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Ni cantaron ni bailaron. Ni falta que hizo. No había que perderse a Carmen Linares y a María Pagés y el Jovellanos se llenó para verlas y hasta aplaudirlas en pie al final de una hora de charla en la que desgranaron sus trayectorias, ... su pasión por el flamenco y hasta contaron anécdotas como la de Carmen Linares: «Cuando mi hijo era pequeño no contaba en el colegio que su madre era cantaora porque todos le hacían 'ay, ay'», relató para sonrisa y regocijo del público.
Antonio Lucas se encargó de guiar la charla por los caminos del cante y el baile, que en su caso se cruzaron primero en los escenarios y ahora con el Premio Princesa de las Artes, un pasito más para que su arte siga creciendo y haciéndose fuerte, sin perder la raíz y la tradición ni la valentía. Ambas han jugado esa baza en sus trayectorias: «Las raíces hay que llevarlas de la mano para no perderlas, pero somos más auténticos haciendo lo que sentimos, no tendría sentido imitar el pasado, vamos viviendo el mundo que nos toca vivir», sentenció Carmen Linares. María Pagés apuntó en idéntica dirección y rompió una lanza por hacer caer algunas barreras estereotipadas que coartan al flamenco: «No se conoce realmente su capacidad de evolución y de crecimiento», señala la bailaora, que lo sitúa como un arte contemporáneo capaz de absorberlo todo, como siempre ha hecho. Y citó la farruca, que desde Asturias y Galicia emigró para hacerse flamenco, como otras músicas de América. Por eso es –dijo Antonio Lucas– una escuela de tolerancia y obtuvo el benéplácito y el aplauso de ambas, sabedoras de ese mestizaje continuo que se produce en el cante y en la danza. Eso juego a dos bandas lo transforma en algo único. «No hay tantos artes que tienen música y danza que evolucionan en simbiosis, eso lo hace muy especial», anotó Pagés.
Recordaron cómo se conocieron en un festival de Granada, caminaron por sus propias trayectorias personales –«mi carrera la he llevado sin la presión de triunfar», confesó Linares–, reiteraron la eterna reivindicación de un flamenco más querido y apoyado y auguraron un futuro que solo puede ir a más y a mejor: «Estamos en niveles potenciales del arte flamenco enormes. Y los jóvenes lo pueden hacer», concluyó María Pagés.
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Hablaron también de su común amor por la poesía y cómo han llegado a ella. A Carmen el enamoramiento le llegó de la mano de Enrique Morente y su trabajo sobre Miguel Hernández; María, directamente, tiene la poesía en casa, pues su marido es el poeta El Arbi El Harti, cocreador de sus espectáculos. Ambas saben que la palabra es importante y han apostado siempre por hacer más nítido el cante en sus espectáculos. «El flamenco es poesía, un cante popular es una poesía popular que cada uno ha ido esculpiendo y nosotras lo que hemos hecho es ir introduciendo otra poesía», indicó Pagés.
¿Y qué les ocurre cuando salen a escena? –preguntó el público– y Linares no lo dudo: «Te vacías y te vas a casa contenta. Es como ir a terapia». A Pagés, en cambio, le produce primero alivio, porque detrás de un espectáculo hay mucho esfuerzo prosaico, y luego llega ya el momento de celebrar y gozar. Porque, como decía un músico de la Linares: «A mí la gala que no me la paguen, a mí que paguen por coger el avión, por venir hasta aquí...». O lo que es lo mismo, que se lo pasan fantásticamente bien.
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