NOELIA A. ERAUSQUIN
GIJÓN.
Martes, 21 de septiembre 2021, 04:35
Francisco Aguiloche desayunó ayer en el servicio de Cáritas para personas sin hogar en el que él mismo trabaja. Este gijonés de 29 años lleva media vida en La Palma, a donde llegó en 2005, y fue uno de los residentes de la isla ... que tuvo que abandonar su domicilio. En su caso, no tanto por la cercanía del volcán como por la posibilidad de que la lava, en su camino hacia el mar, acabara llegando a su casa, ubicada en el pueblo costero de Puerto Naos. «Es el protocolo volcánico de evacuación», explicaba ayer este joven, que trabaja tanto en el programa de empleo como en el de personas sin hogar de Cáritas. Si el domingo los técnicos hablaban de la posibilidad de que la lengua de magma arrasara la localidad en la que vive, ayer las noticias eran algo más esperanzadoras. «Parece que se irá a otro lado», señalaba al otro lado del teléfono. ¿Eso genera tranquilidad? «Sí y no, porque se salva tu casa, pero la de muchos amigos desaparecerá». De hecho, anoche, seguía con gran preocupación el avance implacable de la lava hacia una de las iglesias de la isla. «Si no se obra el milagro será engullida».
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Pero más allá de los daños materiales, también piensa en lo que se le viene encima a La Palma. Los servicios que ofrece su organización «irán a más», con cientos de personas que lo han perdido todo. De momento el triaje se está realizando en los campos de fútbol con ayuda de Cruz Roja.
La comunidad asturiana en la isla es pequeña, apenas medio centenar de personas de las que una treintena está vinculada al Centro Asturiano de La Palma. Desde que el volcán entró en erupción los teléfonos no paran de sonar, llamadas y mensajes constantes, también fotografías y vídeos que saltan de móvil en móvil. Su vicepresidente es el avilesino Pablo Jiménez, que también fue evacuado junto a su familia. A la espera de que todo pase, se han quedado con unos amigos y cruza los dedos para que «no cambie la dirección de la lava y no pille nuestra casa». Su vivienda se encuentra en El Paso, a menos de un kilómetro de las bocas del volcán que comenzaron a escupir fuego el pasado domingo, a las tres de la tarde, cuando corregía unos exámenes.
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Este profesor de hostelería confía en que su hogar pueda salvarse, porque de momento el magma desciende ladera abajo en otra dirección, y «esto no es como el viento, que cambia fácilmente». Pero es consciente de que «ni los expertos hacen pronósticos», que incluso puede abrirse otra boca, aunque todo apunta a que no será así. «Tenemos mucha preocupación, ya no por nosotros sino porque estamos viendo muchísima gente que está perdiendo todo lo que tenía», explica.
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