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Si Junts consuma la exigencia que ha obligado a Pedro Sánchez a ceder de nuevo -esta vez para salvar la revalorización de las pensiones- y lleva hasta el final el debate sobre la cuestión de confianza a la que pretende que se someta el ... presidente del Gobierno, el Congreso afrontará la excepcionalidad de que sea un aliado del Ejecutivo el que promueva lo que supondrá, de facto, un examen sobre la entereza del jefe del Ejecutivo. Pero más allá de lo evidente, ese pleno puede escenificar otras circunstancias colaterales. Por ejemplo, que ante una jornada políticamente tan relevante suba a la tribuna el portavoz habitual del PNV en las sesiones de calado, Aitor Esteban, en medio de un inesperado pulso por el liderazgo del partido, aliado de los socialistas en Madrid y Vitoria, con el presidente del mismo, Andoni Ortuzar.
La pugna, que ha aflorado tras anunciar Ortuzar hace dos semanas su «disposición» a seguir al frente de la primera fuerza en Euskadi para un cuarto mandato si así lo quieren los afiliados, evidencia de manera sobrevenida las tensiones que ya se hicieron patentes en el relevo de Iñigo Urkullu como candidato a lehendakari y agrieta la cohesión interna de un socio especialmente fiable para Sánchez, más allá de sus coincidencias puntuales con el PP en asuntos relevantes en la estrategia de los nacionalistas como la defensa de la democratización de Venezuela o la supresión del impuesto a las energéticas. Dado que el duelo es por el poder orgánico y no de carácter ideológico y que los peneuvistas retienen Ajuria Enea gracias al pacto con el PSE frente a una EH Bildu al alza, nada apunta a que el presidente tenga motivos para inquietarse por este flanco de sus zozobrantes acuerdos de investidura. Pero la crisis puede tener derivadas en este volátil contexto político.
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Una vez que el partido renovó no solo a su aspirante a lehendakari -el hoy ya presidente vasco Imanol Pradales-, sino también a los líderes de las ejecutivas territoriales de Vizcaya -encabezada hasta su sustitución por Itxaso Atutxa, a la sazón esposa de Aitor Esteban-, Álava y Guipúzcoa, Ortuzar apuró hasta la fecha límite del comienzo de la primera ronda, en el largo y alambicado proceso de elección interno, para desvelar que se decantaba por seguir. Una decisión que ha soliviantado a parte de la formación, donde ha emergido una contestación que se ha exteriorizado, fundamentalmente pero no solo, insuflando opciones a la posibilidad de que Esteban lidere el partido. El aludido, con el escaparate de la tribuna del Congreso en dos legislaturas muy convulsas, se ha dejado querer contra pronóstico, porque uno y otro eran, al menos hasta ahora, uña y carne política.
Quedan dos meses hasta que la asamblea general del PNV entronice a su presidente. Un lapso prolongado para los tiempos que corren, con segunda y decisiva segunda vuelta incluida, que determinará hasta dónde llega la batalla por el control de la centenaria sigla. Pero a nadie se le escapa el impacto que puede ejercer la fractura intestina sobre la credibilidad negociadora de los peneuvistas si se materializa el divorcio entre el líder del partido y su portavoz y mano derecha en el Congreso.
Era otra situación, más exigente para él, pero Sánchez ya justificó aplazar la negociación de los nuevos Presupuestos del Estado a que culminaran los procesos en Junts y ERC, en los que fueron reelegidos para la presidencia Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Y aunque la batalla en el PNV no es por la estrategia, la posibilidad de que el resultado en Guipúzcoa permita reforzar su peso a la ejecutiva más soberanista, en el territorio además, en el que la hegemonía es de EH Bildu, puede introducir un factor de presión en la futura cúpula peneuvista.
Sánchez cuenta, sobre el papel, con otro elemento para no temer por las turbulencias en los nacionalistas vascos. Las relaciones con el PP del tándem Ortuzar-Esteban atraviesan si no su peor momento -las hemerotecas guardan el abismo abierto entre José María Aznar y Xabier Arzalluz a cuenta del Pacto de Lizarra y el 'plan Ibarretxe' y también «la traición» que representó para Mariano Rajoy que los peneuvistas apoyaran la moción de censura de Sánchez-, uno que se le aproxima. Un distanciamiento larvado pese a los acuerdo puntuales y que se ha agudizado a cuenta de la cesión del palacete de París.
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