Los sondeos auguran una victoria rotunda de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones del próximo 4 de mayo en la Comunidad de Madrid. De confirmarse, el resultado podrá leerse como un varapalo para el presidente del Gobierno, que se ha entregado a la campaña como ... si encabezara la candidatura socialista. Pero Pedro Sánchez ya ha sacado algo positivo del adelanto electoral desencadenado por su intento de arrebatar el poder al PP en Murcia mediante una moción de censura. La contienda ha ayudado, al menos momentáneamente, a rebajar notablemente el ruido interno que desde hacía meses afectaba a su coalición con Unidas Podemos.
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El fenómeno es nuevo. Las recientes elecciones catalanas, celebradas de 14 de febrero, produjeron, de hecho, el efecto contrario. Pablo Iglesias, aún vicepresidente tercero del Ejecutivo, no solo levantó ampollas al cuestionar la calidad de la democracia española o comparar a Carles Puigdemont con los exiliados republicanos sino que hizo todo lo posible por exacerbar sus diferencias con el PSOE, llegó a tildar a Salvador Illa de candidato de «los brazos mediáticos del poder» y atizó a los socialistas por su negativa a subir el salario mínimo o sus reticencias a regular los precios del alquiler.
Diez días después de aquellos comicios, el jefe del Ejecutivo llegó a pedir directamente en un pleno del Congreso a su socio que bajara «los decibelios» y lo animó a aprovechar el «sosiego» de un periodo sin elecciones para mejorar las políticas del Gobierno con «realismo». La tensión era tal que Sánchez suspendió las reuniones de maitines con Unidas Podemos. «Esto se nos está yendo de las manos», admitían en la dirección socialista. Se acaba de vivir uno de los mayores choques que se recuerdan entre los dos partidos después de que Podemos tratara de impedir la tramitación de la ley de igualdad de trato del PSOE y buscara el voto en contra de los aliados habituales del Ejecutivo, en represalia por el bloqueo al borrador de la «ley trans» de Irene Montero.
El panorama ha dado ahora, inesperadamente, un giro de 180 grados. El mismo día en el que, para sorpresa del propio Sánchez, anunció su decisión de abandonar el Gobierno para concurrir como cabeza de cartel de su partido en Madrid, Iglesias ya dejó claro que evitaría la confrontación con el PSOE y Más Madrid para evitar desincentivar al electorado de izquierdas.
El suyo es un movimiento pragmático. Unidas Podemos no está ni mucho menos ya en condiciones de competir con el PSOE. Es más, hasta el 'sacrificio' de Iglesias era dudoso que fuera a conseguir superar la barrera del 5% de los votos que garantizan representación en la Asamblea. Más Madrid, la formación de Íñigo Errejón, que tiene un discurso más conciliador, le triplicó en escaños hace dos años; lo que puede resultar indicativo del perfil del votante al que ambos se dirigen. E Iglesias es plenamente consciente de que solo pintará algo si es en suma con Ángel Gabilondo y la candidata de Más Madrid, Mónica García.
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El hecho de que las encuestas concedan a Díaz Ayuso una ventaja tan apabullante es también un factor clave para la política de no agresión entre las fuerzas de izquierda. Los socialistas comenzaron la campaña marcando distancias respecto a Podemos para atraer voto de un Ciudadanos en caída libre -«con este Iglesias, no», dijo Gabilondo- pero ahora se han convencido de que sólo tendrá opción de gobernar de la mano de su socio en el Ejecutivo nacional y Más País y de que únicamente podrán competir con el bloque de la derecha si cada uno de ellos es capaz de convencer al electorado de izquierdas, menos movilizado, de que no todo está perdido.
Iglesias ponía antes el acento en su capacidad de evitar que el PSOE se escorara hacia la derecha. Lo hizo en las últimas generales, en las que había pocas dudas de la victoria de Pedro Sánchez. Ahora lo pone en su capacidad de colaborar para evitar el triunfo de la derecha y la extrema derecha.
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La tregua -que se suma al hecho de que el liderazgo de Podemos en el Gobierno resida desde finales del pasado mes en una política como Yolanda Díaz, menos explosiva y más clásica en su forma de manifestarse- ha tenido su plasmación en buena parte de la acción gubernamental en las últimas semanas. Esta semana, las conversaciones para poner límite a los precios de la vivienda volvieron a enquistarse, pero Podemos prefirió hablar de los avances en la negociación.
El partido de Iglesias teme que el 'plan de recuperación', que Sánchez presentó el martes en el Congreso, beneficie a las grandes empresas, pero a Pablo Echenique no se le oyó un reproche en su intervención ante el pleno. «Ni media mala palabra entre nosotros que pueda desmovilizar a la izquieda -dijo- Y, después de impedir a los reaccionarios vampirizar Madrid, estoy seguro de que podremos volver a ponernos de acuerdo».
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Ni siquiera la reforma de las pensiones planteada por el ministro José Luis Escrivá, que el socio minoritario del Gobierno acogió con enorme recelo, o la insistencia de la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, en que ahora no es momento para subir impuestos, han provocado las reacciones airadas que habría cabido esperar hace poco más de un mes, antes de que la presidenta madrileña cogiera con el pie cambiado al resto de formaciones con el adelanto electoral. Con todo, en la Moncloa mantienen la cautela y evitan dar por definitivamente resueltos los problemas de convivencia.
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