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Cuando José María García se dirigía al Congreso de los Diputados poco antes de las nueve de la noche del 23 de febrero de 1981, una patrulla policial le dio el alto en la Carrera de San Jerónimo. «¿Qué haces aquí, a dónde vas?», le preguntó uno de los agentes. Cuando el periodista respondió que se encaminaba a la Cámara Baja para cubrir el intento de golpe de estado, el policía le contestó que ahí no estaba «Pablo, Pablito, Pablete». Efectivamente, Pablo Porta –a quien aludía la famosa coletilla de García–, que por aquel entonces presidía la Federación Española de Fútbol, no se encontraba en el Congreso, pero un periodista debe seguir el rastro de la noticia y el epicentro ese día estaba claro.
Así que aunque ya era una figura reconocida en el periodismo deportivo, García no dudó un instante en desplazarse a la sede de la soberanía nacional. La irrupción de Tejero y sus secuaces pilló al periodista –muy vinculado a Asturias desde su infancia– en un centro médico madrileño. «Me había llamado mi mujer porque se había hecho daño en un tobillo. En la clínica, entró un taxista gritando: ¡Hay tiros en el Congreso!», recuerda. De inmediato, se dirigió a la sede de la Cadena SER, situada en el número 32 de Gran Vía, que ya estaba bastante concurrida. Las comunicaciones en aquella época eran muy deficientes y los teléfonos disponibles estaban saturados. Así que decidió coger una unidad móvil y acercarse al Parlamento en compañía de un técnico de sonido.
Fue ahí cuando se encontró con los policías, que le reconocieron de inmediato. «Fueron a buscar al capitán, que también sabía quién era yo, y empezamos a hablar. Hizo un poquito la vista gorda y nos dejó pasar», rememora. Al llegar al Congreso, García percibió «pavor, después temor y, a medida que iban pasando las horas, esperanza». Era una noche «muy grave, donde había que agudizar la sensibilidad por lo que estaba sucediendo y lo que podría suceder;nadie conocía el desenlace».Mientras cubría los acontecimientos, recibió una llamada del jefe de Informativos de la SER por la línea interna de la unidad móvil. «Me contó que los redactores estaban un poco molestos porque estaba cogiendo excesivo protagonismo y que lo dejara», cuenta.
Pero García no se conformó y regresó horas después, ya por la mañana, al Parlamento. «Me dije:si puedo pasar, de ahí no me mueve nadie». Y así ocurrió. Presenció la salida, primero, de los guardias civiles y, luego, de los diputados, que vivieron 18 horas de angustia, testigos de un episodio lamentable del que hoy se cumplen 40 años. «Ponían cara de sorpresa cuando me acercaba a preguntarles y me decían «¿qué haces aquí si no hay partido?». El ambiente previo al fallido golpe de estado, como se ha repetido innumerables veces en estas cuatro décadas, era de ruido de sables. «Pero nadie lo podía esperar», asegura el periodista. Aunque reconoce que «las espadas estaban en todo lo alto y los militares se sentían muy incómodos», nadie –o pocos– pensaban que se pudiera llegar al extremo de poner en peligro la incipiente democracia.
La declaración del Rey emitida por TVE durante aquella tensa madrugada «acabó con las dudas» sobre la estabilidad del país. El mal trago sirvió para «tranquilizar y abrir un futuro lleno de ilusión, así como para mandar el mensaje a los excesivamente inquietos y perturbadores de que poco o nada tenían que hacer». De forma paralela, aunque sea un aspecto anecdótico, el 23-F también es conocido como 'la noche de los transistores'. Todo el país permaneció atento a la radio, la única fuente de información durante la madrugada. «Fue la gran noche de la radio española, que fue la más creíble y la más poderosa de Europa; ahí es cuando nos empezaron a conocer fuera», apunta García.
En tierras lusas
El asalto al Congreso pilló al asturiano Diego Carcedo en Lisboa, donde estaba destinado como corresponsal de Televisión Española. «Tenía que mandar una crónica y llamé a la redacción para saber de cuánto tiempo disponía;entonces, se oyeron disparos y a gente gritar porque habían entrado los guardias civiles en el Congreso», relata. Su primer pensamiento es que «eran etarras» vestidos con el uniforme de la Benemérita. Una vez que le dijeron que se trataba de Tejero, pidió a sus compañeros que no colgarán el teléfono para tener línea directa con ellos de manera permanente.
De inmediato, Carcedo procedió a llamar a los máximos dirigentes del país vecino. Entre ellos, el entonces primer ministro, Francisco Pinto –que también era periodista y amigo de la infancia de Juan Carlos I–, y el embajador, Fernando Rodríguez-Porrero de Chávarri. También al padre del Rey, Juan de Borbón. «A partir de ahí, entramos en convulsión total». Pinto dio orden de dejar las fronteras abiertas para que los españoles que pudieran se refugiaran en Portugal, país al que incluso Carcedo llegó a pensar en pedir asilo político. «Mi primera reacción fue creer que me iban a destituir, por lo que me puse a hacer las cuentas de la corresponsalía, para que vieran que no me quedaba con dinero», explica.
