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Inmaculada Concepción, pintada por JuanCarreño Miranda en 1670, propiedad de la Hispanic Society de Nueva York.
Los otros Carreño Miranda de la Hispanic Society of America

Los otros Carreño Miranda de la Hispanic Society of America

En el Museo del Prado, en la que está llamada a ser exposición del año, se puede contemplar la Inmaculada que pintó en 1670. En Nueva York el maestro asturiano tiene sitio propio con otras joyas, entre ellas el primer retrato de su vida

Paché Merayo

Miércoles, 17 de mayo 2017, 12:54

Es uno de los grandes del siglo XVII. En realidad, uno de los grandes de toda la historia. Amigo y protegido de Velázquez, al que admiró y del que aprendió luces y sombras, Juan Carreño Miranda logró señalar este Norte, su cuna (Avilés, 25 de marzo de 1614), en la cartografía pictórica del mundo. Ahora sus trazos nos llevan a Madrid, al Museo del Prado, donde luce, dentro de la que está llamada a ser la exposición del año en la principal pinacoteca nacional, una de sus inmaculadas. Una tela de enormes dimensiones pintada en 1670, en plena madurez creadora, que representa la Asunción de la Virgen en vuelo, bajo una corona de doce estrellas (atributo de esta virgen), con el cuerpo casi sostenido por ángeles niños. Es esta pintura sacra, representativa de uno de los temas que más le fascinó, parte esencial de las colecciones de la Hispanic Society of America y como tal uno de los tesoros llegados ahora al Prado desde Nueva York. En esa ciudad, en el gran edificio del Upper Manhattan, al oeste de Broadway, entre las calles 155 y 156, habita el maestro asturiano desde siempre.Estaba cuando Sorolla casi lo empapeló con decenas de sus pinturas en la exitosa exposición que le dio a conocer al mundo y estaba cuando en 1904 Archer Milton Huntington decidió abrir sus puertas por primera vez estableciendo en sus palaciegas salas un museo público gratuito y una biblioteca de investigación destinada al estudio del arte y la cultura de España y América Latina. Allí, en la sala conocida como Galería Mezzanine, reside esta Inmaculada Concepción que hasta el 10 de septiembre se puede contemplar en el paseo del arte madrileño. Se deja abrazar allí Carreño Miranda, como habitualmente en Nueva York, por algunas de las obras maestras de Velázquez, que sirven en la Hispanic Society de introducción al barroco español. El retrato de Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares (1625-26); el de Camillo Astalli, conocido como el Cardenal Pamphili (1650-51), que pintó tras su segunda visita a Italia, y una de sus obras más íntimas, el Retrato de una Niña (aproximadamente de 1638-44), que sirve ahora en la cita capitalina de imagen central a la exposición recién inaugurada.

Pero no todos los tesoros de la Hispanic, que suma unas 18.000 obras de todas las disciplinas y de todas las épocas, cruzaron el Atlántico. Y entre los que se quedaron, están algunas piezas fundamentales de Carreño Miranda. Sin ir más lejos el que se cree fue el primer retrato que realizó en su vida. Al menos el primero que se atribuye a sus pinceles. Fechado en 1661. Tenía don Juan al firmar su lienzo 45 años. Se trata de la obra que representa a su amigo y también albacea Bernabé Ochoa de Chinchetru. Es una pintura cargada de serenidad, que recupera los posados majestuosos del de siglo XVII. Una pintura que es ejemplo de cómo ya entonces sabía el creador nacido en Avilés captar la psicología de los personajes. Es, por esto y por otros muchos matices, testimonio, dicen los expertos, de lo mucho que el maestro asturiano le debe al sevillano, su ejemplo constante. No hay que olvidar que Carreño Miranda es de una generación más joven que Velázquez, lo que le permitió asumir todas sus enseñanzas. Eso y el hecho de que don Diego le tomara como uno de sus mejores pupilos. Dicen que le protegió hasta el final de su vida y que, gracias a él, entraron sus pinceles en la corte de Felipe IV.

Y si de lo que aprendió con él habla ya el retrato de su amigo, más aún los que dedicó a Carlos II. Uno de los muchos que consolidó está también en Nueva York. No hay que olvidar que Carreño Miranda nos permitió, a través de sus pinceles, ver crecer al monarca, del que fue su más conocido retratista. De niño, con solo 10 años, cuelga en las salas del Museo de Bellas Artes de Asturias. De adulto adorna las del Prado. Cuatro son los retratos del rey que guarda el museo en sus colecciones. Uno de ellos es parecidísimo al que muy lejos de estas orillas, le representa en la Hispanic Society. Pintado en 1680, muestra el lienzo de la institución americana a Carlos II ya con 19 años, en una postura que sigue el modelo iconográfico establecido por la escuela retratística española. Carreño le llevó al caballete envuelto en una armadura alemana que perteneció a la colección de Felipe II (idéntida a la del retrato del Prado). «Todo en él le convierte en una obra maravillosa», exclama Mitchell Codding, comisario de la exposición que ha traído los tesoros de la institución americana a España. «Es un Carreño Miranda sin la más mínima duda. Está fechado y firmado», añade, tras advertir que la misma circunstancia se da en la Inmaculada Concepción, que ahora se puede contemplar en Madrid, pero no en el retrato de Bernabé de Ochoa, como tampoco en el de Felipe IV, que hasta hace bien poco también colgaba al oeste de Broadway, pero que, como el resto de la colección, ha sido descolgado para emprender una remodelación de la sede. De hecho, la exposición del Museo del Prado es consecuencia de esa circunstancia.

Cuenta además el experto, al que se debe la selección de 214 piezas que han viajado desde Nueva York, que éste último retrato, de casi dos metros de alto por 99 centímetros de ancho, en el que el monarca de ojos azules luce «pesados párpados», está «inacabado». Extraordinario por convocar a Felipe IV con la mirada hacia la izquierda, algo casi inaudito en los posados de época, es una obra «de momento», solo atribuida al maestro asturiano, aunque lo cierto es que ha sido sometida ya a varios estudios.De hecho está incluida en un libro publicado bajo el título Carreno de Miranda in the Collection of the Hispanic Society of America.

De lo que no cabe la más mínima duda es de que entre las 18.000 piezas que componen esa valiosa colección, a la hora de establacer sus joyas, Codding no tuvo que pensárselo mucho: «Carreño Miranda debía estar entre ellos. Al lado de Velázquez, de Goya, de Murillo y de El Greco», dice poniendo algunos de los ejemplos que hablan alto y claro de la trascendencia de la exposición abierta esta semana. Una cita que no solo reúne pintura, aunque esta tiene especialísima relevancia, con telas que hacen travesía del pasado hasta el siglo XX. Tesoros de la Hispanic Society of America también ha puesto ante la mirada piezas arqueológicas, escultura romana, cerámicas, vidrios, muebles, tejidos, joyas islámicas, cristianas medievales y del Siglo de Oro. Y para cerrar la vista americana, un ámbito dedicado a su impresionante biblioteca. Todo un recorrido por nuestra propia historia.

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