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Episodio 3
Retorno dulce a Las Hurdes
Conchi tardó en descubrir que la repostería podía ser su modo de vida. Por el camino, una infancia en Las Hurdes, una madre valiente y un futuro prometedor en Madrid. Pero cuando todo va viento en popa, debe regresar al pueblo
Transcripción
José Ángel Esteban: ¿Qué tal? Bienvenidas y bienvenidos a nuestras historias.
[Sonido de árboles. Viento. Un mirador…]
JAE: Estamos en el Mirador Teso de la Vega, una colina que permite ver todo Pinofranqueado, el pueblo y su paisaje.
Conchi Gómez: Hay mucha gente que viene aquí para hacerse fotos, la verdad es que está muy chulo.
JAE: A Pinofranqueado se le considera el primer pueblo de Las Hurdes, esa zona mítica de Extremadura, en el norte de Cáceres. Aquí llegó hace 100 años el rey Alfonso XIII atraído por el relato del médico Gregorio Marañón. Él le alertó de la pobreza, el aislamiento y el mal estado de salud de la población hurdana. Pero aquí, a este mirador, Conchi viene a recordar.
CG: Cuando ella murió yo estaba derrotada y le di las cenizas a su hermano, le dije que la llevaran donde quisieran y que de momento no quería saberlo, a los 15 días le dije a mi tío: ¿a que mi madre está en el Teso de la Vega?
JAE: En este lugar se esparcieron las cenizas de Lola, su madre, una mujer singular.
CG: …Y me dice, ¿pero quién te lo ha dicho? Digo no sé, es que lo intuía. Ellos visualizaron que mi madre amaba mucho a su pueblo y desde ahí lo ve entero.
JAE: Lola Gómez de Cáceres, así se llamaba, murió en 2014. Una madre soltera, una madre coraje.
CG: Lo único que yo había hablado con mi madre fue que quería que la incineraran y ya está.
JAE: Conchi, que ahora tiene 41 años y también es madre, visita solo muy de vez en cuando este lugar.
CG: Es que con 57 años te arrancan el alma entera, macho… pero bueno, me dejó una gran herencia, que es lo que os he dicho antes…que son las puertas de todas Las Hurdes abiertas.
JAE: Donde reposan las cenizas hay una piedra, una roca:
CG: Y un amigo suyo le puso esa piedra allí que pone: «La muerte es un tango y la vida un pasodoble, solo tienes que aprender a bailar. Nuestra Lola».
JAE: Las madres no se van nunca, y la de Conchi se ha quedado grabada en su piel.
CG: Llevo en la mano derecha tatuado el sombrero de mi madre, su nombre y la lágrima de su muerte.
JAE: Lola crió a su hija siendo madre soltera y siempre peleó para brindarle el mejor futuro. La puso en la senda para irse a Madrid, en busca de un sueño.
CG: Cuando yo sin pensarlo me fui,
JAE: Una historia que podrían protagonizar miles de extremeños, emigrantes por definición.
CG: Fueron más de siete años los que estuve en Madrid y al final parece que que tenía ya mi vida hecha allí.
JAE: Pero el final de esta historia es diferente. Hay gente que se marcha para no volver nunca. Y hay otros que se reencuentran con su pasado.
CG: Es cuando yo vi que mi sitio estaba aquí. Desde luego es que como el pueblo no hay nada.
JAE: Así que este va ser el relato de un viaje de ida y vuelta. De cambiar de mundo. Y de volver a hacerlo. Es también la memoria de resistencia cómplice de una madre y una hija. Y la historia de un talento, un talento especial para la repostería. Porque en medio de este empeño para encontrar un destino, hay, además, mucho sabor.
Fuera del radar. Historias más allá de la noticia.
En este episodio… Retorno dulce a Las Hurdes
JAE: Vamos al pueblo. En un pequeño callejón de Pinofranqueado está el obrador de Conchi, en el que trastea para dar forma a una tarta, un encargo de última hora que le ha llegado por Whatsapp.
CG. Me encantaba desde pequeña. Me encantaba. Que, curiosamente, mi abuela nunca ha sido pastelera, siempre ha sido más bien cocinera.
JAE: En la nevera, pegadas con imanes, fotos de su madre.
CG. En el bar mi abuela lo que hacía eran muchas raciones, e incluso la pastelería se le daba mal. Que yo ni siquiera sé de dónde me viene a mí esto, la verdad.
