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Era imposible que fuera otra cosa, lo medio intentó pero no lo consiguió. Se metió por el Derecho pero se desvió hacia el bar. No podía ser otra cosa que hostelero y lo es. De casta le viene al galgo y para este obsesivo del trabajo, hablador, gesticulante suave, con mirada de pillo, de listo, pelo siempre bien cortado y discurso convincente aunque no sepas de qué demonios está hablando, ser hostelero es tan natural como para el tigre cazar. Ya con nueve años cobraba a los clientes y entraba a su casa a través del bar porque la puerta de su hogar era la puerta del establecimiento. En concreto del bar Rosal, una institución ovetense que llegó a vender 3.000 pinchos un sábado cualquiera de un mes cualquiera de un año cualquiera.
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José Luis Álvarez Almeida (Oviedo, 1970) es propietario de Casa Amparo, presidente de la patronal hostelera Otea y a partir del 19 de marzo será presidente de la Patronal Hostelera de España. Hijo de Pepe el Porretu y de Mari Paz, la sabia cocinera del Rosal, con nueve años se subía a una caja de sidra para llegar a la caja y cobrar a los clientes. «Mi padre decía que eso era muy bueno para las matemáticas». Vivió unos años, los primeros de su vida, en Valentín Masip, delante de los ya desaparecidos cines Clarín para pasar luego a la calle de Rosal y estudiar en varios colegios como San Pablo, Ursulinas y Auseva. «Fui un estudiante trompicado pero pasaba los cursos bien, sin problemas ni tampoco sobresalientes». Su juventud y niñez son recuerdos de un bar en Oviedo. Allí comía con los clientes junto con uno de sus dos hermanos «y ahora en Casa Amparo me pasa lo mismo. Es que tengo mucha querencia y normalmente subo a casa entrando por el bar. También vivo encima».
Declara con mirada pícara que «siempre tuve mucha afición en lo de ligar, fui más espabilado para eso que para estudiar» pero siempre con la obligación de volver a las 10 porque había que trabajar y trabajar duro. En 1998 se casó con Margarita y han tenido tres hijos, Javier, Pelayo y Sergio.
Todavía conserva los amigos del colegio, «con los que me reúno tres o cuatro veces al año. Tengo ahora más relación con ellos que cuando estudiábamos», afirma y sonríe.
El veraneo en Luanco desde hace 15 años, «donde la familia se queda y yo voy y vengo». Pero el refugio, el lugar que le da paz y sosiego dentro de una vida acelerada en la que nunca se sabe dónde está porque está en muchos sitios casi a la vez, es un pueblo de León, Torrestío, a los pies de Saliencia. Una casa de su padre que han reformado y que se deja querer.
«Allí tengo mi refugio de paz, donde hago cosas que no suelo hacer como barrer (risas) y donde me gusta cocinar. No soy un chef pero hago mis cosas». Y debe hacerlas bien porque ese hogar de montaña está «siempre lleno de gente, no menos de diez personas cada vez que vamos y doy de comer y yo les cocino, principalmente huevos con patatas y jamón».
José Luis Álvarez Almeida es un torbellino que nunca para de girar a velocidad del rayo y al que sólo le ralentiza el movimiento la familia.
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