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Rafael Francés
Domingo, 25 de febrero 2024, 01:00
El asesinato del almirante Carrero Blanco (20 de diciembre de 1973) lo pasó en Santa Cruz de Tenerife «pegado a un Cetme (fusil militar) con munición real patrullando por las calles porque estaba haciendo el campamento de las Milicias Universitarias». Y el 23 de febrero ... de 1981 (Tejero entra en el Congreso) le encontró con Alfredo Canteli redactando unos estatutos nuevos para el Centro Asturiano, «cuando Alfredo era gerente». Estos dos hechos definen un poco lo que ha sido y es la vida de Gerardo de la Iglesia Guerra (León, 1952), al que casi todo le cogió trabajando.
Poseedor de una sonrisa de esas que iluminan toda la cara, este abogado experto en urbanismo habla con voz rotunda, es padre de una memoria sorprendente, aunque diga lo contrario, y hace sentir como en casa al interlocutor desde el primer momento. Abuelo devoto (tiene cinco nietos), sonríe con orgullo cuando le dicen que se le cae la baba.
Hijo de Víctor y Dionisia, agricultores, supo desde el primer momento lo que era trabajar duro para adaptarse a la vida del campo y eso fue una enseñanza de vida que no se quedó en lo más profundo de la memoria, ni mucho menos. Estudió de pequeño en León «en una escuela del Plan Marshall (ayuda americana) en la que nos daban una taza de agua caliente con harina amarilla y queso amarillo que venía de USA».
Jugaba al fútbol, a las canicas y se hizo experto en coger vencejos con un cartón y en «cazar lechuzas que luego alimentábamos y cuidábamos».
Estudió Derecho en Oviedo (1970-75) con beca, «así que había que empollar mucho y viví en un piso durante la carrera con otros cuatro compañeros en la calle Padre Suárez».
Juergas, algunas. «Sobre todo tras los exámenes parciales. Se bebía cuba libre y se intentaba ligar, pero se conseguía poco: coger de la mano y algún beso robado».
Conoció a su primera mujer en la Universidad, Paz de Andrés, con la que tuvo dos hijos. «Nos sentábamos juntos en clase», el roce hace el cariño, y «10 años después de casarnos nos separamos con Agustín Azparren de juez».
Por el medio aprobó dos oposiciones, una en el Ayuntamiento de Gijón, «donde me destinaron a Urbanismo», y otra en el de Oviedo con Antonio Masip como alcalde, «que me mandó a jefe de Impuestos» .
En 1986 abrió despachó en la plaza de Riego y desde ese momento el urbanismo condujo su vida. Bueno, el urbanismo y su secretaria, Paloma Rivaya Guisasola, con la que se casó en 1988 y tuvo otros tres hijos.
No todo es la Abogacía en su vida. Ahora aprovecha el tiempo caminando, con la tauromaquia, la caza (de vencejo le viene al galgo), y lee mucho. No ve la televisión.
«Vivo en San Cucao y la senda de Posada a Lugo de Llanera la tengo machacada». Sobre la mesita de noche, el libro 'El hijo olvidado', de Mikel Santiago, y alrededor mucha novela histórica que «siempre he comprado en la librería Cervantes». Trabaja, camina y sólo pide salud. Mientras tanto, sonríe.
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