COVADONGA DEL NERO
Domingo, 27 de noviembre 2022, 01:03
Algo tan esperado en el calendario como casual para la familia de Pablo de Lillo Sauras, la estación estival quiso que el que, con los años y las experiencias se convertiría en artista, naciera en Avilés, a pesar de que la residencia familiar se encontrara ... en Oviedo. Nació en la Villa del Adelantado porque su familia materna tiene una segunda residencia en Salinas, donde pasaban los veranos y la que es para De Lillo «el centro emocional de mi vida, lo que permanece firme y sólido mientras todo cambia o desaparece». Su niñez y adolescencia las vivió en Oviedo, junto a sus hermanos Ana y Fernando, y se fue haciendo en el colegio Meres.
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Nacido en la cuna de una familia de clase media -«cuando aún existía», añade-, de padre periodista y de madre química y profesora, nunca tuvo una referencia artística en su casa, aunque buscando su vocación cree que «una de mis abuelas pintaba». De sus padres, recuerda «el esfuerzo y el trabajo» con el que educaron a sus tres hijos y que eran «profesionales liberales». Así, nunca tuvo ningún impedimento para buscar su camino por el mundo de las artes. A los siete años, comenzó bajo las órdenes y enseñanzas de la pintora María Antonia Díaz y tenía claro que quería estudiar Bellas Artes, «sin negociación».
Tampoco la necesitó. Se fue a Madrid a estudiar lo que quería, en la facultad de San Fernando con la mentalidad de «no desperdiciar el esfuerzo económico que hacían mis padres y a tomarme en serio la carrera». Allí, residió en dos colegios mayores -«y me echaron de ambos»-, posteriormente, en un piso. El contraste y la salida de «un ecosistema social parecido» que había tenido siempre en su Asturias natal, empezó a labrarse su futuro. El cambio lo define como «enriquecedor, pero arduo».
Tomándose en serio sus estudios descubrió que «era más serio que la carrera», y aprovechó la oportunidad que le brindaba una ciudad grande: «visité museos y alquilé galerías para empezar a exponer» en una búsqueda «por encontrar respuestas y absorber conocimiento». Tras los años fuera, decidió volver y terminó la carrera desde una casa de aldea que su familia tenía en Bimenes. Un nuevo contraste. «El arte te obliga a definirte y conocerte», quizás incluso antes de lo necesario para poder definir después la obra.
El ciclo se cerró cuando comenzó a dar clases a otros donde había comenzado él a darlas de pequeño. Y decidió estudiar Filosofía para completar «muchos de los conceptos que había ido adquiriendo». Se denomina una persona «normal con una vocación extraña»: amante de la música, la literatura o el cine, siguiendo la rama artística, pero también del fútbol y la natación. «Aficiones como las de cualquiera». Sin enloquecer.
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Ahora, en su galería ubicada en la calle General Zuvillaga, expone sus obras, las de otros artistas y da clases a quienes, como una vez él, buscan perfeccionar esa vocación. Las tres actividades, como galerista, artista y profesor, le permiten combinarlas en un proyecto que busca «diluir los límites de todas ellas». Integrar y fusionar sus facetas para conseguir una «creación personal más interesante», perdiendo la vanidad y el ego «y abrir lo mío a lo nuestro».
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