Azahara Villacorta
Domingo, 11 de junio 2017, 17:23
Miedo. De eso va todo esto. «Creo que queda muy clara la necesidad de meternos el miedo en el cuerpo de todos estos atentados. El miedo de verdad. El que nos haga desconfiar del señor que cruza el paso de peatones a nuestro lado. Apelan a lo más primitivo que tenemos, algo que quedó claro en el ataque de Mánchester: Ya no vamos a por vosotros, vamos a por vuestros hijos. Y creo que la reacción de la gente está demostrando que no queremos pasar por ahí». Esa es la reflexión de Claudia Lorenzo Rubiera, periodista y escritora ovetense en Madrid que la mañana del 11 de marzo de 2004 se preparaba para ir a la Universidad cuando diez explosiones casi simultáneas en cuatro trenes de la red de Cercanías se llevaban por delante 192 vidas con dinamita asturiana. Un ataque que situaba a España en el centro de la diana yihadista a pesar de los intentos iniciales del Gobierno Aznar de atribuir su autoría a ETA. «Recuerdo que un compañero sugirió lo de Al Qaeda y todos le miramos como si estuviese loco. Durante unas horas, la responsabilidad era de ETA y de nadie más», cuenta de aquellos días en los que lo que más le impactó fue «el silencio» que cayó sobre Madrid en las horas siguientes como una losa. Y, después, «durante años», el recuerdo que más asoció al 11-M fueron «las sirenas de las ambulancias»: «Las escuchaba en cualquier momento e, inconscientemente, miraba alrededor preguntándome qué habría pasado. Sin embargo, lo que me marcó no fue eso, sino el día siguiente. Llovía a cántaros y, aún así, aquella manifestación fue algo masivo. Como si nadie se hubiese planteado que existía un peligro, que existía gente que arrollaba a otros con camiones o que ponía bombas caseras en una maratón. Aquel día, la masa fue tan inmensa que recuerdo que pensé que no ganarían. Porque la reacción era multitudinaria y, sobre todo, inmediata. Es algo que se ha demostrado con los últimos atentados. Hay un rechazo inmediato a que esas acciones limiten nuestra vida». Un sentimiento compartido sin ambages por los asturianos que residen en las ciudades golpeadas por la violencia terrorista, que, sobre todas las cosas, se niegan a tener miedo.
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«No van a lograr amedrentarnos. Vamos a seguir con nuestras vidas», defiende sin titubeos desde Bruselas Pilar González Cofiño, también ovetense y que trabaja en una de las guarderías de la Comisión Europea.
Allí, al corazón de la UE, lanzaba su zarpazo brutal el terrorismo islamista en marzo del año pasado. Un doble atentado dejaba 32 muertos y más de 230 heridos en Bruselas, tras un ataque suicida en el aeropuerto de Zaventem y una explosión en una céntrica estación de metro, Maelbeek, a un paso de las instituciones europeas. Desde entonces, Pilar reconoce que ya no coge el metro que utiliza todos los días para ir a trabajar «con la misma tranquilidad que antes»:«La mínima cosa es sospechosa y, en cuanto veo algo que no me gusta, me bajo». Pero, a pesar de la incertidumbre, ni hablar de rechazar planes:«Tengo una hermana en Londres y este fin de semana vamos a ir a visitarla pese al riesgo».
Tampoco Delfina Menéndez, emigrada de Ciaño a Niza, se sube al tranvía con la misma despreocupación desde que, en julio, Mohamed Lahouaiej , un residente tunecino en Francia, condujese deliberadamente un camión de carga de 19 toneladas hacia una multitud que estaba celebrando el Día Nacional en el paseo de los Ingleses, matando a 85 personas e hiriendo a 303. Un festejo que Delfina y su marido jamás se pierden. «Siempre vamos y nos solemos quedar a cenar por la zona o a ver los fuegos artificiales, pero esa vez volvimos pronto a casa. Eso nos salvó», relata la langreana, que, por la mañana, había tenido un presentimiento:«Lo pensé, pero no lo dije: ¿Y si viene un loco y hace algo?». Y, después, «el susto, que no te lo quita nadie. Policía, ambulancias, helicópteros... Ayer cogí el tranvía y entró un chico con mala cara y con la capucha de la sudadera puesta y me dio un respingo, pero hay que seguir viviendo, aunque para mucha gente resulte difícil. Mi vecina, por ejemplo, estaba la noche del atentado allí con sus hijos y los días siguientes no querían salir de casa. Quedaron traumatizados».