JAE: En el espacio se mezclan los aparatos más sofisticados con los productos tradicionales.
CG: También es cierto que en mi casa desde que era chiquitita me han dejado… Anda que no les he estropeado yo kilos de harina...
JAE: A la pequeña Conchi le gustaba ponerse perdida de harina.
CG: ...algunos que han visto y otros que tiraba yo para que no se vieran.
JAE: Pero para llegar ahí, hay que rastrear el pasado. A principios de los años 80 Lola, que no tenía pareja, se quedó embarazada.
CG: Hace 41 años ser madre soltera en un pueblo… pues claro, fue un 'boom'.
JAE: Y eso trajo muchas consecuencias. Cristina Núñez sigue contando esta historia.
CN: España ya se había sacudido de encima la dictadura, pero tener un hijo en soledad en aquella época todavía estaba muy mal visto. Y más en un pueblo donde todo se comenta y todo se juzga.
CG: …y una tía suya decía yo sé que mi sobrina no es y pongo las manos en el fuego por ella. Al final, era su sobrina y claro…
CN: Quizás esa dificultad, ese hándicap de partida, fue el que forjó una relación tan estrecha entre madre e hija.
CG: Fue horroroso, no para mi madre, que lo gestionó bastante bien desde el principio, más bien para sus hermanos, «pues fíjate ahora, yo me voy del pueblo» incluso dijo un tío mío. No sabían gestionar en su cabeza lo que se les venía encima.
CN: Conchi y Lola. Lola y Conchi. Desde el principio fueron un tándem, un vínculo indestructible. La niña supo muy pronto que no era como las demás, pero sí era una niña querida.
CG: A pesar de que parece que era infame ser una hija bastarda hace 40 años, porque era así, yo jamás he visto una retirada de cara o una mala palabra. Todo lo contrario.
CN: Era el año 1981 cuando llegó la noticia del embarazo. Al principio provocó dudas en la familia, reparos, pero también solidaridad. Vivió sin padre, pero con un cariño que llegó de muchos lados.
CG: Me he llevado montones de regalitos de gente que me traía, por la generosidad que ella tenía. Yo me he sentido súper querida
CN: Los abuelos regentaban el bar del pueblo, el de los cafés y las cañas. Allí Lola pudo trabajar para sacar adelante a su hija.
CG: Por la forma de ser de mi madre creo que supo desbrozar el camino.
CN: El bar era el reino de Lola y allí, haciéndose respetar, caña a caña, café a café, salió adelante. Imponiendo sus normas.
CG: Yo he visto a mi madre coger a un hombre de la pechera y sacarlo a la puerta porque había pegado a su mujer un tortazo en el bar. Y le dijo «aquí no».
CN: Borrando el estigma de las madres solteras.
CG: A mí ella me ha contado en alguna ocasión de hombres decirle, vámonos a la cama a las tres de la mañana.
CN: Y dejando claro de qué lado estaba.
CG: Me contaba alguna vez en el bar de caerse a un señor 100.000 pesetas, sabiendo que estaba borracho como una cuba y su mujer pasando hambre en casa. Y la mi madre ha cogido ese día el dinero se la subí a su mujer…
CN: En definitiva, haciéndose respetar.
CG: Ella al final con su carácter, que tenía un carácter de aúpa, supo ganarse el cariño de todo el mundo.
CN: Lola le enseñó a Conchi a vivir con la cabeza alta.
CG: Entonces ella ha hecho su feminismo a su manera.
CN: Dicen que para criar a un hijo hace falta una tribu, y Conchi, además de su madre, también contó con sus abuelos, unos segundos padres.
CG: Y entonces la lección de vida que ellos te dan y el cariño y el amor lo he recibido gracias a vivir con ellos cada día, claro.
CN: Eso y los amigos, los clientes, toda la gente que pasaba por ese bar magnético.
CG: Médicos, maestros que venían aquí. Ella enseguida sacaba un plato de tomate, un plato de jamón, de lo que fuera, siempre con su generosidad.
CN: A diferencia de su madre, Conchi era una niña introvertida.
CG: Yo lo contrario, era súper tímida, súper tímida.
CN: A veces Lola la invitaba a hacer música en el bar, pero ella no se atrevía.
CG: Venga, toca el acordeón, aquí a mis amigos y tal, me sentaba a cuerno quemado, porque yo decía, madre mía, la madre que la parió, la que me está liando todos los días… me costaba mucho.
