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RAFAEL FRANCÉS
Miércoles, 2 de noviembre 2022, 01:50
Un goteo incesante desde primera hora de la mañana hasta que en las horas centrales del día el cementerio de El Salvador se va llenando de fieles para recordar a sus seres queridos difuntos. Los diferentes aparcamientos de la zona se abarrotan, llegando hasta producirse pequeños atascos de tráfico. Los ovetenses se trasladan al camposanto para honrar sus familiares fallecidos, adecentar la tumbas, rezar o pedir la intercesión de los familiares difuntos ante Dios para que se haga más llevadero el camino que lleva de la vida a la muerte, y más en este tiempo de guerra y crisis económica.
Sin restricciones, sin apenas mascarillas, el camposanto acoge a muchas personas mayores, también numerosos abuelos con hijos y nietos en familia, como antes de la pandemia.
Las flores fue el gran negocio del día. Covadonga Martín, propietaria de uno de los puestos ubicado a la entrada de El Salvador, explicó que desde hay «un goteo incesante desde el sábado hasta hoy (por ayer). Se venden sobre todo claveles y, en especial, los blancos. Las ventas han subido sobre todo si las comparamos con el año pasado cuando la mayor parte de las flores eran de plástico mientras que este año se ha apostado más por las flores naturales».
Son más o menos las once y media de la mañana y Miguel Hernández, un nombre con abolengo poético, limpia la lápida de su familia porque «tengo aquí a abuelos, padre y tíos». Y añade: «Hace cinco años que enterré a mi padre y 20 a mis abuelos. Se remueve todo por dentro estos días».
José Iglesias ha subido al cementerio con toda su familia, «salvo un hijo que está de guardia», precisa. Todos arropaa al abuelo, alrededor del panteón de Iglesias Llaca.
Pocos metros más allá una pareja, Santiago Martín y Elena Tuñón, lloran en silencio la desaparición de su hijo un Día de la Madre a los 53 años de edad en Salamanca. «Venimos todas las semanas y nos damos perfecta cuenta de que estamos en esta vida de paso», explican con un gesto entre resignado y doliente, pero de aceptación de lo que les ha tocado vivir.
Hacia el sur del cementerio se encuentran Carlos Álvarez, Felisa Díaz y la hija de ambos, Esperanza Álvarez. «Venimos de manera regular para recordar a la familia y este día no faltamos nunca», explica Carlos, y su esposa añade: «Yo este día no puedo fallar».
Al final del camposanto a la derecha se encuentra un grupo de nichos ante el que rezan José Cachaguay González y su amplia familia (hermanos, esposa e hijos). En total son once personas que han limpiado y puesto flores en la tumba de un cuñado de José. «Rezamos, limpiamos y ponemos flores, es lo que tenemos que hacer por nuestros muertos y así lo hacemos», razona José.
Una mañana de sol, nada fresca, en la que cientos de ovetenses se acercaron al cementerio para limpiar, rezar y poner flores a sus difuntos. Una tradición que recuperó la fuerza de antes de la pandemia.
Eloísa Fernández de la Reinoa Revuelta estaba sentada ayer al pie del panteón familiar mientras el sol le daba en la cara y su hija y su yerno limpiaban la unidad de enterramiento con especial dedicación. Eloísa se mostraba especialmente contrariada porque le habían robado la cruz que presidía la tumba familiar y no es novedad: «Van dos veces ya y la última la encontré en el El Fontán y tuve que comprarla para recuperarla». Un hecho que provoca una mezcla de dolor e indignación en una persona a la que le quedan sus recuerdos y que espera que el Ayuntamiento (propietario del cementerio) se encargue de velar por la seguridad y proteja el descanso eterno de quienes allí están enterrados.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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