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Saturnino García y José Luis Cruza son de pueblo. El primero nació hace 88 años en Bariones de la Vega, en la frontera de León con Zamora; el segundo lo hizo hace 58 en Villacañas, Toledo, donde se rodó 'Tierra de nuestras madres'. Saturnino ha superado de largo el centenar de trabajos en cine y televisión; ... José Luis, conserje en una finca de Madrid y actor de teatro aficionado, es la primera vez que se pone delante de una cámara.
Ambos son madre e hijo (adoptado) en la ópera prima de la actriz y directora Liz Lobato, que ya se puede disfrutar en cines después de conseguir tres premios en el Festival de Málaga, donde el ganador del Goya por 'Justino, un asesino de la tercera edad' fue el mejor actor en la sección Zonazine. Madre e hijo, sí, porque el intérprete leonés y bilbaíno de adopción encarna a una anciana de luto sin más disfraz que un pañuelo en la cabeza. No hay el menor ánimo paródico en su realista composición. Mientras, José Luis Cruza da vida al tonto del pueblo, con una especial predilección por defecar en cada esquina.
Lobato, natural de Villacañas, debuta con una tierna fábula en blanco y negro que contempla la España vaciada con una mirada combativa y surrealista. Los ecos del cine de Pasolini y Santi Lorenzo, el vocabulario chanante y 'Amanece que no es poco', resuenan en este «cuento chino de viejas y burros», como anuncia la voz en off al inicio, perteneciente a una cabra a la que dobla con infinita gracia la madre de la directora, de 94 años. Un pueblo manchego en bancarrota comprado por los chinos es el escenario de esta reivindicación del medio rural, que tan bien conocen sus protagonistas.
«Hay mucha diferencia cronológica entre cómo era la vida en mi pueblo y la de José Luis», explica Saturnino, de promoción en su querido Bilbao. «Ahora casi no hay personas que tengan vida de pueblo. Es gente que vive allí, pero con el mismo ambiente de vida que la ciudad. El aire será más limpio, pero no tiene nada que ver con lo que yo vivía hace casi cien años.Tenía un maestro que alfabetizaba mejor que los de ahora. Y la agricultura de entonces, que ya casi no existe, era la otra cultura. Había personas que no sabían leer, pero con una capacidad de conocimiento y discernimiento que hoy no encuentro en la simpleza de la ciudad». Añade José Luis Cruza: «En Villacañas la gente ha tenido que irse fuera a buscarse la vida. Teníamos un teatro precioso, el Cervantes, donde di mis primeros pasos como actor. Ahora es un bazar chino».
'Tierra de nuestras madres' sigue la estela de 'Alcarràs', 'As bestas', 'Suro' y 'Destello bravío', miradas del último cine español a la vida en el campo. Se rodó durante los fines de semana a largo de varios años desde agosto de 2019, con la pandemia de por medio. Saturnino García es el único actor profesional, el resto del reparto lo forma gente del pueblo y aficionados como Cruza, que lleva 30 años en el grupo La Quintería. Antes trabajó en las fábricas de puertas que dieron renombre a Villacañas y que cerraron cuando se desinfló la fiebre constructora. «Cuando vi que mi papel era el de un discapacitado me preocupé», admite. «Pero Liz me marcó la dirección y me fui fijando en gente discapacitada. Ella me corregía cuando exageraba».
La complicidad entre los dos actores no parece fingida. «Con Saturnino he aprendido todo: como actor y como persona. Trabajar con él ha sido muy fácil, he aprendido a estar delante de una cámara, aunque a veces sacábamos el genio porque nos cansábamos», piropea José Luis, mientras su colega contesta zumbón: «Era el genio de madre, ¿no?». El cine de Villacañas ha estado abarrotado durante cuatro días con la proyección de 'Tierra de nuestras madres', que puede verse en los Multis bilbaínos. «Durante el rodaje, la gente del pueblo no se imaginaba lo que era, ahora se han visto sorprendidos», apunta Saturnino.
El público se encariña enseguida con esta vieja que vende sal de una laguna seca mezclada con Tranxilium. Algo así como la 'dealer' de un villorrio que planta cara a los políticos corruptos, como años atrás lo hicieron contra los franceses. «Es una película entrañable, emotiva y divertida. Y la fotografía en blanco y negro es muy bonita. Enseña cómo es la vida en los pueblos. A mí me pone los pelos de punta por muchas veces que la vea», alaba José Luis Cruza. Saturnino remacha: «La gente la agradece porque hace mucho que no se ven películas de pueblos. Tanta sofisticación, y resulta que ahora gusta ese ambiente».
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