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Rafael Francés
Domingo, 17 de marzo 2024, 01:00
Tiene 91 años, quién los pillara, y se mueve con dificultad. Un bastón como báculo y un caminar algo inseguro: «Tienen miedo a que me caiga». Pero se sienta al piano, pone las manos sobre el teclado y rejuvenece cuarenta años o más en un ... suspiro. La edad y las dificultades se esfuman y dejan paso a una mujer firme, briosa, animada, lúcida, que acaricia y golpea las teclas según el 'tempo' y con la habilidad que sólo tienen los maestros. Ella es una maestra porque ha dado clase toda su vida pero porque tiene clase tocando. No sólo son las manos, son los pies que acompasan los pedales y, sobre todo, es la cara porque cuando toca sonríe y respira.
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Un privilegio escuchar a Purita de la Riva García (Oviedo, 1933) mientras interpreta la jota 'Viva Navarra', del maestro Joaquín Larregla. Lleva bien los elogios, seguramente porque a fuerza de recibirlos por millones se ha terminado acostumbrando, pero siempre repite lo mismo desde el convencimiento profundo de una católica como ella: «Los dones los da Dios».
Precisamente la religión es el motor de su vida, evidentemente más que la música. Hija del magistrado Joaquín de la Riva y de Trinidad García, estudió en el colegio de La Milagrosa en la calle Gil de Jaz. Allí con seis años tuvo su primer contacto con la música. «Todo fue providencial pues en el colegio había una hermana de la Caridad que era hija de un secretario judicial que tuvo mi padre y era profesora de música y cuando yo tenía seis años le dijo a mi madre que iba a enseñarme música. En dos años hice tres de solfeo y dos de piano con sobresaliente. Había unas cualidades que Dios me había dado».
Siguió estudiando piano y examinándose en Madrid, siempre bajo la supervisión de su gran maestro Saturnino del Fresno, con el que «realicé mi primer concierto con nueve años en Radio Asturias. Con él toqué una sinfonía de Mozart a cuatro manos».
Desde ese momento y hasta la fecha han pasado 82 años de estudio, maestría y dedicación al piano. De hecho, ha sido catedrática en el Conservatorio. Pero sobre todo cientos de conciertos, galardones, alumnos, y mucha vida y recuerdos que atesora en su casa en la que, ahora que sale poco, recibe muchas visitas. «Camino diariamente por el pasillo porque me recomiendan caminar».
Purita de la Riva vive su vida con paz, mucha paz por el trabajo bien hecho, y con sus recuerdos. Ha tenido diez hermanos, ya todos fallecidos. Vive rodeada de sus fotos, sus títulos, sus dos pianos, toca todos los días más de una hora, «y no toco más porque me canso mucho estando sentada delante del piano». Es decir, no se olvida de su gran pasión en ningún momento como tampoco se olvida de Dios porque reza dos rosarios al día y escucha la misa diaria en televisión.
Es un mito viviente y cuando se sienta al teclado el mito está más vivo que nunca porque la mujer de 91 años se transforma en la joven que con 12 años inauguró al piano la temporada de la Sociedad Filarmónica con «un concierto en tres partes y dos propinas que me pidieron».
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