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ramón gorriarán
Miércoles, 20 de diciembre 2017, 02:06
La campaña electoral catalana bajó la persiana ayer a medianoche con la lógica incertidumbre sobre quién va ganar y, la más acuciante, quién va a gobernar. La primera incógnita se despejará mañana; la segunda tardará más, si es que se llega a resolver, porque los ... vetos anunciados en estas dos semanas previas presagian un paisaje envenenado tras la batalla electoral que puede despertar el fantasma de la repetición de las votaciones.
Las fuerzas independentistas creen tener al alcance de la mano reeditar la mayoría absoluta de la pasada legislatura, aunque las encuestas no avalan esa confianza. Los constitucionalistas también se aferran a la esperanza de conseguirla. Pero el escenario más probable es que ni unos, ni otros lleguen a sumar los 68 escaños y que Catalunya en Comú Podem, con su discurso entre dos aguas, tenga la llave para gobernar.
Pero no va a ser fácil la investidura del próximo presidente de la Generalitat. Ni siquiera las alianzas que parecen evidentes están claras. El entendimiento entre Ciudadanos, PSC y PP, que muchos daban por cantado, no se puede dar por hecho. «No creo en una investidura con el PP, Ciudadanos y PSC, no solo porque los números no dan, sino porque no responde a la transversalidad del país», avisó ayer el socialista Miquel Iceta. El líder del PSC solo ve dos escenarios: un presidente independentista o Iceta presidente. Para que no queden dudas, anunció que será candidato a la investidura si nadie tiene la mayoría.
Hasta el PP, condenado a ser el farolillo rojo , tiene reparos para la mayoría antisoberanista. Prefiere tragarse el sapo de apoyar a Iceta que encumbrar a ‘la princesa’ Inés Arrimadas. Las repercusiones nacionales que tendría ese reconocimiento podrían ser un avispero para Mariano Rajoy y el PP. La candidata naranja, sin embargo, no tira la toalla y está convencida de que si se presenta la oportunidad de descabalgar al soberanismo ese objetivo prevalecerá sobre las miserias de los partidos. Ciudadanos, incluso, ha dado un paso hasta ahora impensable: pedir la colaboración de Catalunya en Comú Podem en una hipotética investidura. Un auxilio que para los comunes es un oxímoron.
Tampoco reina la armonía en el mundo independentista. La alianza secesionista permitió gobernar a Carles Puigdemont la pasada legislatura, pero la suma de Esquerra, Junts per Catalunya y la CUP no se puede dar por descontada a estas alturas. A las reticencias históricas de los antisistema a ser compañeros de viaje de los herederos de Convergencia, se ha sumado el conflicto de legitimidades que dirimen el republicano y el expresidente.
Junqueras quiere gobernar si Esquerra y el independentismo ganan mañana. Puigdemont se considera el presidente legítimo. Todo lo demás, dice, sería traición y legitimar la aplicación del 155. El exvicepresidente apela a la legitimidad de las urnas, el expresidente, a la de la historia.
Si en lo que parecen los acuerdos probables hay dificultades para que lleguen a buen puerto, en el resto de variantes la complejidad es extrema. Catalunya en Comú Podem, la mejor colocada para ser la depositaria de la llave, coquetea con la idea de un acuerdo «progresista» con Esquerra y PSC. Su candidato, Xavier Doménech, tentó a Iceta y le tendió la mano para «hacer un gobierno transversal, que no se hace con Albiol ni con Arrimadas».
Esta entente, pese a la presencia del PSC, «cómplice del 155», también es vista con buenos ojos en Esquerra. Pero los socialistas la condicionan a la renuncia de los de Junqueras a la vía independentista, y, claro, ERC no prevé ese volantazo. Las dudas sobre qué pasará tras el 21-D son más que razonables.La posibilidad de repetir comicios empieza a valorarse.
Ciudadanos afronta el 21-D como la cita más importante de su historia. «Tenemos ante nosotros solo dos opciones. O alargar el proceso independentista o iniciar una nueva etapa para Cataluña», remarcó ayer Inés Arrimadas. La candidata de Ciudadanos volvió a llamar al voto útil con el objetivo de aglutinar bajo las siglas naranjas la mayor parte del voto constitucionalista que le abra las puertas de la Generalitat. «Un solo voto puede servir para ganar las urnas. Nadie se puede quedar en casa», apuntó la dirigente liberal, ante las cerca de 2.000 personas que abarrotaban ayer la Plaza Mayor de Nou Barris, antiguo fortín de los socialistas.
Acompañada por la plana mayor del partido, con su presidente Albert Rivera a la cabeza, Arrimadas, que comenzó su discurso con una pequeña cacerolada de fondo, defendió a Ciudadanos como la única fuerza capaz de «ganar a los nacionalistas» y de frenar la hoja de ruta del soberanismo, ya que, en su opinión, el PSCno garantiza que se vaya a acabar el ‘procés’.
