por las calles de Oviedo y que habría personas que se pararían a darme las gracias», añadía emocionada.
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Con ella, coincidía Weissman, quien se siente «terriblemente honrado» por el galardón, ya que «nunca busqué estos honores. Yo soy feliz en el laboratorio, pensando en el siguiente problema y en la siguiente solución. No me gusta que me presten atención, lo que me hace feliz es investigar», aseguraba. Así lo hicieron siempre y lo seguirán haciendo, aunque «la ciencia no sea un ámbito para ganar dinero», como apuntaba Karikó. Y además la suya es una profesión que «necesita a las mujeres», afirmaba. «Cuando fui a Alemania a impartir clases a alumnos de doctorado, les habían dicho a las chicas que, si se querían dedicar a la ciencia, que no pensaran en tener hijos», relataba. «Yo tengo una hija, así que si yo lo he conseguido, muchas otras pueden lograrlo», las animaba esta Premio Princesa de Asturias, que, durante cuarenta años, no tuvo ni una sola beca ni un galardón, solo tuvo el convencimiento de que debía hacerlo por amor a la ciencia.
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