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MATEO FEIJÓO
Viernes, 14 de mayo 2021, 15:16
El primer recuerdo es el de un cuerpo frente a la inmensidad de la piedra y la lluvia, los pies fríos... La humedad proyectaba rostros del pasado, huellas, restos, imágenes, sensaciones... Bordeamos tanta piedra, tanta humedad y nos adentramos en la historia; el temblor del ... tiempo nos conmueve, el espacio gris como un laberinto nos escupe leyendas y recuerdos igual que un volcán que acaba de entrar en actividad con nuestra presencia. Marina Abramovic entra en el espacio, parece que lo acaricia con su mirada, con sus manos de coloso apenas toca los objetos, lo quiere todo tal cual lo ha dejado la historia. Quiere trabajar con el espacio, quiere iniciar una nueva producción, se enfrenta a un trabajo de lectura-escritura del tiempo y la memoria. La traducción de ese proceso de lectura-escritura será 'The Kitchen. Homage to Saint Therese'.
En 'The Kitchen', el tiempo se detiene, deja de existir, aparece el aquí y ahora como una necesidad imperiosa de creación, fruto de una experimentación sensorial que se concretiza en comprensión. Marina Abramovic lleva a la práctica la máxima de Roni Horn: «No quiero hacer nada sino estar aquí. El hacer algo me alejará de aquí. Quiero lograr que estar aquí sea suficiente». 'The Kitchen' es una producción sencilla, Marina Abramovic no utiliza un gran despliegue de medios, trabaja con lo imprescindible, habita el espacio, lo traduce y define, lo hace suyo. Cada fotografía es un fotograma de la 'performance' que Marina Abramovic realiza dentro de esa inmensa cocina que alimentó primero a niños huérfanos, después a niños alumnos, a niños de un período muy concreto de la historia, a niños meteorito, a niños dolor, a niños esperma, a niños lengua y a niños sueño. A niños que curaban con recetas mágicas: «Al desayuno, un vaso de oro líquido. Al almuerzo, un higo fresco. A la cena, un vaso de plata líquida».
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Azahara Villacorta
Las fotografías de 'The Kitchen' me recuerdan a la escritura japonesa, dejan ver el arte y el trabajo, alcanzan desde su sencillez las regiones más excesivas del alma del espectador, son fotografías invadidas por el silencio y la inmensidad. La emoción no inunda, no sumerge, se hace lectura, el efecto de distanciamiento nos atrapa con su abstracción sensible. No hay mentira, percibimos el abandono de toda trivialidad, somos espectadores de la fragilidad, de la discreción. El cuerpo es un cuerpo glorioso que se presenta con claridad, agilidad y sutileza; un cuerpo amable.
Generalmente en Occidente transformamos toda impresión artística en descripción; por el contrario, en 'The Kitchen' estamos ante el hecho, la aprehensión del momento. Marina Abramovic nos ofrece la posibilidad de contemplar fragmentos puros, momentos de certidumbre. Una vez más su cuerpo en conjunción con el espacio que ocupa conforma lo que ella denomina su «campo de representación».
Vuelvo a visionar las fotografías en la pantalla del ordenador para transferirles ese poder de fotograma, espero que se muevan, las miro fijamente. De repente me levanto. Instintivamente ha venido a mi memoria la pintura italiana, me dirijo a por un libro sobre el Renacimiento. Primero pienso en el Giotto, como relaciona los cuerpos y la arquitectura, la composición, la mirada, las miradas... Las miradas me llevan a Giovanni Bellini, pienso en sus pietàs, las busco; sí, la mirada está en el interior creando círculos mágicos. Tal vez sea el aspecto religioso que impregna 'The Kitchen' lo que me lleva al Renacimiento, la mirada de Marina es siempre de recogimiento. 'The Kitchen' es un trabajo de una gran espiritualidad, cargado de símbolos que transcienden en la historia. Si observamos las fotografías con detenimiento, nuestro estado de ánimo se transforma, parece como si la artista estuviese formulando concepciones de un orden general de existencia y otorgando a las mismas una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y las motivaciones parezcan de un realismo único.Tenemos la suerte de poder acercarnos al trabajo de forma contemplativa.
Y también están las recetas, como haikús; frágiles apariciones, pensamientos, oraciones o mantras que rescatan el momento literalmente insostenible para liberar la mente del flujo constante de pensamientos que nos confunden. «En momentos de duda, métase un trozo de meteorito en la boca», debemos repetir, más que elaborar cada receta, para caer así en un estado de profunda concentración. Cada receta es autónoma, funciona por sí misma y tiene como objetivo el pensamiento y el espíritu, ejercer el autocontrol. «Con un cuchillo afilado, hágase un corte profundo en el dedo corazón de la mano izquierda. Coma el dolor».
Creo que la palabra intensidad es la que mejor define la obra de Abramovic. Al trabajar desde ahí nos somete, a nosotros, espectadores, a un diálogo también intenso con nosotros mismos. Nos propone ejercicios mentales que hacen surgir un estado emocional. De este modo logra su objetivo con respecto al arte, que para ella no es más que una «herramienta para comunicarse con el mundo y conducir al espectador a un nivel más elevado de conciencia. La creación artística es una necesidad, es como respirar: nunca te preguntas por qué respiras, simplemente respiras».
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