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SANDRA S. FERRERÍA
OVIEDO.
Miércoles, 2 de diciembre 2020, 03:27
El expresidente de Cantabria Juan Hormaechea falleció la pasada madrugada en Santander a los 81 años. El político fue presidente de la comunidad vecina durante dos legislaturas, entre 1987 y 1995, y llegó al Gobierno regional después de estar al frente de la ... Alcaldía de Santander durante una década, en concreto de 1977 a 1987. Fue un político impetuoso, visionario y temido. Como alcalde de Santander y presidente de Cantabria siempre pensaba a lo grande. Soñó con osos polares en el Cantábrico, con un toro semental canadiense que crease supervacas cántabras, elevó un Palacio de Festivales faraónico forrado de mármol y reprodujo su propio safari africano -a los que tan aficionado era- en las antiguas minas de hierro de Cabárceno, que hoy es la joya del turismo en esa región.
Hormaechea nació en la capital cántabra el 5 de junio de 1939. Licenciado en Derecho comenzó en política en 1974 y fue elegido alcalde en la ciudad que le vio nacer en los comicios de 1977, a los que se presentó por Unión del Centro Democrático (UCD). Posteriormente, en 1987 dio el salto a la política autonómica, momento en el que fue elegido presidente de Cantabria como independiente por Alianza Popular.
Siendo jefe del Ejecutivo regional tuvo que enfrentarse a tres mociones de censura. La primera, presentada por el PSOE en 1990 y apoyada por el PRC y por el CDS, prosperó, de manera que estuvo apartado del cargo durante seis meses, momento en el que gobernó el socialista Jaime Blanco, fallecido en septiembre.
En mayo de 1991, recuperó la presidencia bajo las siglas de la Unión para el Progreso de Cantabria (UPCA), partido que había creado en noviembre del año anterior con espíritu regionalista. No obstante, llegó al poder gracias a un pacto de gobierno con el PP, tras el cual se afilió al partido, y disolvió a la UPCA. Posteriormente la resucitó tras una crisis de gobierno que se saldó con la dimisión de seis consejeros. Bajo UPCA se presentó como candidato al Senado en las elecciones generales de 1992, lo que provocó su baja inmediata en el PP.
Hormaechea fue el primer presidente de una comunidad inhabilitado durante su mandato. El 24 de octubre de 1994 llegó la condena por la publicación de varios comunicados de prensa personales dirigidos contra sus oponentes políticos y por la adjudicación a dedo a una empresa de los carteles anunciadores de las obras de la Diputación. En total fue sentenciado a seis años de cárcel y catorce de inhabilitación por malversación y prevaricación. Tres años después volvió a optar a la presidencia de Cantabria, pero la madrugada anterior a los comicios, la Junta Electoral resolvió que era inelegible porque había sido condenado por injurias y privado del derecho de votar y de ser elegido. Así se apartó de la vida pública y volvió a reaparecer en 2018 en un acto público en Torrelavega. Entonces aseguró a los asistentes que se sentía «con voluntad, deseos e intención de volver a la política».
Los cántabros le recordarán por ser el presidente que se movía en helicóptero por la región. Mientras buscaba un emplazamiento para un vertedero, descubrió la riqueza paisajística de la antigua mina de Cabárceno, donde inició la construcción del zoo.
Pero, sobre todo, empleaba el helicóptero para controlar las obras de aquel ambicioso y desmedido plan de carreteras que proyectó. Aún resuenan los más de tres mil millones de pesetas (18 millones de euros) que costó la carretera de Bárcena Mayor, el sobrecoste de la de Potes-Espinama y los 2.074 millones de pesetas (12 millones de euros) que costó arreglar ocho kilómetros de carretera entre Puente Arce y Renedo.
También será recordado como el presidente que aspiró a urbanizar Cantabria. Se decía que asfaltaba hasta los gallineros. No soportaba los socavones ni los charcos, decía que quería que la gente pudiese pasear con zapatos por toda la geografía y puso en marcha una campaña de pavimentación de núcleos rurales.
Cuentan que el expresidente llegaba a su despacho en la antigua Diputación entre las diez y las once de la mañana, leía la prensa y se le desataba el malhumor. Entre las dos y tres de la tarde terminaba su jornada que acostumbraba a reanudar no antes de las seis de la tarde. Entonces regresaba de buen humor, afable y persuasivo y trabajaba hasta las diez o las doce de la noche.
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