Rivera trató de arañar también papeletas socialistas recordando que cambiar el voto es «legítimo y a veces necesario» y advirtiendo una vez más de que Miquel Iceta apueste por un nuevo tripartito. «Elijan si quieren ser partícipes de una victoria histórica o si quieren lamentarse por no haber ido a votar», sentenció el líder de Ciudadanos, quien cerró su discurso afirmando que aspiran a conseguir un millón de votos.
Miquel Iceta comenzó el último día de campaña lanzando un mensaje en el foro Primera Plana de ‘El Periódico de Cataluña’:«La derecha no puede derrotar al independentismo». Y lo terminó en Cornellá de Llobregat, donde fue concejal en los primeros años de su carrera política, tratando de redondearlo: «Esta lista, que cierra Carlos Jiménez Villarejo, representa la reconciliación».
El líder del PSCfia su éxito electoral a su capacidad de transmitir que sólo él puede acabar con la fractura social de Cataluña, que sólo él puede «borrar las fronteras internas que se han levantado entre familias y entre amigos» –como dijo en el acto final del partido el exministro Josep Borrell–, porque la derecha, donde sitúa tanto al PP como a Ciudadanos, solo busca «revancha», dijo, y porque En Comú Podem ya demostró, al romper el pacto de gobierno en Barcelona, que «entre una agenda social de izquierdas y el independentismo, elige al independentismo».
Iceta apeló a los catalanistas no independentistas y a los progresistas para que apoyen un proyecto que, según prometió, «hará posible un cambio de rumbo». «Queremos recuperar el respeto a todas las ideas, que jamás se divida a nuestro pueblo –dijo–; que no haya diferencia política que dificulte un saludo, una sonrisa, un ‘selfie’. Y recuperemos la economía: nunca pondremos el bienestar de la gente al servicio de una bandera».
«Os pido vuestro esfuerzo activo, vuestro proselitismo para convencer». Mariano Rajoy puso el broche a la campaña de Xavier García Albiol en Barcelona con una llamada a no tirar la toalla. Hasta la última papeleta es importante para un PP en horas bajas en Cataluña. Un partido que se reivindica como voto «útil y seguro» para cerrar «la herida de la ruptura», promover un gobierno exclusivamente de corte constitucionalista y restar opciones a Esquerra y Junts per Catalunya. «Somos representantes del lado bueno de esta historia», reivindicó el presidente.
En los últimos días la del PP ha sido una batalla por los restos electorales. Debido al sistema de reparto de escaños, los populares se disputan con formaciones independentistas algunas de las últimas plazas. «La ley d’Hont no entiende de bloques», lamentan fuentes de la dirección nacional. De ahí que Rajoy llamara ayer a quienes no simpatizan con el secesionismo y que aún permanecen indecisos a apostar por su partido. «Nunca fue tan decisivo el último arreón», admitió el jefe del Ejecutivo.
Por la mañana estuvo en Gerona, donde 30.860 ciudadanos eligieron la papeleta del PP en las elecciones generales de 2016. Casi 8.300 más que en los comicios de Cataluña de 2015. Y a todos ellos les recordó que fue su Gobierno –y no Ciudadanos, pareció dejar en el aire– el que frenó la deriva independentista y convocó elecciones.
Ada Colau, Pablo Iglesias y Xavier Doménech. Como no podía ser de otra forma la coalición formada por los comunes y Podemos subió al escenario a sus tres pesos pesados en el mitin de cierre de campaña. Y lo hizo en un feudo del PSC: Santa Coloma de Gramanet, donde gobierna la socialista Nuria Parlón.
Colau y, en menor medida, Doménech hablaron de recuperar el diálogo, de acabar con la idea de que existen dos bloques y reconstruir los puentes entre esas dos cataluñas, la independentista y la constitucionalista. La llave para conseguir estos objetivos la tiene Doménech, el único capaz de unir a unos y otros, defendieron. Hay solo dos posibilidades, dijo el candidato a la Generalitat. O una victoria de los comunes o el bucle que traería consigo Puigdemont, al que Doménech se refirió en todo momento en detrimento de Esquerra. Iglesias fue el encargado de repartir a un lado. Primero a los independentistas, con los que aventuró una eterna discusión sobre quien deberá ser presidente. «¿Y después qué, darán otro plazo de 18 meses? ¿Van a prometer esta vez el apoyo de Israel?», se preguntó. El líder de Podemos apuntó a renglón seguido a la derecha que, dijo, «quiere aplicar el 155 por toda España», y al PSC por alinearse con PP y Ciudadanos. Iglesias también atacó a Felipe VI. «No es infrecuente que los borbones intervengan en política, pero por lo menos el padre de éste era más discreto», afirmó.
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