CN: Lola quería lo mejor para Conchi y decidió enviarla a la capital de la provincia, a Cáceres, para estudiar en un conocido y exigente colegio de la ciudad.
CG: Yo veía, allí veía que el nivel de educación que había era mucho más alto que el que llevaba yo aquí de Pino.
CN: Y Conchi se sentía como un pez fuera del agua.
CG: Y digo, no voy a sacar nada, porque no me enteraba de nada en la clase.
CN: No era su lugar, y volvió. Un primer regreso.
CG: Cogí un saco de basura, lo metí todo y me vine en autobús para acá…
CN: Cuando lo cuenta en casa…
CG: Le dije: «Mamá esto no es lo mío, a mí déjame en Pino…» y mi madre un disgusto, el disgusto de su vida.
CN: Llega el castigo.
CG: Y entonces me castigó y me mandó a un restaurante de aquí de Pino a trabajar de cocina.
CN: Que terminó siendo un premio. Un horizonte nuevo.
CG: Y como yo estaba tan contenta pues dice: «No he hecho nada, en lugar de un castigo le he dado una alegría».
CN: Porque más que una buena estudiante en la joven Conchi se vislumbraba una mujer de acción. Y su madre lidiaba con las circunstancias.
CG: Llamó a la dueña del hotel y le dijo, mándame a Conchi para arriba que no hay nada que hacer con ella, porque para que esté ahí abajo que esté conmigo en el bar.
CN: Estaba claro que era imposible ya alejarla de un camino al que parecía que iba de cabeza: el de los fogones y el dulce. Los astros parecían alinearse.
CG: Entonces ella se fue a una comunión a Madrid del hijo de una amiga suya, y allí estaba el mejor repostero de España, David Tasso.
CN: Tasso es un maestro, uno de los artesanos más reconocidos.
CG: Y le dijo: «pues a mi hija le gusta mucho la pastelería, si pudiera venirse…» y dice, bueno, pues que venga y pruebe.
CN: De aquel viaje Lola no le trajo a Conchi un recuerdo de Madrid, sino algo mejor: una oportunidad.
CG: Y vino para acá y me dijo, Conchi, te vienes para acá para Madrid, que me han dicho que si quieres probar en la escuela de pastelería. Primero te van a hacer una prueba y tal. Le digo venga, sin pensármelo, agarré la gallina y el cassette y me fui para allá, para Madrid.
CN: Fue una apuesta. A los 18 años las cosas se deciden así.
CG: Madre mía, sin pensármelo, ¿eh? Y estuve 15 días allí. Y David dijo que valía mucho para eso y me metió en su escuela. La verdad es que fue maravilloso aquello, porque eso es lo que yo quiero con mi hija también, que se vaya fuera y que vea otro tipo de cosas.
[Sonidos de la ciudad]
CN: Conchi emigró a Madrid a punto de estrenar el siglo XXI. Nada que ver con los emigrantes de maleta de cartón de los años 60 y 70. A pesar de ello, el viaje de las Hurdes a Madrid costó lo suyo, no fue solo físico, también fue mental.
CG: Curioso cuando llegué a Madrid y llegué a la escuela de pastelería, nos pusieron allí en unas gradas y nos presentamos todos y recuerdo que dije soy Conchi, soy de Pinofranqueado, soy de Las Hurdes… e hicieron todos así, literal.
CN: Todos sus compañeros mirándola.
CG: Digo qué pasa, que llevo un chándal Nike, que hablo normal, por favor, la gente todavía, que yo te estoy hablando de hace 23 años que yo fui a Madrid, tenía la cosa de que en Las Hurdes éramos, no sé, topos o no sé qué.
CN: Lo que todo el mundo conoce sobre Las Hurdes se extendió como una mancha de aceite desde que Luis Buñuel filmara 'Tierra sin pan' en el año 1933.
CG: Yo quizá lo de Buñuel no me pongo al negativo al 100%, fíjate, porque quizá, aunque fue a mal, nos hizo mucho bien. Porque la gente habla de Las Hurdes mucho por la película de Buñuel.
CN: La gente llega a este lugar con unas ideas preconcebidas y se van con otra imagen. Conchi lo observaba desde pequeña.
CG: Estando en el bar con mi madre trabajando y unos chicos de Madrid, llaman a su madre desde la cabina telefónica del bar y dice: «Mamá —dice—, por 100 pesetas nos ponen una cerveza y un pincho que te mueres. Los tontos somos nosotros que vivimos en Madrid».
