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'La boda de Rosa' arranca con su protagonista corriendo una maratón. En su agónico recorrido van apareciendo sus familiares para darle ánimo y que logre así llegar a la meta. Enseguida descubriremos que estamos viviendo una pesadilla de su protagonista de fácil interpretación. Rosa ... está harta de vivir a la carrera, arrastrada por quienes le rodean. Ansía detenerse y decidir qué hacer con su vida.
Icíar Bollaín regresa a sus orígenes en su noveno largo de ficción. 'La boda de Rosa', que llega este viernes a los cines e inaugura el mismo día el Festival de Málaga, recupera la frescura y el humor de su ópera prima 'Hola, ¿estás sola?', rodada hace 25 años, de quien recupera a su estupenda protagonista, Candela Peña. En la mirada cansada de la actriz se resume el hastío vital de esta madre sola (nunca sabremos si está soltera o divorciada), tan buena tía que todos se aprovechan de ella.
Las cosas no le han salido como esperaba a esta modista que trabaja en el departamento de vestuario del rodaje de películas. Su hija (Paula Usero) voló del nido para ser madre en Manchester pero ha regresado escaldada y con dos bebés. Su padre (Ramón Barea) no aguanta la soledad del viudo y se planta en casa para vivir con ella. Sus dos hermanos (Sergi López y Nathalie Poza) también padecen una vida familiar hecha trizas por culpa de sus respectivos trabajos. Rosa es indispensable para todos ellos, pero ha llegado el momento de dejar de vivir para los demás.
Icíar Bollaín y su coguionista Alicia Luna (esta vez no ha intervenido su guionista habitual en los últimos tiempos, su compañero Paul Laverty) leyeron en los periódicos la noticia de una mujer que se había casado consigo misma en una ceremonia con fastos, invitados y solemnidad. Un gesto de autoafirmación sin validez legal con el que mujeres en todo el mundo se dicen «sí, quiero» a sí mismas. Un compromiso personal por el que se prometen que serán siempre ellas, que no se traicionarán, que se cuidarán en la salud y en la enfermedad, que se amarán y respetarán todos los días de su vida. Hasta que la muerte las separe.
Suena serio y trascendente, pero la boda no deja de ser en el filme más divertido de Bollaín un 'leit motiv' argumental que hace avanzar la acción a ritmo de vodevil. Del trajín urbano de Valencia pasaremos a la calma de Benicasim fuera de temporada, adonde la protagonista huye para refugiarse en el antiguo taller de costura de su madre, que no pudo cumplir sus sueños profesionales por hacerse cargo de la familia.
'La boda de Rosa' se rodó, claro está, antes de la pandemia. Sin embargo su apuesta por el regreso a las raíces y al terruño tranquilo no puede estar más de actualidad. Estos personajes dibujados con ternura y agudeza solo pararán y se contemplarán a sí mismos al borde del Mediterráneo. Y en una preciosa coincidencia metacinematográfica, gran parte de la acción transcurre en el encantador hotel Voramar, donde hace 66 años Berlanga rodó 'Novio a la vista'.
Tal como hizo en 'El olivo', Bollaín consigue que el 'cine social' lance con efectividad sus mensajes sin resultar grave ni trascendente. Las risas, cortesía de un grupo de actores en estado de gracia, no ocultan la reivindicación feminista ni el grito callado de autoestima con el que tantas mujeres se identificarán. También es cierto que 'La boda de Rosa' se empantana en sus peripecias y, al final, echamos de menos saber más de su heroína. La naturalidad con la que el valenciano aparece y desaparece en los diálogos es otra prueba más del talento de la autora de 'Te doy mis ojos'.
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