ALBERTO ARCE
OVIEDO.
Domingo, 27 de junio 2021, 01:25
El 5 de junio de 1996 el edificio con entrada a la plaza del Fontán por el pasaje del Arco de los Zapatos, 5, fue declarado «en ruina inminente» y las autoridades dieron a los vecinos un plazo de 48 horas para su desalojo. Los ... residentes intentaron arreglarlo con premura y los operarios optaron por desmontar de forma manual las últimas plantas; sin embargo, antes de terminar se dieron cuenta de que, si continuaban, ponían en jaque la estructura de los quince edificios que pueblan la plaza. Los propietarios tardaron más de un año en ponerse de acuerdo sobre el futuro de la misma. Finalmente, el riesgo de derrumbe de la plaza obligó a su demolición. Este año se cumple un cuarto de siglo de la entrada de las palas que echaron abajo el conjunto, del siglo XVIII, para su posterior reconstrucción y veintidós años del baño de masas que se dio el entonces alcalde Gabino de Lorenzo para inaugurar una de las actuaciones más controvertidas del casco histórico.
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Una «chapuza», para los residentes, que hoy en día sigue sacando a la luz fallas constructivas de aquella rehabilitación que a lo largo de las últimas dos décadas se han traducido en un sinfín de pleitos favorables para los vecinos, parcheos y reparaciones cada pocos años, y «seguimos sufriendo con quebraderos de cabeza constantes». Lo explica la presidenta de la Asociación de Vecinos del Fontán, Ana Isabel Balbín. Tanto ella, propietaria de una de las viviendas de ese primer inmueble que amenazaba colapso en 1996 como Pilar Taboada, dueña de varias de las viviendas del número 9, y sus comunidades, deben costear la sustitución del embaldosado de los dos pasajes bajo sendos edificios. Las obras, que sobrepasan los 17.000 euros, terminarán en escasos quince días.
Los operarios están sustituyendo las losetas e impermeabilizando el firme, dadas las filtraciones que padecen los sótanos subterráneos por el «desgaste» arrastrado de la limpieza de la zona con pistolas de agua a presión, que hacían los operarios municipales tras la actividad hostelera en la plaza -algo que han dejado de realizar desde que los residentes lo solicitasen hace siete años-. Una situación que fue denunciada en un informe de Medio Ambiente de hace una década.
La realidad de la reforma del Fontán fue polémica en su día. «En aquellos años nos llamaron especuladores, pero la verdad es que, contrariamente a lo que aún se cree, esas obras las pagamos los vecinos», recordó Balbín. «Todavía quedan algunos que siguen hipotecados desde entonces», aseguró, a su lado, Taboada. Las familias de ambas llevan ligadas al Fontán desde los últimos años de la primera mitad del siglo XIX, cuando la plaza se nutría de bloques de una altura poblados por una docena de comerciantes que, con el paso del tiempo, fueron solicitando elevar los inmuebles, en los que también habitaban.
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La titularidad del suelo de la plaza está repartida. Los pasajes, cada uno afecta a dos edificios, aparecen en el Plan General como espacios libres privados de uso público -por eso pagan los vecinos-. La zona central, ahora cubierta por terrazas de hostelería desde al ampliación de la superficie de los veladores que permitió el Consistorio, es de propiedad municipal.
«El Ayuntamiento vendió en su día esto como una gran hazaña, una gestión municipal brillante, pero la realidad es que nos dejaron solos, y solo gracias a que hemos estado unidos todo este tiempo, hemos conseguido ir salvando esta plaza, pagando por arreglar lo que es nuestro» en ese «corazón de Oviedo, corrillo de viejas chismosas» que describía Ramón Pérez de Ayala.
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Las alarmas saltaron apenas cuatro años después de la presentación de las obras cuando se rompió el primer fuste. Las casas demandaron a la constructora, arquitectos y aparejadores y a finales del 2008 recibieron una indemnización para sustituir unos cuarenta capiteles y seis fustes de la plaza. Las «nuevas» columnas del Fontán estuvieron casi cinco años apuntaladas.
El año pasado, los vecinos llevaron a juicio la reparación de las tuberías de gas de la plaza, oxidadas desde la reconstrucción y cuyo precio ascendía a 84.000 euros. No solo eso, cuentan, cinco lustros después de las obras, el saneamiento del Fontán sigue siendo un pozo negro, que se vacía una vez al mes, provocando malos olores cuando llega el camión cisterna. Dentro de los pisos, por ejemplo, por motivos estéticos dada la protección del entorno, las llaves del gas se encuentran en el interior de las viviendas y no en el exterior como manda la normativa.
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Veinticinco años de una «chapuza» que aún se siente entre los muros y columnas de la plaza, aparezcan o no las grietas.
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