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Esther Díaz, acompañada por varios responsables de su consejería, departe con el presidente de la comisión, el socialista Alejandro Vega, antes de la sesión.
Del túnel, a los besos y el champán

Del túnel, a los besos y el champán

Díaz entró y salió de la Junta por el acceso que la une con Presidencia; la plantilla del ERA se concentraba fuera y brindó tras conocer la dimisión

OCTAVIO VILLA

Martes, 18 de noviembre 2014, 00:22

Quien se haya enfrentado a una huelga de la minería a pie de barricada en las cuencas del Nalón y el Caudal sabe bien lo que puede una mirada. Y unas cejas fruncidas de la escuela de Tuilla. Y un silencio. Sabe lo intimidatorio que puede ser el efecto del conjunto. Y sabe en cuántas ocasiones se ha utilizado como argumento dialéctico, a veces único, ese conjunto. Ayer, la exalcaldesa de Langreo y todavía consejera de Bienestar Social quiso esgrimir esa mirada como un estoque. En la comparecencia, enfocó repetidamente sus pupilas hacia la sala en la que los periodistas se arracimaban como si pudiera traspasar el cristal ahumado. Quería exhibir indignación, malestar, enfado. Quería irse sin admitir que fueran de aplicación a su caso los argumentos de limpieza, ética y estética en la actividad política con los que la oposición le hacía ver que su actuación no es de recibo para una sociedad que está algo más que irritada con la clase política.

Y esa sociedad estaba a unos metros. Mientras Esther Díaz leía su largo discurso (por cuya duración tuvo que pedir un permiso especial a la mesa de la comisión para sobrepasar de largo la acostumbrada media hora de exposición inicial), sonaban muy cerca los pitos. Se oían bien desde el interior de una Junta General que está suficientemente insonorizada para que muchas veces no se oiga el sonido de la calle. Allí, a la puerta principal de la Junta, vigilados por tres agentes del Cuerpo Nacional de Policía desde dentro del recinto y otros dos desde la calle Fruela, protestaban y exigían la dimisión de la consejera representantes de la plantilla del ERA (Establecimientos Residenciales de Asturias), respaldados por la plantilla del Matadero Central de Asturias y por miembros del comité de Liberbank.

Habían esperado a que Esther Díaz entrase por la puerta, pero lo hizo por el túnel que une el edificio de Presidencia con la Junta General, acompañada por parte de su equipo en la consejería y prohibiendo a las cámaras presentes que la grabasen. Pero si reveladoras son las formas de entrar y con quién se hace, no menos son las ausencias. Ningún consejero del Gobierno regional atravesó ese túnel con Esther Díaz. Y no se le escapó el detalle a los grupos de la oposición.

Ya en la sala de la comisión de Presidencia, la tensión era evidente. El rictus de Díaz auguraba tormenta. Aunque los diputados de la Junta General son expertos en aguantar truenos. Si Díaz presentó un discurso con el que pretendía exculparse aún admitiendo que en el mejor de los casos bordeaba la legalidad, un miembro del equipo de comunicación de la consejería se acomodó en la sala de prensa para dictar consignas sobre lo que «dicen los juristas» y sobre lo equivocados que estaban otros abogados y catedráticos, por si alguien quería tomar dictado.

Pero la atención estaba en la sala. Esther -traje de chaqueta y pañuelo verde botella, enorme cartera para su documentación- argumentaba que los porcentajes económicos de los contratos de su empresa sobre el total de los proyectos era pequeño. O que tenía separación de bienes. O que su empresa no había repartido dividendos y que eso excluía la posibilidad de que ella se hubiese beneficiado. Los diputados de la oposición se miraban, sorprendidos. La tensión en su discurso iba in crescendo, y eso se notaba en la intensidad de su gesto, retroalimentado con su verbo, y en varios traspiés en la lectura.

Y la dimisión. Al final, como un portazo. Algunos grupos de la oposición tenían prevista una batería de preguntas, que redujeron muy considerablemente. Aún así, el turno de preguntas dio de sí lo suficiente para ver a una Esther Díaz sorprendida ante los preceptos legales que presentó Ignacio Prendes, de UPyD. No supo responder ante la posición de ilegalidad de los contratos de Davelco con Tragsa. Tuvo que tragarse, ayudada de un vaso de agua, que Aurelio Martín (IU) le pusiera ante los ojos la ejemplaridad que busca el proyecto de ley de transparencia que ella misma avaló. Vio a Fernando Goñi (PP) más preocupado de diseñar «soluciones de futuro» con «mayores filtros» que de cargar contra ella: con un «se ha equivocado usted», le bastó. Y a Cristina Coto (Foro) recomendarle que buscase la fuente de lo que la consejera ve como un ataque a su honorabilidad (así rezaba en la petición de comparecencia) en «el fuego amigo, que a veces es más peligroso que el del enemigo». Y poco más pudo que torcer el gesto. Bueno, sí: en el estertor de la comparecencia, achacó «a los tiempos de la Cámara» no haber comparecido antes en la comisión.

Acabada ésta, besos a los miembros de la mesa de la comisión y rápido paso ante las cámaras, a las que apenas dirigió un «no, gracias», como Cyrano a Lebret, cuando se le propuso que se expresase. Y vuelta a Presidencia, de nuevo por el túnel.

Quienes sí salieron por la puerta principal se encontraron de frente con las mujeres del ERA, lágrimas en los ojos y champán en improvisados vasos de plástico, celebrando una marcha que ellas pedían por otros motivos. «¿Que se va para no ser un blanco fácil, dice?», preguntaba una de ellas: «Si es un blanco fácil será por algo. Entre todos le están haciendo la campaña a Podemos», advertía. Y otro brindis.

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