DANI CASTAÑO

Primeros impactos universitarios

«En desordenado perímetro universitario en El Cristo sigue pidiendo una redención planificadora»

Domingo, 17 de octubre 2021, 01:06

Me refiero a impactos visuales y a sensaciones en los primeros contactos con edificios universitarios. No al impacto de una teja caída del rectorado, ni al trauma de una asignatura o docente sobresaliente u horripilante. Más o menos, lo que los italianos llaman 'a primo ... impatto'.

Publicidad

A diferencia de mi hermana, que cursó un quinto de carrera en el vientre materno, yo creo que tardé no poco en entrar, o al menos fijarme, en la sede fundacional de la calle de San Francisco. Seguro, sí, que en familia paseé por su claustro, pero no tengo recuerdos, a diferencia de lo que puedo decir del Museo Arqueológico, al que acudíamos religiosamente todos los veranos antes de irnos de vacaciones.

Si no me llaman analfabeto, creo que la primera vez que entré en un aula del edificio histórico de Valdés Salas fue, ya avanzado el Bachillerato, para asistir en el Paraninfo a una conferencia que nos habían recomendado en el Instituto. Pero de ahí al momento de la preinscripción y la matrícula -en el callejón de la Plaza de Riego-, creo que no volví a traspasar tan ilustres muros. Y digo muros, porque todo lo demás ardió en 1934, como una de las mayores desgracias culturales de la historia de España. Aunque algo sabía del pesar y penar de mi abuelo, tardé en que me relataran en casa que todo, prácticamente, estaba reconstruido.

Pero hago un viaje en el tiempo para ir, aún, más atrás. La primera Facultad universitaria que pisé y en una de cuyas estancias asistí a un acto académico, fue la de Medicina de Salamanca, con ocasión de la lectura de tesis de mi padre. Sí recorrimos toda la imponente parte antigua de la ciudad y no se me han borrado las imágenes de sus monumentos, incluidos los universitarios, que aún rememoré, hace dos semanas, en la mejor y más experta compañía.

Publicidad

Como he señalado, de los edificios universitarios ovetenses, sabía poco. Pasaba casi a diario delante de la Escuela de Minas o de la actual Facultad de Geología; había hecho la Primaria frente a Magisterio y Ciencias... pero reconozco que nada me suscitaba un interés especial. Fue, ya lo he dicho, cuando no me quedó otra que elegir carrera -hasta el último momento dudando entre tres- el momento en que algo me impactó. Fue, concretamente, en el jardín del rectorado, donde aún está el busto de Isabel II y las ruinas de la capilla de San Sebastián, cuando reparé en la grandiosidad y la historia de aquellas paredes, aún llenas de huellas de la barbarie y, de paso, en mi responsabilidad. Había sido un estudiante normal y me temí que las exigencias universitarias rebasaran mis capacidades de comprensión y sacrificio. Sentí un sudor frío, el de poder decepcionar y decepcionarme. Por fortuna duró poco y elegida, por descarte, que no por vocación, la Licenciatura en Derecho, pronto vi algo muy parecido a lo vivido en el Alfonso II: profesores (ni una sola señora en cinco años) de todo tipo: excelentes, normales y malos; benévolos o exigentes; justos o arbitrarios. Nada nuevo bajo el sol.

Salí airoso de aquel lustro y recuerdo, mili mediante, mi vuelta al aula en la universidad decana de Europa: allí, en Bolonia, por mor de las convalidaciones de entonces, me sentaron en un pupitre de cuarto curso y a volver a chapar manuales, antes de hacer la tesis. Los edificios eran como toda la ciudad: puro arte pretérito, pero llenos de misterio, agrandado por la poca luz de algunas aulas. Cada vez que vuelvo, sigo percibiendo sensaciones distintas y reparando en detalles que me pasaron inadvertidos.

Publicidad

Tampoco olvido mi entrada, la víspera de examinarme de cátedras en Murcia, en el campus de La Merced, que asocio a unos preciosos azulejos. Tampoco, el que fue mi despacho, dando a un maravilloso claustro conventual, sólo 20 años posterior a la Universidad de Oviedo.

De mis dos estancias en León -pese a algún edificio notable- prefiero destacar el papel de mecenas desinteresado que jugó la antigua Caja de Ahorros de allí para sacar adelante el Campus de Vegazana. ¡Quién lo diría hoy de esos bancos impersonales y mil veces fusionados que llevan en su interior a antiguas Cajas con sus periclitadas obras sociales y culturales!

Publicidad

Mi último regreso a Oviedo, donde sigo trabajando, fue a un desordenado perímetro universitario en El Cristo, en cuya Facultad de Económicas ya había dado clases, que sigue pidiendo una redención planificadora. Curiosamente, sus aulas sólo las he echado de menos con las clases telemáticas. Pero más por el alumnado -el mejor regalo para quien se dedica a este oficio- que por sus paredes de ladrillo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad