Inés Arrimadas no estuvo el 10 de febrero de 2019 en la foto de la plaza de Colón de Madrid que unió a los gerifaltes de PP, Ciudadanos y Vox para reivindicar la unidad de España. Alegó un retraso del avión que tomó en ... Barcelona, pero pocos se creyeron la excusa en su partido. Poco importa a estas alturas si la ausencia fue fortuita o premeditada porque la fotografía se ha hecho añicos.
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Los tres partidos de centro derecha, derecha y extrema derecha han relegado al cementerio de los recuerdos aquel espíritu unitario, navegan en solitario y las rencillas se han impuesto a las carantoñas. Solo les mantiene unidos los pactos autonómicos en tres comunidades y un puñado de capitales. Pero es un cemento de mala calidad, fraguado deprisa y corriendo para salvar los muebles tras el correctivo de aquellas elecciones del 27 de mayo del año pasado. Las desavenencias políticas se ahondan día a día. Con ruido en Madrid, con sordina en Murcia y Andalucía.
El último capítulo lo han vivido esta semana PP y Ciudadanos con el divorcio electoral en Cataluña y en España. Pablo Casado dio por concluida la aventura 'non nata' de España Suma (solo se experimentó con pobres resultados en el País Vasco en julio pasado). Arrimadas respondió con un adiós a las candidaturas conjuntas para las catalanes de febrero. Antes, en octubre, se había producido la explosiva ruptura de Casado y Santiago Abascal en el Congreso en medio de la moción de censura de Vox contra Pedro Sánchez.
El PP, ha confesado su líder, aspira a reverdecer los tiempos de José María Aznar y aglutinar a su sombra todo el voto a la derecha del PSOE. Una tarea casi imposible en lo que a su propia derecha se refiere. Vox ha demostrado que cuenta con un respaldo de titanio. Lo que muchos interpretaron como una derrota en la moción de censura –Abascal no obtuvo ni un solo apoyo adicional a su partido– se ha traducido en un cierre de filas de los suyos.
Todas las encuestas, incluidas las del CIS, recogen que la extrema derecha crece, y que, lejos de perder diputados, mantiene los 52 o mejora. Incluso en Cataluña. La del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat señala que entrará en el Parlament con fuerza. Con esa retaguardia, Abascal se permite tildar a Casado de «líder servil de la oposición». Los arañazos del PP no le hacen ni cosquillas. Su estrategia de oposición exagerada, de inflamación de los sentimientos patrióticos no para de ganar adeptos. Al menos hasta el momento.
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Casado sabe que por ahí pincha en hueso, y ha concentrado los esfuerzos en su flanco izquierdo. Quiere rescatar el millón y medio largo de votos que se largaron de su partido rumbo a Ciudadanos. «Estamos en otra etapa, –dijo el pasado lunes– en una etapa de unir a los votantes de estos partidos en un proyecto que es la única alternativa a Pedro Sánchez». La casa común que ofrece es la suya, la del PP.
Arrimadas se enfrenta a una OPA nada amistosa, y que, encima, tiene el patio interior revuelto. Se queja de que el PP quiere «cargarse» a Ciudadanos tras las frustradas negociaciones con el Gobierno para apoyar los Presupuestos. Ha sido un intento de demostrar que una tercera vía es posible pero, para regocijo del PP, no ha cuajado. Ahora, la líder naranja se enfrenta a los murmullos domésticos y los cantos de sirena desde la calle Génova.
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Para complicar su situación, el primer test para su estrategia llegará con las elecciones catalanas del 14 de febrero. Unas votaciones que hace tres años la catapultaron al estrellato político con la vitola de que Ciudadanos era la fuerza más votada, pero que ahora amenazan con contribuir a cavar su tumba. Los liberales podrían quedarse con un tercio de los 36 escaños logrados en diciembre de 2017, y sería un éxito que se quedarán con la mitad. Un retroceso que apenas capitalizaría el PP, que aunque podría duplicar su presencia en la Cámara catalana, se quedaría en torno a los ocho diputados, y disputaría el 'farolillo rojo' a Vox, que, en cambio, rentabilizaría el desastre naranja y sumaría hasta siete u ocho representantes. La derecha catalana no soberanista, dicen en Ciudadanos, es «muy española».
Aunque lo que suceda en Cataluña tendrá repercusión entre los protagonistas de Colón, la fractura ya está servida. La única soldadura que se atisba es que la derecha tenga que gobernar España. PP, Vox y Ciudadanos admiten en voz baja que ante esa tesitura siempre apoyarían a «uno de los suyos». Aunque los liberales exceptúan a Abascal.
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