M. F. ANTUÑA
Domingo, 7 de octubre 2018, 04:53
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Tirufe Hain tiene 50 años y domina el arte etíope de servir el café. Fuerte, negro, denso, caliente... Y muy dulce. Nunca falta el azúcar en una bebida que puede que en buena medida retrate a todo un pueblo, a quienes lo escancian sobre las ... pequeñas tazas y lo comparten con una sonrisa. Madre de tres hijos y abuela de un niño de cinco años, nació en una región del norte del país y obra a diario auténticos milagros. «Aquí la gente vive de la limpieza y de pequeños trabajos que van surgiendo», explica esta mujer que, como muchas en los 'slums' de Etiopía y toda África, afronta la vida sola, sin la ayuda de un marido. Los hombres muchas veces se van, forman una nueva familia y dejan atrás la anterior. Ella está sola, pero no se queja. Habita una casa pequeña, no tiene cocina y vive con mucho menos de lo imaginable.
-400 o 500.
Eso al cambio son unos 15 euros. Cierto que no ha de mirarse esa cifra con los ojos de aquí. Pero, igualmente, en el mercado, en la cocina y en su día a día en Yeka Subcity, en el área de Bera, en Addis Abeba, el presupuesto es minúsculo, ridículo, vergonzante. Y su caso es solo uno entre miles.
Mil millones de personas viven, según las estimaciones de Naciones Unidas, en 'slums'. Ese término inglés define asentamientos humanos paupérrimos en grandes ciudades que van 'in crescendo' a medida que la pobreza empuja la emigración hacia las urbes, donde de nuevo la pobreza florece y se multiplica en un infame círculo vicioso. Las perspectivas no son felices. Se estima que en 2030 los países infestados de este tipo de barrios marginales e informales duplicarán su población. Los 'slum' son también objetivo prioritario de Amref Health Africa, el Premio Princesa de Asturias de Cooperación 2018. Agua y letrinas, algo tan básico y tan simple, marcan un antes y un después para quienes malviven aquí.
La población de Addis Abeba supera con creces los tres millones de habitantes y las estimaciones de Naciones Unidas apuntan a que un 80% de esos seres humanos residen en 'slums'. Lo curioso es que muchos de ellos no son asentamientos ilegales sino que son gestionados por el propio gobierno etíope. Sea como sea, sus condiciones de vida son, a los ojos occidentales, durísimas.
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Aregash Degu tiene 39 años y trabaja limpiando casas. Tiene un chico y dos hijas, proviene de un pueblo llamado Addis Aram, y también vive en Yeka. Su casa es austera, pero ella es optimista sobre el futuro, entre otras razones porque en los últimos años ha dado un cambio radical a partir de que Amref instalara váteres, duchas y agua corriente. «Antes solo teníamos una pequeña letrina para treinta familias, así que ahora estamos muy contentos», dice esta mujer de sonrisa infinita que, pese a que la vida no le ha tratado bien, ve a sus hijos, de 17, 21 y 23 años, en el futuro trabajando y saliendo adelante. Se llaman Abraham, Taderu y Yaremzewd los chicos de Aregash, que abre el grifo que tiene casi al ladito mismo de su casa y habla de lo mucho que han mejorado las cosas, que ahora tienen intimidad a la hora de ir al baño y para ducharse. «Ha sido muy bueno, sobre todo para las mujeres».
Amref ha levantando en los últimos siete años más de noventa instalaciones como esta -un bloque de hormigón sencillo con duchas a un lado, letrinas al otro y, en el medio, los grifos para dispensar agua-. Se espantan así infecciones vinculadas a la falta de limpieza y se facilita la vida en cantidades industriales a gentes acostumbradas a compartir casas minúsculas, sin cocina, sin ninguna comodidad, pero en las que no falta la tele ni los símbolos religiosos (la mayoría de la población etíope es cristiana). Son los propios vecinos quienes se tienen que encargar de gestionar las instaciones a través de comités. Ellos organizan el uso y la limpieza.
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La vida en el 'slum' es más dura para quienes sufren algún tipo de discapacidad. Es el caso de Emebet Demeke. Ella, con 40 años y tres hijos, nació en Kombolcha, una región del norte del país, y vive ahora en Addis con las múltiples limitaciones que implica el ser ciego en un 'slum'. «Es muy difícil», resume esta mujer, viuda, que perdió la vista cuando tenía ocho años. «Llegué a Addis cuando me quedé ciega y desde entonces estoy aquí», explica. Reside desde hace seis años en este 'slum'. El gobierno le propició una casa, pero sin embargo no recibe ninguna ayuda. Tiene que arreglarse como puede para malvivir: «Me dedico a limpiar baños y es muy difícil en mis circunstancias».
Juriana Zewde, tres hijos, también sola y 38 años, pide la palabra para reiterar lo dicho y aprovechar la visita del forastero para hacer una petición. A diario, las mujeres encienden el fuego en la calle para cocinar. Ella quiere una cocina para seguir haciendo milagros con un poco más de dignidad.
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