Corría el año 2000 cuando los socialistas llegaban totalmente rotos y profundamente divididos al 28 congreso de la Federación Socialista Asturiana. El Parlamento había aprobado una Ley de Cajas que restaba poder al Gobierno regional sobre Cajastur que no hizo más que abrir la ... enorme grieta que ya existía entre 'villistas' y 'arecistas'. Javier Fernández, entonces consejero de Industria y vinculado al primero de los bandos, tomó la palabra y pronunció sin papeles el discurso probablemente más brillante y arrollador de su carrera política. Se presentó ante los delegados indecisos como «punto de encuentro» y dijo ser «capaz de acabar con este periodo de sombra, con este incendio interior que nos está consumiendo». Y les convenció.
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Se impuso con el apoyo crucial del entonces todopoderoso SOMA por una mínima diferencia a Álvaro Álvarez, el candidato de Vicente Álvarez Areces. Y, como había prometido, Fernández logró pacificar un partido que corría riesgo de hundirse por las luchas internas. No hay nadie en el seno de esta formación que no le reconozca la habilidad que tuvo en aquel momento para unir las dos mitades socialistas. «Ahora todos somos javieristas», se escuchaba en la época. Su receta, dicen, fue intensificar su presencia y reforzar la estructura local del partido para rebajar el poder a las llamadas familias. Un giro en la federación que aseguran los que conocen bien la historia de estas siglas que asustó al mismísimo José Ángel Fernández Villa, que poco a poco fue perdiendo poder en favor de su pupilo, quien no vaciló en fulminarle en 2014 al salir a la luz el escándalo de su enriquecimiento ilícito.
Del barrio de Requejo
Su llegada a la Secretaría General de la FSA fue uno de los momentos más importantes en su trayectoria política. Empezó allí su esplendor, aunque para entonces ya tenía responsabilidades de contenido más técnico. Nacido en 1948 en el barrio mierense de Requejo, en el seno de una familia emparentada con la legendaria figura de Manuel Llaneza que conoció la represión del franquismo, los ideales de izquierdas estuvieron presentes siempre en su vida. Sin embargo, demoró su entrada en la política activa hasta mediados de los 80, cerca ya de los cuarenta años, arropado por el entonces todopoderoso SOMA.
Obsesivo por la lectura y los análisis económicos, ocupó su primer cargo público en 1991, ya siendo funcionario del cuerpo de ingenieros del Estado, cuando fue nombrado director general de Minas durante el Gobierno de Juan Luis Rodríguez-Vigil, siendo consejero de Industria Víctor Zapico, cargo que él mismo asumiría entre 1999 y 2000. En 1996 fue elegido diputado nacional, donde forjó una estrecha amistad con José Luis Rodríguez Zapatero, por aquel entonces aún desconocido, quien luego le ofrecería un ministerio. «Fue el único que me dijo que no. Prefirió Asturias. Siempre fue un socialista distinto y entero», le alabó el expresidente hace apenas unos días.
Fernández compaginó inicialmente sus responsabilidades como secretario general de la FSA y senador, y supo mantener la bicefalia con el entonces presidente, Vicente Álvarez Areces, con escrupuloso respeto mutuo. Ni un desplante ni una declaración pública fuera de tono entre los dos dirigentes.
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Tras aquella primera apretada victoria en 2000, Fernández ganó otros dos cónclaves de la FSA, pero ya por mayoría aplastante. Con un liderazgo interno consolidado, el de Mieres se animó a dar el paso a la Presidencia del Principado en 2011, pero perdió frente a Francisco Álvarez-Cascos, que volvió a la política asturiana bajo sus propias siglas. Tuvo que esperar un año, con adelanto electoral de por medio, para ser proclamado presidente, pero sin mayoría absoluta. No fue un camino fácil. A la debilidad parlamentaria y la concentración de poder del PP en toda España, tuvo que añadir la crisis económica y política, que dio paso a la irrupción de Podemos, formación con la que ha mostrado siempre una posición beligerante y hasta combativa cuando sus representantes osaron poner en duda su integridad moral. Algunos dirigentes de Podemos, dijo en una ocasión, «salen todas las mañanas con una bolsa de basura en la mano buscando la vida de un socialista para depositarla como si fuera un vertedero», lo que está «endureciendo» la vida política del país. Su concepto del honor está por encima de todo lo demás y dio muestra de ello en el debate parlamentario enfrentándose de forma vehemente a quien quiso ponerlo en tela de juicio.
Pero su afán por separarse del populismo fue tal que también le pasó factura, trasladando en ocasiones una imagen distante. Con un talante más reflexivo que ejecutor, le costó transmitir actividad en el Gobierno y, sin embargo, su labor institucional le llevó a descuidar al partido, que se sintió abandonado porque tampoco encontró a la persona adecuada para cubrir sus ausencias en el día a día orgánico.
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La gestora
Su peso moral en el partido, lealtad institucional y sentido de la responsabilidad, nunca cuestionadas, le llevaron a poner cara a la gestora con la que los barones territoriales trataron –sin éxito– de poner fin a la era de Pedro Sánchez. Su peculiar salto a la escena nacional marcó también de alguna manera el fin de su carrera política. Fueron meses duros para el ahora presidente en funciones en los que tuvo que hacer frente a la «fotofobia» que él mismo reconoció tener y multiplicar sus apariciones públicas en Madrid. Recibió halagos de sus contrincantes políticos, que le reconocieron como un hombre de Estado, mientras iba perdiendo amigos en el socialismo asturiano, donde el 'sanchismo' irrumpía con fuerza de la mano de Adriana Lastra y Adrián Barbón, de nuevo con el apoyo del SOMA, esta vez liderado por José Luis Alperi.
Al defender la gestora y la abstención en la investidura de Mariano Rajoy, Fernández se situó en el otro bando. De esta forma, quien llegó al poder en la FSA para poner paz, se vio inmerso y protagonista años después en la mayor crisis de esta formación centenaria, dividida esta vez entre 'sanchistas' y 'susanistas', en la que resultó derrotado. Tras significarse como uno de los principales valedores de Susana Díaz en las primarias se quedó en una posición insostenible para liderar a una militancia inclinada hacia el ahora máximo líder nacional del partido. Lo cierto es que Fernández ya había anunciado previamente que sería su último mandato como presidente, pero si el relato hubiera sido otro quizá su despedida habría sido muy distinta. Él, sin embargo, se mantuvo firme en sus principios enfrentándose a Pedro Sánchez hasta el último momento a sabiendas de que sus postreros días en política serían difíciles.
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No se le vio en ninguno de los actos de campaña de su sustituto, Adrián Barbón, algo inédito en un presidente saliente, que no espera ya grandes homenajes y que abandona la política dolido por las heridas casi personales que para él supuso el distanciamiento de antiguos colaboradores como el propio exalcalde de Laviana, la ahora vicesecretaria del partido a nivel nacional, Adriana Lastra, o la ministra de Sanidad en funciones, María Luisa Carcedo.
Dirigente marcado por su relación vital, profesional y política con el carbón y el sector de la energía, Javier Fernández se va además con la transición energética, la financiación autonómica y el reto demográfico como sus grandes obsesiones. En sus últimos discursos no ha hecho más que hacer mención a estas cuestiones hasta el punto de alertar de que, lo que antes eran amenazas, ahora son peligros a punto de explotar. «Espero que seamos capaces de evitar la detonación», dijo hace solo unos días.
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