La televisión lusa le pidió que presentara el programa especial que se iba a transmitir y que se prolongó hasta bien entrada la madrugada, durante el cual el asturiano tuvo que traducir el mensaje del Rey. Intervención por la que Carcedo llegó a recibir amenazas por parte de los afines a los golpistas. «Lo pasé muy mal porque me quedé solo en la redacción. Me entraron muchas ganas de llorar porque lo veía todo perdido», recuerda. A la angustia por los acontecimientos en sí mismos, se sumaba la preocupación por su mujer, la también periodista Cristina García Ramos, que en aquellas fechas era presentadora del Telediario, a las órdenes de Iñaki Gabilondo. «Ella tuvo miedo porque cuando terminó el informativo entraron los militares y ordenaron poner música militar».
De esa noche para la historia, resalta el papel de Sabino Fernández Campo, secretario general de la Casa del Rey, que fue «quien tuvo las mejores ideas y paró el golpe», gracias a las indicaciones que le dio al Monarca, que llamó personalmente a los generales para detenerlo. Carcedo, cuyo conocimiento sobre el 23-F ha plasmado en varios libros, asegura que «había mucha incertidumbre en la época, con una derecha y una ultraderecha que estaban intoxicando por un lado y otro». Incluso en Portugal se conocía el ambiente enrarecido que se respiraba en España, «con una democracia tan endeble y con tantas preocupaciones». Pero que consiguió salir reforzada tras una jornada de máxima inquietud.
«Calma chicha» en Gijón
El recuerdo más nítido que tiene José Antonio Rodríguez Canal del 23-F es que en Gijón reinaba «calma chicha». Entonces ocupaba el cargo de redactor jefe de día de ELCOMERCIO –llegaría a director adjunto de este periódico– y recorrió la ciudad junto a Luis Bericua, redactor de deportes, para comprobar si había movimiento en puntos con presencia policial y militar, como el cuartel de la Policía Armada –situado en Begoña–, el de El Coto, la Comandancia de Marina y el cuartel de la Guardia Civil, en Contrueces.
El periodista gijonés también se desplazó al Ayuntamiento, donde había una sesión de la comisión municipal permanente que se tuvo que suspender por los acontecimientos. Como también se canceló la conferencia que iba a pronunciar Fernando Morán, quien poco tiempo después llegaría a ser ministro en el gabinete de Felipe González. Coincidió con él en el bar Asturias –conocido popularmente como 'la Botica'–, en la plaza Mayor. Durante esas horas, también se encontró con Luis Felipe Capellín, concejal del PC, que se acercó al periódico y aseguró que «el archivo del partido estaba a buen recaudo».
Previamente, la noticia le había cogido en el periódico. Francisco Carantoña, el histórico director de este diario, seguía la votación de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, que sustituiría en la Presidencia del Gobierno a Adolfo Suárez. «Se asomó desde su despacho y dijo: La Guardia Civil, en el Congreso». Ahí comenzó el despliegue informativo. Hacia las ocho de la tarde, como cada día, Carantoña salió hacia su domicilio. «Si viene alguien, le decís que estoy en mi casa», señaló. El director regresó después para continuar al frente del periódico y escribir su comentario, en favor de la Constitución.
El mensaje del Rey, recuerda Canal, lo escuchó en la cafetería El Cisne Negro, en Menéndez Valdés. Como se acostó de madrugada –era habitual en una época en la que la hora de cierre del periódico era muy tardía–, fue su mujer quien le despertó a primera hora para decirle que habían comenzado a abandonar el Congreso los guardias civiles y los diputados, con lo que se ponía punto final a un episodio lamentable. «Al principio, aparte de temor, había zozobra, el no saber qué podía pasar nada más estallar», señala el periodista gijonés, quien recuerda que, a medida que pasaba el tiempo se recuperaba parcialmente la calma, «al ver que no pasaba nada».
Canal coincide con García y Carcedo en que los meses e incluso años previos estaban marcados por la tensión «entre los mismos bandos que quedaron de la Guerra Civil». Hechos luctuosos como la matanza de los abogados de Atocha en enero de 1977, el rosario de atentados de ETA y la aparición de los GRAPO alimentaron el hostigamiento a Suárez, que dio un paso al frente y dimitió para evitar que España regresara a tiempos oscuros, como intentaban los impulsores del golpe militar. Cuarenta años después, volvemos a celebrar que el triunfo fue para la democracia.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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