En otros casos, como el de Carlos García, avilesino radicado en París, una de las ciudades europeas más azotadas por el terrorismo, con muchas noches de risas y música en el Bataclan a sus espaldas, la sensación es de hartazgo:«Hay mucha Policía y militares en la calle. Impresiona. Antes podías ver uno o dos, pero ahora ves grupos de ocho. Por una parte te sientes un poco más seguro y por otra dices: Es todo una mierda. Pero no te queda otra que intentar recuperar la normalidad del día a día lo antes posible, aunque estés agotado psicológicamente y pienses:Basta ya. Yo tengo amigos musulmanes y esto no tiene nada que ver con su religión. Los terroristas no creen en el Corán ni en nada. Son asesinos. Locos. Punto». Y, con todo, después de un año de trámites, Carlos acaba de poner en marcha su propia empresa, Hola chico!, que, además de vender ropa, intenta fomentar la diversidad y, por eso, saldrán a desfilar el día del Orgullo Gay con el lema que se ha convertido en un mantra en la ciudad de la luz y el amor: «Navega, pero nunca te sumerjas».
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Un ejemplo de resistencia que también es Mánchester, en cuya Universidad imparte clases de español Joaquín Fernández (ovetense, 45 años):«La gente se ha volcado y hay mucha cohesión». Solo una anécdota: «El símbolo de la ciudad es la abeja. Pues bien:al día siguiente del atentado muchos de los tatuadores de Mánchester ofrecieron hacer ese tatuaje por un precio de cincuenta libras, un dinero destinado a los heridos, y la gente respondió de una manera espectacular con colas de horas para hacerse la Busy Bee». Un símbolo del trabajo duro en la ciudad industrial que también se tatuó la cantante Ariana Grande en cuyo concierto se produjo el ataque suicida y ahora, de solidaridad con las víctimas.
También en Estocolmo trabaja con las tintas y la piel DiegoTejeda, que ha montado su propio estudio, uno de los mejores de la capital sueca, donde una infausta mañana de abril se encerraron a cal y canto él y sus compañeros, a salvo de otro kamikaze al volante de otro camión.
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«En la radio dijeron que se clausurasen los establecimientos como medida de seguridad y que procurásemos no salir a la calle si no era estrictamente necesario, así que lo hicimos después de escuchar un tiroteo cerca. Cerramos el estudio con nosotros dentro hasta que la situación se normalizó poco a poco. Aún así, los controles policiales y el corto trayecto a casa se hicieron interminables. El caos era palpable», resume este avilesino del Pozón el «sinsentido de arrebatar las vidas de gentes inocentes» como la del que ya es el héroe del monopatín, Ignacio Echevarría, al tratar de salvar la vida de una mujer a la que apuñalaban en Londres.
Ysi Diego admite que al día siguiente del atentado tuvo que ir al aeropuerto «sin estar tranquilo del todo», sabe también que «uno no se puede levantar todos los días preocupado por si va a pasar de nuevo», una certeza compartida por veteranos como Pepe Agüera, al frente del Centro Asturiano de Nueva York, a donde llegó hace 46 años desde Belmonte de Miranda. Vieja escuela. Mano dura:«Hay que exterminarlos a todos. Tarde o temprano, hay que hacerlo. Cuando ocurrió el 11-S, Europa se preocupó más de echarle la culpa a Bush que de prepararse para esto. Yeso que tienen el enemigo dentro. Les recomiendo que se lean la Historia de España, porque tarde o temprano habrá que enfrentarlos. Palo y tente tieso».
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Ysi Pepe no entiende «cómo siguen pasando este tipo de cosas con terroristas que ya tienen controlados», Paquita Suárez-Coalla (de Candamo y profesora en la City University of New York, en la misma zona del World Trade Center), recuerda que, tras el 11-S, «Bush anunció su intervención primero en Afganistán y luego en Irak, sin que quedaran muy claras las conexiones que había entre los ataques y unas invasiones que parecían de diseño, hasta el punto que un grupo importante de gente habla en el país de un inside job». Una opinión que comparte, desde Londres, la actriz Nora Moles. Yrecuerda cómo enseguida empezó la cultura del miedo, «con el lema de Si ves algo, di algo, y las manifestaciones en la calle. Hasta el día de hoy».
También desde Londres, la última capital sacudida por el terrorismo, el gijonés Julián Bárcena y su mujer Natalia envían un mensaje de optimismo ante la sinrazón: «Desde aquí, desde la ciudad que las bombas de Hitler no consiguieron doblegar. Que nunca olvidemos que la opresión, la intolerancia y la sinrazón, pese al daño que puedan causar, jamás han conseguido prevalecer. La libertad siempre se abre camino». Y envía «un recuerdo muy especial para los familiares de Ignacio Echeverría, a quienes tendremos muy presentes este domingo, mientras celebramos la primera comunión de nuestra hija».
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Y también desde la capital británica, donde vive desde hace tres años y medio, la enfermera de Sama Rebeca García Canga subraya que «los ataques los estamos viviendo con un poco de miedo, porque nunca sabes dónde ni cuándo pueden pasar. Todos los días coges el metro y pasas por sitios emblemáticos... También se piensa que el ciberataque a los hospitales de Londres de hace unos días estaban relacionados. Si ambos hubieran coincidido y los hospitales se bloquean, ahora que está todo informatizado, hubiera sido catastrófico».
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