Esta medianoche ha comenzado, quien lo diría después de 39 días de inmisericorde matraca, la campaña para las elecciones del 4 de mayo en Madrid. Todas las fuerzas políticas otorgan una importancia máxima a estos comicios por su proyección en la política nacional, son un ... enfrentamiento descarnado del bloque de la derecha contra el de la izquierda y la victoria se va a decidir por un puñado de escaños. Pero al día siguiente nada va a cambiar para Pedro Sánchez, él mismo lo ha dicho, en cambio Pablo Casado confía en que cambie todo si su candidata, Isabel Díaz Ayuso, es la triunfadora.
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Lo que pase dentro de quince días no tiene porqué reflejarse en las próximas generales, la sociología electoral madrileña no es representativa de la de España, pero la implicación en la campaña de los principales líderes ha dado a estas elecciones un cariz de banco de pruebas. Pedro Sánchez no es el candidato del PSOE, pero como si lo fuera. Ha dejado en segundo plano a Ángel Gabilondo para fajarse con ahínco con Ayuso. Pablo Iglesias sí es el candidato autonómico de Unidas Podemos tras el gesto no menor de sacrificar su presencia en el Gobierno. Pablo Casado también tiene una importante presencia pero, al revés que en el PSOE, se ve eclipsado por la arrolladora campaña de la presidenta regional. Inés Arrimadas ha puesto el futuro de Ciudadanos en manos de su portavoz parlamentario, Edundo Bal. Mientras que Santiago Abascal es el referente indiscutido de Vox. Todo ello sumado a que los grandes medios de comunicación nacional están radicados en Madrid y la cobertura mediática es exhaustiva han hecho que estas elecciones sean algo más que unas autonómicas.
Banco de pruebas. Los líderes nacionales están implicados en la campaña como si el 4-M fueran unas generales
Elecciones. Sánchez está empeñado en que sean dentro de dos años aunque algunos alienten la idea de 2022
Relevo. Un triunfo arrasador de Ayuso en Madrid abriría el debate en el PP sobre el liderazgo del partido
Sus consecuencias, sin embargo, no serán iguales para todos. Sánchez no se cansa de decir que, pese a su protagonismo, los resultados no repercutirán en la legislatura ni van a modificar su calendario electoral. El Gobierno tiene la espalda cubierta con los Presupuestos; la coalición gubernamental goza de buena salud, es más tras la salida de Iglesias de la vicepresidencia ha desaparecido, o al menos amortiguado, el trompeteo de las discrepancias; debe gestionar una riada de millones de euros de los fondos europeos de reconstrucción; y tiene por delante una intensa agenda legislativa. Nada de esto se va a ver alterado por el 4 de mayo, afirman con rotundidad en la Moncloa.
Sea el que sea el resultado de los socialistas y de Unidas Podemos, la coalición gubernamental se va a mantener, y las elecciones generales se celebrarán dento de dos años por más que algunos acaricien la idea de un adelanto a 2022. Sánchez se muestra convencido de que a pesar del favoritismo de Ayuso la batalla no está perdida para la izquierda, y si así fuera no se podrían extrapolar sus resultados a escala nacional. Sería, sin duda, un revés, pero que no iría más allá de un incidente de recorrido, afirman en el Gobierno y en el PSOE.
Casado y el PP tienen una visión antitética. Un triunfo suficiente para poder gobernar, sobre todo si es con mayoría absoluta, sería un trampolín para recomponer la imagen del líder de la oposición y apuntalar sus opciones en las próximas generales. «Lo que pase el 4 de mayo va a ser clave para que yo sea presidente del Gobierno cuando se convoquen elecciones», reconoció Casado hace dos semanas.
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El riesgo de ganar sin opciones de seguir en la Puerta del Sol porque la suma de las fuerzas de izquierda es superior no se contempla en la calle Génova, donde se relamen con la victoria con la única incógnita del tamaño de la misma. Una incertidumbre nada irrelevante porque si Ayuso tiene que cogobernar con Vox, una fórmula que a ella no le produce el menor asco, supondría una revisión del giro al centro de Casado y pondría en un brete a los demás gobernantes autonómicos del PP, alérgicos hasta ahora a compartir tareas gubernamentales con la ultraderecha.
Otra lectura que hacen dirigentes populares es que el triunfo de Ayuso abriría la espita a las conspiraciones de salón para aupar a la presidenta madrileña al liderazgo del partido. Pero Casado no está en ese escenario, y la candidata dice que tampoco, aunque no faltan quienes lo alientan. El líder del PP necesita como el comer un victoria electoral tras los batacazos en Cataluña y País Vasco. El triunfo en Galicia sabe que está en el haber de Alberto Núñez Feijóo, no en el suyo.
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Su problema es que el PP siempre, o casi siempre, gana en Madrid pero no tiene una traslación automática al resto de España. Un 4 de mayo triunfal no es garantía de lo mismo en unas generales, al menos mientras persista la fragmentación de la derecha. Sánchez no se enfrenta a la misma tesitura porque si bien el PSOE tiene más difícil gobernar Madrid, no conseguirlo no desbarata sus planes para la legislatura.
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