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si la performance es la guerrilla de las bellas artes, por su carácter efímero y su vocación 'underground', Marina Abramović (Belgrado, 1946), figura esencial en su desarrollo desde comienzos de la década de los 70, es su avanzadilla. En sus palabras, una «soldado del ... arte», mujer clave de la creación contemporánea que, cuando empezó a hacer de su piel y sus huesos un campo de batalla, fue considerada loca -a punto estuvo de terminar encerrada en un manicomio- y que ayer, a sus 74 años, con la efervescencia inacta, fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2021, inaugurando la nómina de esta edición.
Una creadora siempre a la vanguardia, como reconoce el acta del jurado -reunido telemáticamente y presidido por Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao-, que sostiene que la obra de Abramović «es parte de la genealogía de la performance, con una componente sensorial y espiritual anteriormente no conocida» y que, «cargado de una voluntad de permanente cambio, su trabajo ha dotado a la experimentación y a la búsqueda de lenguajes originales de una esencia profundamente humana».
Porque no hay espectadores impasibles frente a él, sino sujetos activos. Y porque si hay una palabra que defina su obra esa es valentía: «La valentía de Abramović en la entrega al arte absoluto y su adhesión a la vanguardia ofrecen experiencias conmovedoras, que reclaman una intensa vinculación del espectador y la convierten en una de las artistas más emocionantes de nuestro tiempo». Un tótem bravísimo cuya obra se caracteriza por llevar al límite el cuerpo y la mente y por el carácter autobiográfico de muchas de sus propuestas.
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Azahara Villacorta
Provocadora, controvertida y transgesora (ha llegado incluso a ser acusada de adorar a Satán, la última vez el año pasado en Polonia, con su exposición 'The Cleaner', 'El limpiador'), en sus inicios se plantó impasible frente a una audiencia que le cortó la ropa con tijeras, le clavó espinas en el estómago y la apuntó con una pistola cargada a la cabeza (se podía elegir entre 74 objetos diferentes) y exploró los ritos y los gestos empleando en 'Ritmo 10' una veintena de cuchillos y dos grabadoras, golpeando con la punta de la hoja entre los dedos abiertos de la mano. Cada vez que se cortaba cambiaba de cuchillo, grabando todo el proceso. Y, al reproducir la grabación, intentaba repetir los mismos movimientos y sonidos, tratando de unir pasado y presente con una acción que abrió un camino sobre la consciencia del artista.
Otro de los puntos de giro en su búsqueda incansable de nuevos horizontes llegaría en 1976, cuando abandonó Yugoslavia y se instaló en Ámsterdam, donde conoció al artista germano-occidental Frank Uwe Laysiepen, 'Ulay', con el que empezó a escarbar en los conceptos de ego e identidad artística y las tradiciones de sus patrimonios culturales. Una simbiosis tal que se vestían y se comportaban como gemelos y crearon una relación de completa confianza que cristalizó cuando, en 1988, decidieron hacer un viaje espiritual, 'The Great Wall Walk', con el que concluiría su relación: ambos caminarían por la Gran Muralla china, comenzando cada uno por un extremo, para encontrarse en el centro en un último abrazo.
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Cuatro décadas de creación conjunta y en solitario que cristalizaron en 2010 en la performance 'The artist is present' ('La artista está presente'), que Abramović realizó en el MoMA durante una retrospectiva de su obra, cuando, durante 716 horas y 30 minutos, permaneció inmóvil, sentada en una silla y, frente a ella, los espectadores iban pasando para compartir durante unos instantes, en completo silencio, su mirada. Muchos se levantaban con lágrimas en los ojos. Algo que también le sucedió a la propia artista cuando, al alzar la cabeza, halló al otro lado de la mesa a 'Ulay', fallecido el pasado año. Cuarenta años en los que «la abuela de la performance», como ella misma se define, ha vivido en el filo de un cuchillo, buceando en la relación entre el artista y el público, sus respuestas racionales y emocionales y las dificultades de las relaciones humanas a través de sus impactantes acciones artísticas.
Ante los demás, Marina Abramović ha llorado, reído, sangrado y sentido frío, calor, dolor y terror en nombre del arte y ayer quiso agradecer el Princesa con un «me siento conmovida, honrada y orgullosa de haber recibido este prestigioso premio. Es un gran honor y reconocimiento en este momento de mi vida y mi carrera». Pero también recordando que «la vida de un artista no es tarea fácil. Requiere sacrificio personal, plena dedicación y compromiso con su trabajo».
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