Secciones
Servicios
Destacamos
ROSALÍA AGUDÍNROSALÍA AGUDÍN
OVIEDO.
Domingo, 28 de abril 2019, 02:07
«Un ruedo de casas corcovadas, caducas, seniles», Un «corrillo de viejas chismosas» en el que «se vierten todas las murmuraciones y cuentos de la ciudad. La plaza del mercado es el archivo histórico de Pilares». Así describió Ramón Pérez de Ayala El Fontán, que conoció a principios del siglo XX y que ya no es el que era. La «tertulia de viejas tullidas», que se apuntalaban en sus muletas y hacían «el corrillo de la maledicencia» dio signos de fatiga a finales de la centuria pasada. En medio de la polémica, el Ayuntamiento optó con los vecinos por el derribo del conjunto del siglo XVIII y su recreación. Hace ahora, veinte años, el 7 de mayo de 1999, Gabino de Lorenzo, el impulsor de las obras, se dio un baño de masas y aplausos en la inauguración y tres semanas más tarde amplió su mayoría absoluta en un nuevo mandato.
Pero no todo fue tan fácil. Una jornada antes los operarios aún trabajaban a destajo en el remate de las obras, el PSOE -con Alberto Mortera a la cabeza, que aún militaba en las filas socialistas- denunció que el PP había adjudicado «a dedo» los acabados y la Consejería de Cultura aún no había dicho su última palabra sobre la idoneidad de la reconstrucción. Pero nada de eso importó durante el acto.
Los accesos al mercado de El Fontán se colapsaron cuando el regidor entró a saludar a los dueños de los puestos, los ovetenses abarrotaron, a pesar de la lluvia, la plaza Daoiz y Velarde y los halagos se sucedieron durante todo el evento, pero los problemas en la estructura llegaron muy pronto. Ana Isabel Balbín, presidenta de la asociación de vecinos de El Fontán, relata que a los «dos meses» se rompió un «capitel junto a los fustes» y la seguridad se vio comprometida.
Fue entonces cuando iniciaron procedimientos judiciales contra la constructora, que finalizaron varios años después con un acuerdo extrajudicial, pero los dolores de cabeza no solo se limitaron a esta época. También los hubo durante el año de antes del derribo.
El 5 de junio de 1996 el edificio con entrada por el Arco de los Zapatos, en el que Balbín es propietaria de una vivienda, fue declarado «en ruina». Intentaron arreglarlo, al igual que habían hecho los propietarios de Casa Ramón, y los operarios desmontaron de forma manual las últimas plantas, pero antes de acabar vieron que, si seguían, ponían en jaque toda la plaza que consta de un total de quince edificios: «Se venían abajo el resto y los propietarios tardamos dieciséis meses en ponernos de acuerdo para las obras».
La pala derribó en 1997 los inmuebles para su posterior reconstrucción y, en contra de la creencia popular, fueron los propietarios quienes pagaron las obras con ayudas de la administración. «Un día me dijeron que El Fontán era de todos, pero que pagaban los de siempre. Es decir, nosotros. Hubo gente que se hipotecó, pero había personas que nos decían que qué suerte habíamos tenido porque pensaban que no los habían dado por sorteo», rememora. Fueron dos años de obras en las que tanto los residentes de los pisos como los comerciantes se tuvieron que buscar la vida. Isabel Alonso, que desde hace 36 años está al frente de la mercería Mariceli, cogió un local en el mercado de El Fontán y allí montó su tienda. «Cuando nos dijeron el tiempo de duración de la rehabilitación no me lo creí. Pensé que iban a durar el doble y de aquella la plaza tenía una tienda de telas y una peluquería».
Cuando las obras finalizaron negoció con el dueño del local su vuelta y allí sigue desde entonces. «Yo no tuve ningún tipo de problema, pero hubo cambios». Antes de las obras tenía su almacén en el primer piso del edifico y después de la restauración lo cambiaron a un sótano. «Las plantas tenían que ser viviendas y antes de la rehabilitación esta parte estaba llena de grietas por las paredes. A mí me daba miedo. Las obras había que hacerlas sí o sí», concluye.
