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‘El mensajero' (The Go-Between) de Joseph Losey

‘El mensajero' (The Go-Between) de Joseph Losey

Joyas impopulares ·

El protagonismo de un niño, la iniciación, el juego de lo oculto y lo desvelado, los secretos amplifican ese vínculo entre el mensaje, la ingenuidad y la difusa e inasible definición del enamoramiento

guillermo balbona

Jueves, 28 de septiembre 2017

Mercurio. Correo humano. En toda comunicación hay un acto de fe, una correa de amor implícita. En ‘El mensajero’, el protagonismo de un niño, la iniciación, el juego de lo oculto y lo desvelado, los secretos amplifican ese vínculo entre el mensaje, la ingenuidad y la difusa e inasible definición del enamoramiento. Joseph Losey, al que precisamente se le dedica estos días una retrospectiva homenaje en el Zinemaldia donostiarra, le interesaron sobre todo las relaciones de poder y las convulsas dependencias sociales, con el deseo como motor.

Frente a las más desconocidas ‘Eva’, con la deslumbrante Jeanne Moreau y la parábola contenida en ‘Caza humana’, ‘El mensajero’ (1971), con Julie Christie como espejo mágico, refleja con sensibilidad las obsesiones del cineasta pero especialmente desprende un hermoso retrato donde el despertar a la vida, la crueldad y el dolor recorren los resquicios abiertos entre dos clases sociales.

El director de ‘El sirviente’, que acabó exiliado en Gran Bretaña cuando fue perseguido por el Comité de Actividades Antiamericanas, prolongaba así su colaboración fructífera con el Nobel Harold Pinter como sucedería también en ‘Accidente’. Palma de Oro en Cannes, ‘El mensajero’ es otra de las pruebas de vida de ese Losey empeñado en mostrar el sufrimiento de los seres más vulnerables, las relaciones en el seno de la sociedad y la descripción de la soledad humana.

Pese al moralismo, nunca cayó en el panfleto, e impregnaba como en este caso de un halo poético e inquietante sus historias. Cineasta valiente, muy comprometido con sus ideas políticas, se especializó en obras de género negro donde subyacen las contradicciones del ser humano, sus debilidades y sus miserias. Cargado de simbolismo, con numerosas referencias a la brutalidad y sexualidad, pero con un gran refinamiento estético, atiza las diferencias de clase y denuncia la hipocresía de determinados convencionalismos.

En esta adaptación de una novela de L.P. Hartley con guión de Pinter, ese perfil se plasma en los Maudsley, una familia perteneciente a la alta sociedad inglesa, donde discurrirá la odisea pequeña pero grandiosa del mensajero Leo entre dos amantes. La inocencia quebrada es el verdadero latido de esta fábula sobre ricos y poderosos engatusando y engañando a los que consideran inferiores. El despertar a la sensualidad, el deseo, la psicología de los personajes, el tempo poético, la subliminal presencia del abismo y lo tenebroso se conjugan en un equilibro armonioso con la música y la fotografía, tan delicado como sutilmente cómplice.

Esa construcción de la jerarquía, de lo dominante y lo subordinado, también de los diferentes niveles de amar y ser amado, convierte el filme en un pequeño tratado melancólico y preciso. Juegos de hipocresía, perversión y fascinación donde la superioridad moral y la autoridad atraviesan dos historias de amor y pasión adulta y de iniciación. En ese duelo de apariencias, corrupción, secretos, mentiras, conocimiento e ignorancia, falacias y superficialidad es donde se desnuda el mejor Losey. Trampas e intereses que mediatizan un universo de descubrimientos, de primeros deseos y de curiosidad insaciable.

La decadente aristocracia y el retrato de esa infancia rota se funden través de un recuerdo. La evocación y la memoria con sutiles planos y una hermosa iluminación son los catalizadores de un filme entre la elegancia, la belleza y la seducción. El cineasta de ‘Accidente’ muestra con una mirada contenida pero contundente la represión, las relaciones de poder, las falsedades tras lo ceremonial, el caso tras el orden.

Es una obra de gestos y miradas. Un largo flashback de diálogos diáfanos donde la memoria, los sentimientos, el dolor y el deseo regresan fragmentados pero intactos. «El pasado es un país extranjero; allí hacen las cosas diferente», dice ese niño ya adulto, ese adulto, siempre niño, que es el mensajero.

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