RAFAEL FRANCÉS
Domingo, 11 de febrero 2024, 00:19
Es desbordante, con una memoria fotográfica y una cultura oceánica. Simpático, afable, cercano, educado y dueño de una mirada penetrante que ha aprendido a dominar para decir sin palabras lo que piensa, aunque lo de sin palabras y Antonio Masip es difícil escribirlo en una ... misma frase.
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Sonríe mucho y trata a cada persona en su contexto. Fue alcalde de Oviedo y con el paso de los años la historia ha sido benévola con su labor porque se le recuerda como un buen alcalde, al menos eso dicen los que vivieron de cerca su época de regidor ovetense entre 1983 y 1991.
Antonio Masip Hidalgo (Oviedo, 1946) es de esas personas que se hacen querer, aunque tenerlo de contrincante político debe ser peor que un dolor de muelas.
Nació en su casa de la calle del Marqués de Santa Cruz, en el mismo edificio donde tiene ahora su hogar y en el seno de lo que se conocía como una «familia bien». De hecho, «nací mirando al Campo San Francisco, donde jugaba de pequeño a banzones y cromos». Hijo de Valentín, alcalde de Oviedo durante el régimen de Franco, y de Carmen. Luego casado con Eloína se caracterizó en su vida de estudiante por ser «un empollón que sacaba muchas matrículas» y que se leyó 'En busca del tiempo perdido', de Marcel Proust, «con 13 años». Después de eso hay que pararse a respirar y mirar a Antonio Masip con otros ojos.
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Estudió en las Ursulinas del Naranco, en los Dominicos, «del que guardo un gran recuerdo», y en la Universidad de Deusto, donde se licenció en Derecho y Economía.
Su afición por escribir le llegó ya de joven, pues editaba en los Dominicos un periódico que «se llamaba 'El Reflector' en invierno y 'La Gaviota' en verano». Poníamos anuncios a una peseta y masacré a la familia. A mi abuelo le cobraba por los anuncios del Banco Herrero».
Hijo de un alcalde de los tiempos de Franco «que era alférez provisional un poco democristiano». En su casa se escuchaba Radio París y la BBC de Londres, dos emisoras a las que estaba atenta la oposición política al régimen. «Escuchando me picó enseguida la democracia».
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Fue a Londres, se hizo amigo de Salvador de Madariaga, «un demócrata y anticomunista»; estuvo en París en Mayo del 68, «donde conocí el movimiento obrero y los curas obreros», y «me hice más activista que teórico porque tenía un poco de complejo de niño bien».
Llegó a la Alcaldía de Oviedo, «pese a que en mi partido (PSOE) no lo veían muy posible», y de sus ocho años en el Ayuntamiento lo que más le enorgullece es que «fui el primero después de muchos que no tuvo restricciones de agua en la ciudad porque cambiamos las tuberías de la traída de agua, que perdían casi la mitad de lo que transportaban».
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Han pasado los años y el Antonio Masip vigoroso que agitaba una bandera del Real Oviedo en el ascenso de 1988 con el mismo ímpetu que Rafa Nadal su raqueta ahora piensa, porque no para de bullir, en escribir su segunda novela e intentar que desaparezca la primera porque era realmente mala: «No puede ver la luz».
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