Las canciones cambian las vidas que tocan. Creo en el poder transformador de la música. Porque nos hace sentir menos solos, y saberse acompañado nos ayuda a ser más conscientes de nuestra capacidad para influir en el futuro. La felicidad quizá consista en eso: en ... la posibilidad de hacer planes y llevarlos a cabo.
Decir que Serrat cambió mi vida no sorprenderá a nadie. De hecho, creo que es una referencia ineludible para varias generaciones de músicos empeñados en señalar esa poesía que habita lo cotidiano y que no siempre somos capaces de ver.
Sus canciones nos hacen sentir menos solos. Porque hablan de nosotros. De ti y de mí. Un 'nosotros' que quizá se ha abandonado en la actualidad como territorio poético en las composiciones musicales. Ese 'nosotros' al que se alude con rotundidad en aquel disco histórico que nos cambió la vida, ese álbum antológico en el que se nos hablaba del Mediterráneo como ese horizonte en el que convergen los anhelos y las esperanzas de toda una cultura, de la España vaciada y sus pueblos blancos heridos de soledad, de la infancia que viaja en un barco de papel. No hay nada más bello que lo que nunca tuvimos.
Joan Manuel Serrat supo condensar como nadie los sueños y las preocupaciones colectivas de toda una generación, construyó un relato que cubrió nuestras pequeñas batallas domésticas con una pátina de épica dorada, fue capaz de escribir canciones que nos hicieron sobrellevar el dolor, al encontrar algo de belleza entre el escombro.
Pero todo esto ya se ha dicho. Se podrá leer en las merecidas columnas que brillantes analistas escribirán con mejor pluma que un servidor.
Yo solo soy un trovador. Un titiritero al cual el viento empujó a recorrer el mundo, de aldea en aldea, siempre risueño, para cantar sus penas y sus miserias. Yo solo intento hacer canción popular.
De Serrat intenté aprender unas cuantas cosas. No solo del escritor de canciones. También del muchacho aquel que en diciembre de 1970 se encerró en el Monasterio de Montserrat junto con otros intelectuales para protestar por el proceso de Burgos. De aquel al que, cinco años más tarde, le tocó exiliarse a México perseguido por el franquismo. De ese otro cuyo rastro seguí por Argentina, siempre al lado de las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo, acompañándolas en su dolor y en su lucha.
Cuando allá por el 97 saqué mi primer disco, intenté hacérselo llegar a Serrat, junto con una carta de agradecimiento. No recuerdo muy bien su contenido, pero no sería muy diferente a esta. El afecto y la admiración siguen intactos. Como los nervios cada vez que se cruzaron nuestros caminos. Siempre me costó acercarme a la gente a la que admiro. Con 'El Nano' es peor todavía.
Quién me iba a decir a mí, cuando su voz sonaba en el tocadiscos de casa de mis padres, que un día me invitaría a cantar con él en Buenos Aires. Vuela esta canción…
Así que yo solo tengo palabras de agradecimiento. Porque me enseñó que si uno afina la mirada podrá encontrar en lo rutinario el misterio de lo desconocido. Porque me acompañó en las despedidas y en las celebraciones, en las guitarreadas con amigos y en los grandes escenarios. Porque a muchos músicos nos abrió esa senda que nos ha permitido recorrer Latinoamérica sintiéndonos casi como en casa.
Mi vida sin la música de Serrat habría sido un etcétera, un largo inventario de vivencias que veríamos pasar rápidas y en blanco y negro, como los postes del alumbrado cuando viajamos por la autopista de vuelta a casa. Mi vida sin la música de Serrat hubiera sido otra. Más gris. Peor.
Las canciones cambian las vidas que tocan y a mí la música de Serrat me atravesó el alma, dejándome tres heridas perennes: la de la vida, la del amor, la de la muerte. Déjenme ser excesivo, que a Serrat le dan el premio Princesa de Asturias, y no siempre uno tiene una tribuna para hacer declaraciones de amor: creo que las canciones de Serrat, de alguna manera, han cambiado el mundo, convirtiéndolo en un lugar más amable.
Así que, solo queda aprovechar este espacio para reconocer la enorme deuda que tengo con él.
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