Ella es de las que les gusta el resultado final de la restauración, aunque no todos tienen la misma opinión que ella. «Hubo un proyecto para igualar las alturas y de poner las fachadas de piedras, pero eso no era El Fontán», asevera esta comerciante que es una de las que lleva más años en la plaza.
La más veterana es Maribel de Casa Maribel. Su madre montó en 1946 una tienda de alimentación y antes de las obras la plaza tenía problemas de salubridad. «Era una porquería y ahora está mucho más guapo y limpio». Pero el cambio no solo ha sido para bien. Hay, según añade, un problema: «Ya no hay tantos puestos de fruta y también se han perdido los de madreñas, de leche y huevos», señala esta comerciante que durante los dos años de la reforma buscó otro trabajo.
Ahora, es ella junto a su hija, Marta, quienes llevan la tienda y dice que muchos de sus clientes son antiguos habitantes del barrio. «No sé qué tiene la plaza que cuando entras, no sales de aquí», añade Balbín que tiene como plan de futuro escribir un libro con la historia de El Fontán.
La primera referencia que hay sobre la plaza de El Fontán es del 24 de agosto de 1376. En un pergamino, guardado en el archivo de la Catedral, se explica que un «suelo al canto de El Fontán, en Oviedo, junto a la Puerta Nueva (la hoy en día calle Magdalena) y al Rosal».
Su nomenclatura, no obstante, es mucho más clara. Esta palabra proviene del bable y designa a un manantial en forma de charco. Y es que esta emblemática plaza, tal y como explica Tolivar Faes en su libro 'Nombres y cosas de las calles de Oviedo' de 1992, era un «manantial que formaba la charca que hubo en el solar hundido en el que se edificó el barrio y además recibía las aguas procedentes del entorno formando una «laguna»
No fue hasta el 19 de agosto de 1523 cuando los Regidores de la Ciudad y su Concejo dieron la orden de que se secase este manantial. Mandaron «el domingo después de comer y el lunes siguiente» que todos los vecinos debían llevar una «caldera o ferrada» para echar el agua fuera. Pero no se logró una desecación «total ni definitiva» puesto que cuarenta años después exigieron el remate de las obras de secado hasta descubrir su hondura para evitar «las grandes enfermedades que producido al vecindario» y también porque allí se habían «ahogado» algunas personas, continúa relatando Tolivar.
A finales del siglo XVI se mandó encañar el agua a una fuente y se construyó el colegio de la Compañía de Jesús llamado San María. Esta edificación contribuyó a formar las calles Fierro y Fontán y por aquel entonces se acordó que la plaza tuviese forma cuadrada.
Los jesuitas fueron echados años después por el Conde de Aranda y en medio de la plaza se construyó una casa de comedias que se vio afectada por la edificación primero del Teatro-Circo de Susana y después por el Campoamor.
No fue hasta finales del siglo XVIII cuando se formó el rectángulo característico formado con 236 viviendas y en 1814 se denominó la explanada sur como la plaza Daoiz y Velarde. Ya en los años ochenta se emprendió una «importante» restauración y el 1997 se derribaron los edificios.
Ahora, la historia de esta emblemática plaza sigue escribiendo en las páginas de Oviedo. Sus bajos comerciales, excepto la tienda Coser y Cortar, tienen uso aunque María Teresa Álvarez, de la mercería Olimpia año los tiempos pasados fueron mejores: «Tras la reforma los edificos están mejor, pero la plaza está peor». Añora las épocas en las que el Ayuntamiento organizaba actividades -por ejemplo en 2003 parte de las actividades del Antroxu tuvieron lugar allí- y añade que por las tardes la zona a penas tiene vida. «Quitaron todas las terrazas y este espacio está muerto». A por otros veinte años más.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.