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Gabino de Lorenzo se va. Esta vez parece que para siempre. La carta que ayer remitió su colaboradora más fiel de estos 31 años de vida política, tiene aire de despedida sincera: «Setenta y cinco años es una buena edad para la jubilación ... y yo los he cumplido hace unos días» (para ser exactos, el pasado 14 de febrero), reza la misiva a Mariano Rajoy. Solo un guiño ‘gabinista’ : «Presidente, puedes contar siempre con este jubilado y leal amigo».
Fue una sorpresa completa para una ciudad que ya le despidió dos veces. Una, cuando anunció como cabeza de lista electoral del PP al Congreso que la ciudad se podía «se podía gobernar por teléfono»; otra, cuando dio un paso al lado y se mudó, también por sorpresa aunque menor, a la Delegación del Gobierno. Hubo quien pensó en aquel 2011, que se iba de verdad, pero desde la plaza de España vigilaba su pasado. Solo así se explican sus pocas intervenciones en la política local de estos años, como cuando denunció la inseguridad del Carlos Tartiere a la vez que el nuevo equipo de gobierno iniciaba un luego fracasado intento de hacerle pagar por la ruinosa expropiación de Villa Magdalena.
Ausente y presente. Los últimos siete años, Gabino de Lorenzo estaba o no estaba, pero veía pasar los cadáveres de quienes fueron figuras de su época en lo político y en lo empresarial.
Hay quien interpreta en su adiós de ayer una última prevención. En unas semanas, empieza el juicio contra Alberto Mortera, su exconcejal de Urbanismo y su exjefe de gabinete en Delegación del Gobierno. Puede ser. Vale también explicarlo por la delicada salud de hierro de De Lorenzo o por esas fotos con su nieto mayor en las que el que fuera el hombre más poderoso del PP asturiano parece solo eso, un abuelo.
Un abuelo que empezó en política en un salto extraño. En 1987, De Lorenzo dejó su trabajo en Ensidesa, se afilió a AP, se convirtió en candidato a la Alcaldía y se llevó con él a su número dos en la peña flamenca que dirigían, Jaime Reinares. Que ya es raro. La explicación nunca oficial es que las familias conservadoras de Oviedo buscaron a alguien con gancho popular, con tirón para acercarse a una Alcaldía que parecía inalcanzable. Acertaron. Cuatro años más tarde, con el apoyo voluble del CDS –la única capital en la que los de Suárez votaron al candidato del partido que venía a comérselos–, Gabino de Lorenzo se convirtió en alcalde.
A mediados de los años ochenta, pocos auguraban una larga vida política a Gabino de Lorenzo, pero llegó a ser investido seis veces seguidas, todo un récord. Nacido el 14 de febrero de 1943, sus orígenes están en el Oriente de Asturias, donde tiene su segunda casa, una finca en Benia. Está casado, tiene dos hijos y un nieto. Estudió en el Colegio de los Hermanos Maristas y se doctoró en Ingeniería de Minas.
Su vida laboral se desarrolló en Uninsa y posteriormente, en Ensidesa, donde llegó a alcanzar el cargo de ingeniero jefe. De aquel trabajo recibe ahora la pensión que le permitió anunciar orgullosamente su renuncia al sueldo de alcalde. Se afilió a Alianza Popular en 1983. En el año 1987 abandonó el ejercicio de su profesión cuando resultó elegido concejal del Ayuntamiento de Oviedo como cabeza de lista del PP, grupo mayoritario de la oposición en esos momentos. Desde entonces presidió la junta local del PP en Oviedo hasta dejar los trastos en manos de Agustín Iglesias Caunedo. Cuatro años más tarde, en 1991, obtiene la Alcaldía de Oviedo, cargo que repite con mayoría absoluta en las elecciones de 1995, de 1999, 2003 y de 2007. Un récord de victorias para las que el PSOE no encontró antídoto y que, en estos tiempos revueltos, han necesitado de tres partidos y burlar a la FSA para que la Alcaldía no siguiese en manos del PP.
Él es un «paisano» –como le gusta definirse–, uno más, un alcalde que pateaba las calles con un móvil en la mano –uno de aquellos ladrillos de un kilo– y llamaba a los servicios municipales cuando un vecino le paraba para pedir algo. El alcalde en las pequeñas cosas.
Esa es su imagen, sí, pero también el pasado. Las protestas del «catastrazo», hace más de dos décadas, le alejaron de la calle salvo en vísperas electorales. Su cercanía era mediática, de fotos con caballos y perros, de declaraciones solo en un medio amigo celebradas por oportunas, que alternaba con silencios.
Su biografía puede resumirse en unas líneas, pero su gestión no. La peatonalización del centro, renovada cada pocos años, el «ta guapu Oviedo», su habilidad para enredar a una oposición desnortada y su uso de la comunicación son parte de las claves de su éxito. Las denuncias de corrupción, ni le han salpicado; el criticado clientelismo de fabadas, toros, zarzuelas y mantas triunfa; el urbanismo de trazo grueso gusta; y las privatizaciones de todo pelo, apenas suscitan protestas. Gabino de Lorenzo está por encima de ellas. ¿Y en sus filas? Si hay que cortar cabezas, se cortan. No le tiembla el pulso.
Coqueteó con el asalto a la presidencia regional y como paso previo se encabezó la lista al Congreso por Asturias. Fue su gran derrota electoral, el mayor batacazo del PP en unas generales en Asturias. De Lorenzo renunció al escaño y se atrincheró en Oviedo. «Ya no aspiro más que a ser elegido de nuevo alcalde», aseguró, confiado en sus fuerzas y en que ya había ganado con anterioridad a los candidatos de la izquierda ovetense. Y, de nuevo, fue elegido regidor, aunque en esta ocasión, en 2011, sin mayoría absoluta.
No lo supo llevar. Dejó la tarea a Caunedo. Se sentó en Delegación del Gobierno y encendió los fogones. Cocina bien, es mejor anfitrión y no queda un asturiano que no le haya reído un chiste. El de ayer, irse por carta frisando la medianoche, es el último.
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