[Sonidos de ciudad, el metro…]
CN: Y ahora Conchi también vivía en la gran ciudad. Una que a veces agobia, pero de vez en cuando también acaricia.
CG: Luego, también casualidad, vecinos aquí de la plaza vivían también cerquita de allí. Entonces fue muy fácil estar allí, a pesar de que, literal y no es broma, que tardé dos meses en meterme debajo del metro porque me daba pánico, si me llevaba alguien, bien, pero yo sola, tenía la gallina debajo del brazo que se me notaba, ya te lo digo...
CN: En el ir y venir de Madrid al pueblo y del pueblo a Madrid surge el humor, casi la caricatura.
CG: Un día que vayas para tu tierra me tienes que traer chorizo. Digo vale, lo que tú quieras.
CN: Su profesor de pastelería le encargaba productos.
CG: Me voy para Madrid con los cinco kilos de chorizos y los pongo en mis piernas y daba el aire acondicionado del autobús, caliente, la calefacción. Mira, todo el autobús olía a chorizo que te mueres y yo, «Diosito santo, trágame», no se nota que soy de pueblo, no.
CN: Y Madrid se abría con diversión, con trabajo, con aprendizaje. Empieza el nuevo siglo y una chica extremeña le iba sacando punta a su juventud.
CG: Hacía por allí horas en pastelerías para ganarme mi pequeño jornalillo, que eso mi madre no lo sabía ella me daba su dinero pero yo aparte me hacía mis cositas para irme a las discotecas con los que estaban en el pueblo también.
CN: Conchi iba apegándose. Ayudaba el vivir en un barrio y haber creado, de alguna forma, una ciudad a su medida.
CG: Es que al final yo me levantaba, estaba en Carabanchel, no dejaba de ser un pueblo…
CN: En Madrid, estaba su hogar.
CG: Sí, sí. De hecho con mi pareja estuvimos mirando para comprarme allí, comprarme un piso cuando estaban los precios al alza, que valían una millonada…
NG: Conchi, que llegó de Las Hurdes orgullosa de su ADN rural, ahora se estaba abriendo camino en Madrid… Estaba viviendo el futuro soñado por ella y por su madre, y parecía que todo iba por buen camino. Pero entonces sonó el teléfono y los planes -de trabajo, de piso, de pareja- se resquebrajaron. Enseguida retomamos la historia.
PAUSA
JAE: Conchi era una chica joven que disfrutaba de la vida madrileña aunque sin olvidar su origen ni sus raíces. Corría el año 2005, estamos en plena burbuja inmobiliaria. Es posible que se hubiera quedado en la capital. Pero llegó una mala noticia.
CG: Me vine para acá porque me llamó mi tío, que se sentía mal, que no era capaz de llevarla al médico porque era otra cabezona, igual que yo…
JAE: Conchi no lo dudó ni un segundo. Su madre estaba enferma. Cogió la maleta y emprendió un viaje de regreso, uno agónico, con su madre siempre presente. Cristina Núñez sigue con la historia.
[Sonido de autobús marchándose]
CN: Cuando Conchi llega a Pinofranqueado se encuentra a su madre postrada y llena de dolor.
CG: La llevamos varias veces a urgencias y decían que eran gases.
CN: Pero Lola y su familia sabían que era algo más.
CG: Y veíamos… es que se le notaba el tumor, en la parte derecha mi madre estaba muy fuerte, pero había algo ahí, la tocabas y estaba…
CN: Fueron momentos difíciles, con muchos nervios.
CG: Y ya mi tío se enfadó allí en el hospital, dice mira o la quedáis aquí o montamos un campamento pero esto no puede ser, que mi hermana se muere…
CN: Una punción en el abdomen sirvió para el diagnóstico: ascitis, una acumulación de líquido en la cavidad abdominal producida normalmente por el cáncer y que suele tener poca supervivencia. Conchi se dió de bruces con el dolor, el sufrimiento.
CG: Yo vi cómo mi madre se vaciaba cada segundo… su cara y su barriga y todo, fue lo más desagradable del mundo.
CN: Y entonces tuvo que tomar una decisión. Quedarse en Madrid, seguir con una vida que le complacía o regresar al lado de la persona que le permitió soñar ese futuro.
CG: Cuando lo que está en juego es la vida de tu madre, la balanza no la pude sopesar porque era algo muy fuerte, mi madre era mi mundo, mi entorno, era maravilloso y entonces cuando ella me necesitó tuve que estar con ella. Ya está.
