Madrid, la gran batalla

Populismo. Iglesias y Ayuso, tan carismáticos como hiperbólicos, fomentan su enfrentamiento para explotar una polarización que a ambos les beneficia

OLATZ BARRIUSO

Martes, 16 de marzo 2021, 03:38

Cualquiera diría que el nuevo giro de guion de ese culebrón enloquecido en el que se ha convertido la política española lo ha escrito un aficionado al horóscopo. Porque de auténtica conjunción astral puede calificarse que la gran batalla política de la España reciente la ... vayan a protagonizar dos líderes tan carismáticos como hiperbólicos que nacieron el mismo día, el mismo año y en la misma ciudad. El 17 de octubre de 1978 llegaron al mundo Isabel Natividad Díaz Ayuso y Pablo Manuel Iglesias Turrión, por supuesto en Madrid. «Báilalo, Iker Jiménez», retaba jocoso el líder de Podemos en su último cumpleaños, con un tuit en el que aprovechaba para felicitar a la presidenta madrileña. Efectivamente, la coincidencia, en un día como el de ayer, es digna de 'Cuarto Milenio', un fenómeno casi paranormal que da un vuelco -otro más- al tablero político en España y reduce la confrontación política a una dicotomía más bien simplista (¿populista?) de pancarta y titular.

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Estuvo rápida la locuaz Díaz Ayuso al adaptar a las nuevas y cambiantes circunstancias el eslogan que acuñó la semana pasada para lanzar su campaña tras el adelanto electoral que provocó la fallida moción de censura de PSOE y Cs en Murcia, seguramente el 'efecto mariposa' más bestial que se ha conocido nunca en política. Efecto mastodonte, más bien. Del «socialismo o libertad» que entonó para movilizar al votante de derechas, 'comerse' a Ciudadanos y frenar la tendencia ascendente de Vox, pasó ayer al «comunismo o libertad» que dejó rauda para la posteridad en su cuenta de Twitter. El guiño no es baladí: Rocío Monasterio se había apresurado a celebrar en la misma red social que el voto a Vox tenía más sentido que nunca al entrar en escena el todavía vicepresidente segundo.

Se le nota a la candidata del PP encantada con el conejo que el líder de Podemos guardaba en la chistera, hasta tal punto que ayer mismo celebró, mordaz, haber «sacado» a Iglesias de La Moncloa. «España me debe una», se jactó, sin poder disimular la satisfacción de saberse, como nunca, en la cresta de la ola y bendiciendo, a su vez, a Iglesias como su némesis electoral, para desesperación del PSOE y su candidato, Ángel Gabilondo, y de un Íñigo Errejón que ve como su antiguo amigo se cobra la enésima venganza tras su ruptura y le lanza una OPA tan hostil como la de Teodoro García Egea a Ciudadanos. Ambos, presidenta en funciones y vicepresidente saliente, saben que en la polarización extrema y en la beligerancia clásica en el eje derecha-izquierda tienen sus mejores bazas.

No menos lanzado se percibe a Iglesias, también en su salsa al poder confrontar de tú a tú con una dirigente cuya carrera política ha crecido en paralelo a la suya y de la que se coloca enfrente con un movimiento que parece sacado de su idolatrada 'Juego de tronos' o de su vicio seriéfilo más reciente, la francesa 'Baron Noir'. Hay imágenes de ambos, más bisoños, compartiendo mesa de debate en el mítico programa 'La Tuerka' de Canal 33, hace ocho años, cuando Podemos estaba a punto de dar el salto a la política nacional espoleado por el movimiento 15-M, del que, en otra coincidencia inquietante, están a punto de cumplirse diez años. Entonces, ambos se iban juntos de cañas tras echar el resto en sus rifirrafes televisivos.

Pura dinamita

Pero desde entonces ha llovido mucho y, ya en los tiempos recientes, aunque Ayuso siempre se ha querido proyectar como contrapoder a Pedro Sánchez, también ha tenido tiempo de lanzar dardos contra el líder de Podemos, que siempre le han llegado de vuelta. Ella le ha llamado a él antidemócrata; él a ella clasista y segregadora; ambos se han echado la culpa mutuamente de provocar la muerte de miles de ancianos en las residencias madrileñas al inicio de la pandemia. Unos antecedentes que prometen convertir en pura dinamita la campaña, para la que Iglesias ya ha encontrado el reverso del eslogan ayusista: «Democracia o fascismo».

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Lo que es evidente, y también tienen en común, es que los últimos movimientos de ambos, que han sacudido hasta los cimientos le la política en España, tienen mucho que ver con su ambición personal. A nadie se le escapa que, si Ayuso logra sus objetivos el 4-M, se convertirá en la nueva lideresa, si no orgánica sí estratégica y moral, del Partido Popular. Un triunfo, si lo logra, que pondrá a prueba el liderazgo de Pablo Casado y su estrategia de desmarcarse del abrazo del oso de Abascal.

Por su parte, quienes conocen bien a Iglesias afirman que le preocupa, sobre todo, su legado político, como demuestra que haya designado ya sucesora a Yolanda Díaz sin encomendarse a nadie. Con su última jugada de ajedrez, que propios y extraños reconocen como audaz, el líder de Podemos intenta garantizar la supervivencia como organización de Unidas Podemos, amenazada por el galopante adelgazamiento de poder territorial que le acechaba. Si la izquierda logra más escaños que la derecha en Madrid, es previsible que se quede para celebrarlo; si no, es posible que emprenda la retirada.

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