Si la imagen, pactada entre la Puerta del Sol y la Moncloa, resultó bastante memorable por aparatosa –un mar de banderas, a modo de telón de fondo, de la Comunidad de Madrid y de España–, la tregua resultante de la cita que mantuvieron el 22 ... de septiembre de 2020, en lo peor aún de la pandemia, Isabel Díaz Ayuso como anfitriona y Pedro Sánchez quedó pronto en el olvido. El fulgor rojo de aquellas enseñas madrileñas y españolas distó de ser la estampa de la concordia para acabar convirtiéndose en metáfora de la sangre, políticamente hablando. Como simbólico fue que ambos gobiernos, disímiles en su ámbito de influencia, llevaran este martes su guerra al límite en un día tan aguerrido en la memoria colectiva como el 2 de mayo. Si Díaz Ayuso siempre ha buscado el cuerpo a cuerpo con Sánchez –ha llegado a decir, ante el 28-M, que su rival es él y no sus competidores por el cetro de la Comunidad–, el presidente no ha rehusado el envite. Antes al contrario: lo de ambos, tocados por una acusada voluntad de poder, es un duelo deliberado con un interés común: rentabilizar, cada uno para los suyos, la polarización de dos modelos que se presentan como el agua y el aceite. Incompatibles.
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Si uno decide A, la otra responde B convirtiéndose en no pocas ocasiones en ariete, lo quiera o no la dirección antes de Pablo Casado y ahora de Alberto Núñez Feijóo, de las posiciones del PP como oposición al Gobierno. Han corrido las especulaciones estos días sobre que la baronesa madrileña estaba perdiendo protagonismo ante la decisión de Moncloa de pleitear políticamente –y quién sabe si ante el Constitucional– contra la decisión del jefe de la Junta andaluza, Juanma Moreno, de relanzar la iniciativa para legalizar regadíos en el agonizante Doñana. Pero el talante de Moreno no es el de Ayuso. A ésta y a Sánchez –madrileña de Chamberí, madrileño de Tetuán– les va la pelea. El incidente protocolario de este martes es una espina afilada en una corona repleta de ellas: desde la gestión de la pandemia a la política fiscal, pasando por todo aquello identificado con la 'guerra cultural' –la identidad, los valores vinculados a la ideología...– y, lo más reciente, la ley de vivienda.
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María Eugenia Alonso
Feijóo deja hacer, por ahora, a Díaz Ayuso sabedor, él, de que necesita las mayorías que cosecha la presidenta madrileña y sabedora, ella, de que su feroz pulso con Casado también sembró desconfianza sobre cómo se las gasta ejerciendo su liderazgo. Las urnas han sancionado que a la baronesa popular le va bien rebatiendo al 'sanchismo'. En Moncloa, confrontar con quien no deja de ser una líder autonómica –algo que apenas se ha estilado con el lehendakari Ibarretxe a cuenta de su plan soberanista y con los dirigentes del 'procès'– les ayuda a alentar la hipótesis de que es la derecha sin complejos con la que la emparentan la que dirige el PP y presentar a Feijóo poco menos que como un títere.
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