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OLGA ESTEBAN
GIJÓN.
Domingo, 20 de enero 2019, 03:04
«No hay paliativos para un corazón roto, pero creo que el único calor que mitiga un poco las heridas de nuestro corazón es este cariño de la gente». Es sobrecogedor escucharla. De negro por dentro y por fuera. En el peor momento de su ... vida. Porque nadie como quien ha pasado más de treinta años a su lado puede sentir más la marcha de Vicente Álvarez Areces. Nadie como su esposa, su compañera, su motor, dicen algunos. Su viuda, Soledad Saavedra, se ha mantenido estos días firme. Rota y entera a la vez. Al pie del féretro ha recibido, uno a uno, el pésame, el abrazo, el ánimo de cientos de asturianos. De políticos, de artistas, de ciudadanos de a pie. Sin descanso y sin que faltara un 'gracias' y una sonrisa. Decía a todo el que la escuchaba que lo hacía por él. Porque él se lo hubiera pedido. Él era un guerrero, decía, y ella tenía que responder a esas mismas expectativas. «Me casé con un guerrero», repetía estos días. Su hijo asentía a su lado. Todo el tiempo a su lado.
Y así, con el corazón roto, pero orgullosa de lo que su familia está recibiendo, no puede menos que estar emocionada. Los dos días de contacto con esos mismos ciudadanos con los que su marido se cruzaba por la calle, a los que saludaba, a los que conocía personalmente, o no, con los que debatió hasta el infinito, les han reconfortado. «Es increíble, emocionante. Es maravilloso recibir el calor de la gente. Escuchar sus anécdotas. Sus vivencias. Sus recuerdos. Saber que venían de gente tan diferente, tan dispar. Saber que supo llegar a todos, con ese vínculo que establecía, tan personal, con todo el mundo. Que todos tenían una historia que contarnos. Cada uno tenía una historia personal con Tini». Un auténtico «don». Insiste. «Es maravilloso recibir todas estas expresiones».
Ella, y sus hijos, están orgullosos. Y está segura de que él, Tini, también lo estaría. Orgulloso de que en estos días se haya acercado a ella, de una u otra forma, el conductor de EMTUSA que solía llevar a Areces («viajaba mucho en el autobús», le han dicho) y que recuerda su amabilidad. El dueño del «puestín» de helados donde se acercaba con su hijo Alberto. El vecino. El matrimonio al que casó hace ya muchos años. El amigo. Ellos, y el propio Rey.
Le emociona a Soledad Saavedra que Gijón le despida como su alcalde. Lo fue, y lo será, por excelencia. «Bien que se lo reprochaban en Oviedo», rememora. Pero ella lo sabe mejor que nadie. Que al pasear por Gijón, al subir al autobús, al tomar café en el Dindurra, al entrar en la sidrería, los «adiós, alcalde», se repetían. Una y otra vez.
Nadie lo puede saber mejor que quien ha pasado con él más de tres décadas. Y quien hoy estará, acompañada por los hijos de Areces, el resto de su familia y todos sus amigos, encabezando el acto de despedida que ellos, familia y amigos, han organizado en la Universidad Laboral. Sin duda serán muchos quienes les acompañen para seguir transmitiéndoles ese calor que a quienes más han perdido les reconforte el corazón.
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