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En Viena, donde Michael Ignatieff ejerce la docencia, se convirtió en Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales y desde allí se confesaba «sorprendido y encantado» con el galardón por razones de peso: «La lista de anteriores galardonados incluye a muchos de mis héroes intelectuales, por lo que significa mucho para mí formar parte de ella».
Habló de todo un poco en una comparecencia vía zoom el galardonado, que precisamente anteayer se hallaba en España dando una conferencia: de educación, de confrontación, de nacionalismos, de totalitarismos, de Europa, de Putin, de política y de periodismo. E incluso citó a Asturias a la hora de hablar de las singularidades e identidades territoriales que hay en España y el nacionalismo. «Cataluña, Galicia, Asturias, son identidades muy profundas, son históricas, y lo mejor que podemos hacer es intentar entendernos, dialogando y dialogando, estos problemas no pueden tener soluciones radicales, se pueden gestionar no resolver», aseguró.
Él, que fue líder de la oposición en Canadá, se confesaba satistecho de su paso por la política, pero avisaba de que a ese mundo hay que ir asumiendo «que es como el boxeo, como el fútbol, es físico, si vas a dejarte cuando estás en el ring es que no entiendes dónde estás». Eso sí, la difamación no tiene cabida. El entendimiento debe ser otro en todos los ámbitos: «Todos debemos descubrir la mutiplicidad de razas, descubir los puntos que tenemos en común en nuestro país y en todos los paíeses, porque si no tendremos una amenaza a la democracia».
Ve a España con buenos ojos y la pone como ejemplo en sus años de democracia, y ve a Europa un poco despreocupada de lo que ocurre en Rusia. A su juicio, no es que haya riesgo de guerra: «Estamos en guerra, los europeos están muriendo es una cuestión de si se va a extender o no, yo soy de las que cree que Letonia, Estonia, Polonia, Bulgaria, República Checa tienen razón cuando dicen que si no detenemos a Putin en Ucrinia no podemos estar seguros de las fronteras en el continente, hay que deternerle, decirle que Rusia es parte de Europa y que debería formar parte de la comunidad y que deberíamos tener buenas relaciones, pero no se pueden cambiar las fronteras en este continente por fuerza». Es un tema serio para el Princesa de Ciencias Sociales, que considera que es necesario apoyar a Ucrania aunque no con el envío de tropas.
Sus inquietudes son múltiples. Y están, por supuesto, en el universo de los totalitarismos. Y ahí tiene matizaciones que hacer: «Creo que hay que evitar llamar a alguien populista autoritario si no te gusta lo que dice», asegura. Todo vale si se cumplen las reglas del juego, si encaja en los márgenes constitucionales. Ahí está el quid de la cuestión. «Hay muchos políticos cuyas opiniones en la derecha o incluso en la izquierda a mí no me gustan, pero eso no significa que están rompiendo con el orden constitucional», explicó. Argumenta que «el problema» con Donald Trump, «no es que tenga opiniones de derecha o que tenga «cosas terribles» que decir sobre Europa. «El problema es simple: ¿Aceptará el resultado de las elecciones de 2024 si pierde? Es tan simple. Si no lo hace, es un mensaje a la Constitución», subrayó.
La educación de los jóvenes fue otr asunto del que habló el ganador del Premio. Como profesor se confiesa conservador en lugar de liberal: «Tenemos que explicar a nuestros hijos explicándole de todas las gneeraciones han tenido miedo en el futuro y la desesperanza y lo que debemos es conectar unas y otras y entender que escuchando los miedos de nuestros ancestros tendremos menos miedo», asegura. Los mayores son las personas que derrochan esperanza, porque han pasado tiempos duros y han llegado a la vejez amando la vida. «Debemos alejarnos del discurso de la desesperanza y conectanos con la fortaleza y sabiduría de nuestros ancestros».
El periodismo fue también objeto de análisis. Y ahí no tiene dudas de que nunca ubo tan buen periodismo como ahora. «Hay mucho público preparado para pagar por el buen periodismo», dijo, y añadió que el periodismo es hoy es justo, riguroso y veraz «El problema es que hay un mundo riguroso y luego está la esfera digiral donde hay una especie de zoo», asegura. Pero es optimista porque piensa que «la gentes se está hartando de vivir en ese zoo» y se acabar limpiando solo.
Tiene ya en mente un próximo libro Michael Ignatieff, que se afana ahora en una búsqueda de qué significa ser parte de una generación. Pone los ojos en la suya propia, con 77 años cumplidos, y concluye: «Nuestro gran logro fue la inclusión, de la comunidad gay, de la inmigración, que no tenían lugar cuando yo era un niño, esa ha sido nuetra contribución histórica», aseguró. Eo sí, también han tenido fracasos y él no duda de cuál ha sido el de los suyos: «No haber entendido a tiempo la gravedad de la crisis climática». Eso podría ser su próximo libro.
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