CN: El cordón umbilical se mantiene irrompible aunque el quirófano las separe.
CG: Y cuando la metieron en el quirófano era, mira, si tardo mucho estaros tranquilos, si tardo poco es cuando va a haber un problema.
CN: La incertidumbre de un lado y la suerte de otro.
CG: Y la verdad es que de cien casos o de 1.000 casos se salva uno, no recuerdo muy bien, se salva uno, y fue ella.
CN: La operación de Lola fue larga y la espera angustiosa, pero pudo recuperarse. Igualmente para Conchi algo había cambiado. Sintió que su madre la necesitaba. Quería estar con ella, no perder el tiempo. Y eso pasaba, de momento, por volver a Las Hurdes.
CG: Ahí es donde me di cuenta de que había que quedarse en el pueblo.
CN: Conchi volvió y Lola aguantó.
CG: Luego a partir de ahí duró 16 años. No murió realmente de eso. Ni hubo que darle quimio ni nada.
CN: La vida les dio a la madre y la hija una tregua. O más bien una prórroga.
CG: Fue un gran susto que tuvimos y de hecho lo celebramos con amigos. Luego hicimos como un bodorrio y celebramos su vuelta a la vida… porque fue así.
CN: Pero la salud de Lola era precaria. Así que Conchi lo tenía claro: se tenía que quedar en su pueblo. Vivir no solamente para ella, sino desdoblarse, trabajar, cuidar. También de sus abuelos.
CG: Le hicieron una operación mal de cadera. Le quedó mal y no salía de casa. Se movía por la casa con muletas y tal. Y entonces tuve que cuidar de mi abuela, de mi madre…
CN: Y también hacer lo suyo, eso que siempre había querido.
CG: Yo empecé a montar mi obrador en la cochera donde hemos estado antes, era a ladrillo visto, las cajas de Coca-Cola, un horno de cuatro latitas que me compré y ahí empecé mi obrador.
[Escuchamos los sonidos de la pastelería y las conversaciones con una clienta al entregar una tarta]
CN: Hace nueve años, en 2013, Conchi abrió su pastelería, 'La Enramá', donde elabora y despacha los dulces típicos de Las Hurdes y todo tipo de pasteles.
CG: Yo normalmente de lunes a sábado me levanto a las cuatro o las cinco de la mañana, y trabajo normalmente hasta las dos.
CN: En un abrir y cerrar de ojos prepara una tarta con un bizcocho casero. Una capa de bizcocho, con otra de trufa, con otra de nata. En fines de semana trabajo bastante para los restaurantes de la zona, hago bodas de 300, 400 personas, me voy a entregar las tartas a los restaurantes...
CN: En la pastelería 'La Enramá' se apiñan las especialidades que fabrica Conchi, que trabaja también a domicilio, donde la llamen. Reivindica el trabajo artesanal.
CG: Lo que quizás más difícil veo y lo que más me ha dolido a mí es que la artesanía, con el trabajo que lleva, no se valore. Yo creo que merecemos un respeto los artesanos, por lo menos un respeto…que nos levantamos a las horas a las que nos levantamos… ¿Qué máquina ves tú aquí de pasta? Se hace con mis manos todo. Empaquetarlo… desde el minuto uno hasta el último lo hago yo todo.
CN: 'La Enramá' está incrustada en Las Hurdes. Los productos que da esa tierra son la miel, las cerezas, las almendras…
CG: Y luego ya pues lo típico que quizá también hay en más sitios, la floreta, la perronilla… yo también el mantecado de café, mantecado de vainilla, el mantecado de Viena…
CN: Y estos son los ingredientes, la materia prima, con los que fabrica la tarta que va a entregar en unos minutos.
CG: Yo he llegado a tener en la tienda hasta 43 modelos diferentes de pastas.
CN: Pero la felicidad nunca es completa…
CG: Lo que pasa es que ella tenía unas alergias tremendas a todo, a la miel, al polen, al sol, a las infusiones, al látex…
CN: Lola, la madre, superó el tumor, pero tuvo que convivir con graves alergias y un tratamiento agresivo.
CG: Pero el médico de aquí, que me llevo también muy bien con él, me dijo: «Conchi, esto es pan para hoy y hambre para mañana, porque le sabemos gestionar el golpe fuerte que le da de alergia, pero su corazón sufre».
