Fuego a discreción
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El 'caso Koldo' y sus derivadas colocan en el ojo de la tormenta a Sánchez, pero el peligro es la erosión del sistema en su conjuntoEl 'caso Koldo' y sus ramificaciones han quebrado el cristal. Será la Justicia la que al final determine las responsabilidades penales, pero el asunto, bochornoso, tiene una digestión política muy difícil para el PSOE más allá de que su reacción frente al exministro José Luis ... Ábalos -que renuncie el escaño de diputado por responsabilidad política- fuera quizá la única posible. Era una decisión necesaria para demostrar que existe un compromiso claro contra la corrupción, pero a estas alturas se antoja insuficiente.
A falta de conocer qué derivadas tiene el caso, la polémica erosiona el nervio ético del que presumía Pedro Sánchez para justificar la presentación de una moción de censura contra Mariano Rajoy en su momento. El candidato del PSOE llegó al poder a lomos de este relato de ejemplaridad que ahora, cuando menos, puede quedar emborronado por el comportamiento de algunos de los colaboradores más estrechos. La denuncia de la 'corrupción sistémica' empujaba al PSOE a una cruzada moral para limpiar la política de corrupción. La investigación de comisiones millonarias en plena pandemia con el asunto de las mascarillas desbarata esta narrativa y puede dar, en un principio, oxígeno al PP de Alberto Núñez Feijóo, que se encuentra eufórico convencido de que ha encontrado la varita mágica contra el PSOE con esta vuelta a la corrupción.
Lo que no ha conseguido la ley de amnistía, hasta el momento al menos, lo pueden lograr las revelaciones sobre la trama de Koldo García. El PP ha entrado en una dinámica de creciente presión contra Sánchez y contra la presidenta del Congreso, Francina Armengol, en la que se mezclan titulares y conceptos, un 'totum revolutum' entre delitos, faltas administrativas, negligencias y errores de bulto que generan un bucle de confusión difícil de romper.
El PSOE ha creado un dique de contención en torno a la presidenta del Congreso desde el convencimiento de que el verdadero objetivo del PP es cercar a Sánchez e implicarlo personalmente en el escándalo. «Lo sabía y lo tapó», esa es la consigna que los populares repiten sin cesar. La segunda pretensión es descubrir alguna pista que indique que las mordidas sirvieron para financiar al PSOE. El partido liderado por Feijóo quiere tomarse ahora la revancha de todos los escándalos de corrupción que le sacuden, muchos de ellos aún por dilucidar en los tribunales.
Mientras tanto, el PSOE se defiende pasando a la ofensiva involucrando al portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado, en la supuesta trama. Será los jueces los que determinen el ámbito de las responsabilidades penales, pero en el plano parlamentario, es previsible que las comisiones se conviertan en el Congreso y en el Senado en respectivas cajas de resonancia de las estrategias del poder y de la oposición con un nexo común: combatir al adversario a cuchillo. Es una feroz guerra de trincheras y el peligro real es que aumente más una desafección hacia el sistema democrático que luego costará mucho tiempo reconstruir. La idea de que 'todos son iguales' tiene hace tiempo un formidable caldo de cultivo que capitaliza el extremismo.
Al fiar en la práctica toda su estrategia al relato de la corrupción y hacerlo en un tono indiscriminado ya contra Sánchez, el PP deja el foco en torno a la ley de amnistía en un momento clave, a punto de saberse si al final cristaliza el acuerdo para que salga adelante o se bloquea definitivamente dejando la legislatura a los pies de los caballos. Resulta previsible que al final haya fumata blanca aunque el texto no sufra ya más que algún retoque técnico.
El debate es si el 'modo resistencia' es sostenible en el tiempo o produce un coste político y emocional que puede resultar excesivo. No ya para el presidente, que tiene piel de elefante, sino para su partido. La aspiración de gobernar del PSOE y de derribar al Ejecutivo del PP es legítima, pero la sensación de hacerlo a cualquier precio tiene un alto riesgo.
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