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El 9 de enero de 1866, José María Zubia murió intentando rescatar a los pescadores de una chalupa de Getaria sorprendida por una galerna que trataba de entrar en el puerto de San Sebastián. Aquel día el Cantábrico quitó la vida a 38 personas. Este ... marino que con nueve años ya trabajaba en la lancha de su aita y a los 20 se enroló en un mercante que comerciaba con América ayudó durante toda su vida a socorrer a las embarcaciones que naufragaban frente a la costa de Gipuzkoa. Mito para los arrantzales donostiarras, con busto y calle en la ciudad, Zubia es recordado como Aita Mari, el nombre con el que, 150 años después, la ONG vasca Salvamento Marítimo Humanitario (SMH) ha bautizado el barco con el que auxilia a los que huyen de la guerra y el hambre y acaban a la deriva en el Mediterráneo.
Un emocionante documental que se estrena en cines este viernes narra la transformación del Stella Maris Berria, un atunero de Getaria camino del desguace, en el Aita Mari, que lleva rescatados a casi medio millar de refugiados. Según la Organización Internacional de Migraciones, en el primer semestre de 2021 fallecieron 1.146 personas en el Mediterráneo. La preciosa historia del Aita Mari arranca en los astilleros Kai Alde de Pasajes de San Juan, cuando un barco de bajura que no está acostumbrado a largas travesías se acondiciona como «nave de observación, denuncia y rescate», en definición de su capitán Marco Martínez. Las capturas de anchoa y verdel en las bodegas darán paso a náufragos ateridos que llevan días en un mar que muchos de ellos ven por primera vez.
Convertir un pesquero en un barco para salvar vidas no es sencillo ni barato. El documental sigue las labores de acondicionamiento sufragadas por la aportación del Gobierno vasco, ayuntamientos y empresas, y llevadas a cabo por un batallón de voluntarios que no puede quedarse de brazos cruzados viendo las noticias. Entre ellos, Íñigo Gutiérrez, vicepresidente de SHM, al que la fotografía del pequeño Aylan, el niño kurdo ahogado en una playa de Turquía, «partió el alma». Javi Julio (San Sebastián, 1978), el director del filme, conoce bien el valor de una imagen. Tras años dedicado a la educación social, se hizo fotoreportero especializado en fronteras y acabó en Lesbos. «Yo ya no sé si la foto de Aylan tiene poder», reflexiona. «Hay un meme que circula en internet, en el que la figura de Aylan se va desdibujando hasta que desaparece… Pero en su día algunos dejaron sus vidas ordinarias para intentar cambiar las cosas».
Tras una primera misión en un barco que SHM compartía con otras ONG, Javi Julio recibe la invitación para acompañarles en la aventura del Aita Mari. «Después de mucho tiempo recorriendo miles de kilómetros tenía una historia al lado de casa», apunta. Entre semana trabajaban los técnicos del astillero y el sábado y el domingo aparecían voluntarios que limpiaban, pintaban o cargaban cajas. «Venían y decían: ¿qué hay que hacer? Es el 'auzolan', el trabajo vecinal, una palabra para exportar, hecho realidad. Te reconciliaba con la gente ver a personas que, en vez de ir a la playa, venían a trabajar». Fuera del dique seco, el barco no se pudo hacer a la mar por las trabas burocráticas. El gobierno central denegó el despacho al Aita Mari y al Open Arms para zarpar al Mediterráneo. Se produce una cruel paradoja: mientras la Administración considera que las ONG no tienen derecho a rescatar, ellos tienen claro que no se trata de un derecho, sino de una obligación. Hasta en tiempos de guerra se auxilia al náufrago enemigo.
En total, el Aita Mari tardó un año y medio en emprender su primera misión, a la búsqueda de pateras en una zona custodiada por Libia. Hemos visto en los noticiarios televisivos las imágenes de rescates desde las alturas de un helicóptero, pero no a pie de la zodiac que se topa con una lancha sin motor con 79 espectros que llevan 24 horas en el mar. Es como una aparición. Casi no tienen sitio para moverse y se hacen sus necesidades encima. De no ser por el Aita Mari, estarían condenados a una muerte segura que ni siquiera engrosaría las estadísticas. El filme enseña cómo se procede al rescate, tranquilizando a los náufragos y trasladando al barco en primer lugar a las mujeres embarazadas y a los niños. Una imagen impactante: la patera en la que viajaban vacía de personas pero llena de la basura que ha dejado la travesía. Con un spray se anota en el casco la fecha del rescate por si la encuentran las autoridades.
El documental muestra la extrema profesionalidad de la tripulación de un barco de rescate: aquí no caben voluntarios sin más. «Ni tú ni yo podríamos ir a bordo», certifica el director. «Son perfiles muy técnicos: bomberos, municipales, ertzainas, buceadores, marineros…». La agonía no termina con los emigrantes a salvo. La singladura del Aita Mari se complicó con la aparición de una patrullera libia, una tormenta y la negativa de las autoridades italianas a que desembarcaran. Si se dedicaran al tráfico de armas y no a salvar personas, se escucha en la película, tendrían atraque libre en cualquier puerto. Tras seis días de espera sin poder pisar tierra, el Aita Mari pudo al fin desembarcar a unos supervivientes que, mucho antes de su travesía marítima, llevaban meses e incluso años de viaje en busca de una vida mejor. «Change the world' (cambia el mundo)», les despiden los tripulantes.
#Aitamari finaliza su injusta #cuarentena impuesta a las ONG's de barcos de rescate.
maydayterraneo (@maydayterraneo) November 2, 2021
Volvemos a España a preparar la siguiente misión.
¡¡Buena proa compañer@s!!
¡¡Apóyanos!!https://t.co/DwNwSUkzXN
📸 @AlfonsoNovo pic.twitter.com/IStCu9H2fO
«Es una labor que deberían hacer los Estados, pero esta no es una peli de rescates, el protagonismo no lo tienen las imágenes dramáticas», matiza Javi Julio. «A mí se me caía la cara de vergüenza cuando estaba con esta gente a doce millas de las luces de Sicilia y no podíamos desembarcar. ¿Por qué tienen que pagar este sufrimiento extra?». El auge de los partidos de ultraderecha en Europa y el discurso del odio ha hecho más difícil la labor de estas ONG. «Es lo que hacía Salvini en Italia, verles como una amenaza que nos van a quitar el puesto de trabajo». El covid ha sido la puntilla. Ahora el Aita Mari tiene que hacer cuarentenas antes de volver a su base en Burriana (Castellón). «Nuestra idea era que mi madre pudiese entender qué está sucediendo en el Mediterráneo».
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