El liderazgo de Sánchez, a prueba

El presidente del Gobierno opta por la cautela para dar respuestas a una crisis sanitaria sin precedentes

Domingo, 15 de marzo 2020, 20:12

Una crisis como la del coronavirus es de las que forjan un líder o lo mandan a los infiernos. ¿Ejerce Pedro Sánchez el liderazgo necesario para las dimensiones de esta pandemia? Las notas se ponen al final del curso, pero los primeros compases dan algunas ... pautas. El presidente del Gobierno ha optado por el gradualismo y la cautela, y adopta decisiones en función de la evolución de los acontecimientos y de las opiniones de los expertos. Una estrategia que para la Moncloa es responsable, pero otros tienen la percepción de que va detrás de los acontecimientos.

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Es indudable que no hay «un manual», como dijo Sánchez el jueves, para hacer frente a una crisis sanitaria de este calado. Las respuestas, sostiene, hay que decidirlas paso a paso para evitar un alarmismo que a nada bueno conduce. Esta prudencia, a juicio de muchos, tiene un pecado original, no haber impedido las manifestaciones feministas del pasado domingo en contra de la opinión de muchos expertos y del sentido común.

Una multitud, 120.000 personas en el caso de Madrid, se echó a las calles. El Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades alertó una semana antes del riesgo, pero su avisó se lo llevó el viento. Sánchez no quiso dejar pasar la oportunidad de reivindicar el feminismo como uno de los baluartes de su proyecto. Pudo haber tomado la decisión política de impedir las manifestaciones, pero no lo hizo.

El liderazgo se distingue por la existencia de una sola voz, pero la declaración del estado de alarma en un Estado autonómico no lo facilita. Los presidentes de los Gobiernos catalán y vasco marcaron distancias y alegaron una invasión de competencias en seguridad, sanidad y transporte, y amenazan con un conflicto adicional. Aunque el lehendakari Iñigo Urkullu, por «responsabilidad», acabó por asumir el decreto con objeciones. Quim Torra, en cambio, introdujo el tinte separatista y mantuvo su descarte. Nada sorprendente. El resto de gobernantes se puso en fila detrás de Sánchez, si bien la madrileña Isabel Díaz Ayuso introdujo sus matices distintivos.

Las diferentes posturas en el Consejo de Ministros ante la respuesta socio-económica tampoco contribuyeron a fortalecer la imagen del liderazgo. Sánchez anunció que el estado de alarma iría acompañado de una batería de medidas para paliar el impacto de la pandemia en el aparato productivo. Pero las discrepancias entre un sector de los ministros socialistas y los de Unidas Podemos obligaron a aplazar hasta el martes la aprobación de esas iniciativas. Esa es otra de las carencias que más se le reprochan al presidente del Gobierno, hacer anuncios sin materializarlos de inmediato.

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La oposición también ha roto la tregua de los primeros momentos de la crisis. El líder del PP no ahorra críticas a su gestión, si bien mantiene las formas ante una crisis de Estado. Ciudadanos, en cambio, ha dado un giro a su beligerancia y se ha transformado en un aliado fiel, a diferencia de Vox, que comparte los llamamientos a la unidad pero reprocha al presidente su «blandenguería» ante «comunistas e independentistas».

Frases grandilocuentes

Sánchez tiene que poner a prueba su liderazgo en este terreno de juego mientras las cifras de fallecidos e infectados sube día a día, la ansiedad entre la ciudadanía se extiende y la incertidumbre ante el final de la crisis se acrecienta. Su protagonismo ha ido de menos a más. Hasta la presentación el pasado jueves del plan de choque económico, había optado por un perfil discreto. El protagonismo recaía en Salvador Illa, ministro de Sanidad, y Fernando Simón, director de Alertas Sanitarias. Su primera intervención fue en un foro atípico, una asamblea de trabajadores autónomos el pasado lunes, para anunciar un plan de choque económico, que desarrolló el jueves tras un Consejo de Ministros extraordinario, al que siguió otro este sábado para declarar el estado de alarma, a los que se sumará el del martes para de nuevo anunciar medidas. Una procrastrinación en toda regla.

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El presidente del Gobierno ha intentado combinar la cautela, sin utilizar la artillería pesada desde el primer día, pero al mismo tiempo dice que tomará las medidas «que haga falta, donde haga falta y cuando haga falta». Una frase solemne que guarda reminiscencias con la que pronunció en 2012 el entonces presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi («El BCE hará todo lo necesario para sostener al euro»), y surtió efecto para frenar los ataques a la divisa comunitaria. Claro que ahora se trata de luchar contra un virus sordo a las palabras grandilocuentes.

El discurso de Sánchez, por otra parte, también se asemeja al de José Luis Rodríguez Zapatero en julio de 2010 en plena crisis económica: «Tomaré las decisiones que necesite España aunque sean difíciles. Cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste». No hace falta recordar dónde acabó el liderazgo de Zapatero.

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El calibre de su liderazgo se medirá con el paso de las semanas y las decisiones que adopte. Un líder, dicen los expertos, es el que logra que la sociedad se identifique con él en los peores momentos. Y Sánchez parte aquí de una mala posición. Es un dirigente que, como todos, está expuesto a las filias y fobias sociales, y él sabe más de las segundas que de las primeras.

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