CN: A Lola le dio tiempo a ver cómo Conchi hacía realidad su sueño. Vio abierta la Enramá. Y vio a su hija otra vez perdida de harina. Pero esa prórroga de 16 años que había empezado en el hospital, cuando la operaban de urgencia, a vida o muerte, se terminaba.
CG: Vino a buscarme a la tienda porque se encontraba mal, y subí aquí a la casa con ella, y yo vi que su cara no era normal.
CN: El tiempo se le acababa a Lola mientras su hija estaba allí, mirándola a los ojos. Juntas.
CG: Se puso en mis brazos, no fui capaz ya de ponerle la adrenalina de lo nerviosa que me puse al ver su cara… y yo sabía que no, mi madre quedó muerta en mis brazos.
CN: Algo se rompe, se rompe el mundo. Muere la madre.
CG: …he aprendido a vivir con ello, pero no lo he superado. Hacíamos el tándem perfecto…
CN: Conchi supo entonces que se quedaba sola.
CG: Cuando realmente ya eres adulto, que es cuando más confianza puedes coger con tu madre, es cuando ya se fue».
CN: El teléfono de Conchi sigue sonando. Familiares, amigos, vecinos.
[Escuchamos una llamada que recibe Conchi, donde habla de visitar familiares en el hospital]
CN: Ella, que también es madre de una adolescente, multiplica las horas para atender a todos. Dice que ahora solo cuida a su hija y de sí misma, pero no paran las llamadas.
CG: Mi abuela me enseñó que si te hacen un bien hay que devolvérselo, como sea.
CN: La vida en este pueblo le permite eso, ocuparse de los demás, dar espacio a lo entrañable y a la ternura. Ya no la concibe en otra parte, lejos.
CG: Yo tengo una amiga que es súper inteligente y está en EEUU de investigadora. Y digo, maravilloso. Yo se lo digo a ella, gana mucho dinero, pero a mí me da mucha pena que no esté aquí con nosotros, yo no quiero eso para mi hija, yo quiero que se venga al pueblo. Si puede ser, que se venga aquí al lado.
[Escuchamos a Conchi hablar frente al público en una inauguración]
JAE: El pasado mes de junio Conchi habló en público frente a varios centenares de personas. Fue en una feria que la Diputación de Cáceres organizó para promover la vida en la España rural. Y lo hizo con desparpajo.
JAE: A raíz del éxito de la pastelería, ha participado en más de 50 programas de televisión…
[Oímos cómo presentan a Conchi en un programa de cocina del Canal Extremadura]
JAE: Engancha su soltura, su naturalidad.
JAE: Pero Conchi no siempre fue esta mujer fuerte y decidida. Sabe que sus mayores —su madre, sus abuelos— la han hecho ser quien es:
CG: Y entonces la lección de vida que ellos te dan y el cariño y el amor, lo he recibido gracias a vivir con ellos cada día, claro
JAE: El éxito tiene en muchas ocasiones un tamaño abarcable y es compatible con el olor de lo cercano.
CG: Sí, me fui con 18, me ven, me vine aquí con 27 más o menos, me casé con 28 y tuve a mi hija con 29. Y ya a partir de ahí una vida en el pueblo maravillosa.
JAE: Ella se pregunta cómo hubiera sido su vida de seguir en una gran ciudad y ahora lo tiene claro: su sitio ya es este.
CG: Y aquí en todos los pueblos había una «tía no sé quién». Y eso se había perdido. Digo, porque yo voy a ser la tía del pueblo y sigo siendo la tía del pueblo. A mí me gusta mucho ser la tía Conchi.
JAE: Todas las mañanas Conchi pasa por delante del bar Lola, un local que ya gestionan otras manos porque está en alquiler. Y allí ve la placa que recuerda lo que fue Lola, su madre, para Pinofranqueado.
CG: Aquí está la placa de mi madre, donde la hicieron hija predilecta al mes de morir, donde dice: «Lola Gómez de Cáceres, hija predilecta de Pinofranqueado, se fue dejándonos el ejemplo de sus virtudes, la bondad de su corazón y la pasión por su tierra y su gente».
NG. Gracias, Conchi Gómez, y gracias a Cristina Núñez por haber rastreado esta historia.
Esta ha sido una más de las historias de Fuera del radar, un podcast de periodismo narrativo que se mueve más allá de la noticia. Soy José Ángel Esteban. Gracias por escuchar.
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