COVADONGA DEL NERO
Domingo, 4 de septiembre 2022, 00:51
Julio Bobes conoce el monte Naranco «centímetro a centímetro» y presenció la construcción de la carretera de Mieres gracias a una de sus grandes pasiones: el atletismo. Fue durante su etapa en el colegio cuando su profesor Emilio Campos le acercó a este deporte. «Me ... motivó y me hizo conocer que era un buen corredor de fondo». Aunque su vida ha girado durante casi medio siglo en torno a la Psiquiatría, le debe sus éxitos a aquel docente que vio en él «una capacidad que ni yo mismo veía». Aquel comienzo en las carreras «me hizo conocerme de verdad, enseñarme a distribuir la energía».
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Así, Bobes se define como «un corredor de fondo», un concepto que va más allá de las pistas o enclaves naturales por los que se ha dejado llevar con este deporte. «Aprendí que, a veces, hay que dejar que el 'galgo' se aleje, competir con otros, no llevar el mismo ritmo». Un aprendizaje que, cuando uno escucha al que hasta ahora era jefe del servicio de Psiquiatría del HUCA y catedrático de la Universidad de Oviedo, entiende que también se refiere a su vida profesional y personal.
Descendiente de una familia de agricultores -aunque su padre se dedicó a la fabricación de metales para crear monedas-, Bobes vivió su infancia junto al entonces Hospital Psiquiátrico de La Cadellada y, al mismo tiempo, de las vías del tren que por allí pasaba. Algo que le marcó profundamente. «Episódicamente, la gente iba allí a tirarse a las vías, perdiendo su vida», recuerda. «Es algo que me impactó de niño». Ahora, ya conocedor del futuro de ese niño, entiende que «parte de mi motivación viene de allí, de que nadie me explicaba por qué hacían eso».
Ya en su adolescencia, y tras la preparatoria para el Bachillerato, Bobes era un buen estudiante y escogió Medicina en la Universidad de Oviedo. Se acabó convirtiendo en el primer alumno que sería catedrático de la misma universidad, tras realizar la tesis junto a Manuel Álvarez Uría.
Y entremedias, un sinfín de anécdotas. Fue la directora de un colegio de niños con parálisis cerebral quien le ofreció pasar un mes en Celorio, ayudando como voluntario. «Recuerdo las sonrisas de los niños después de que les ayudáramos a ducharse, por ejemplo». Un gesto tan sencillo y repetido en su día a día que «no sabía hasta dónde llegaba esa ayuda».
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También trabajó, como peón, en la construcción de la Facultad de Medicina. «Vi un anuncio en los tablones y no me lo pensé», asegura. De aquel primer sueldo consiguió lo suficiente para comprarse un moto, «de quinta mano, por lo menos». Sus compañeras de dos ruedas fueron mejorando y recuerda con especial cariño «las excursiones que hacíamos a Andrín o Muniellos». Hasta Copenhague llegó con un compañero, «y tuvimos que volver haciendo autostop porque nos dejó tirados mi moto».
Pero, sin duda, su vida ha sido «una dedicación constante a mi profesión», que le permitió conocer hospitales psiquiátricos de Moscú, París, Estados Unidos y un sinfín de destinos por todo el mundo. Ahora mira a su jubilación del servicio público no queriendo viajar a grandes destinos, sino allí donde se encuentra su favorito: Llanes. Es en la casa familiar donde pasa el tiempo con su mujer y sus seis hijos.
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