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Fue el obispo Benjamín de Arriba y Castro quien, en una homilía en la Catedral de Oviedo, refirió la ausencia en Asturias de un monumento -como el del Cerro de Los Ángeles en Madrid, o el de otras ciudades del mundo-, para la devoción del amor divino de Jesucristo. Corrían los años 40 y una obra de esa magnitud parecía entonces impensable. Pero una fiel recogió la idea y se la trasladó a los Jesuitas. Estos, a su vez, llevaron la propuesta a las parroquias ovetenses y, poco a poco, el proyecto del Sagrado Corazón fue ganando apoyos. En 1957 se constituyó una junta formada por veinticinco mujeres con el objetivo de recabar fondos para la faraónica empresa.
Nada resultó sencillo. Se necesitaban 17 millones de pesetas y la Iglesia asturiana no atravesaba precisamente una época de bonanza. La ciudad había comenzado a extenderse y hacía falta dinero para financiar la construcción de nuevas parroquias en los barrios. Además quedaba otro cabo suelto: la titularidad de los terrenos. Pero la junta se encargó de buscar a los propietarios de las parcelas del Naranco y después comprarlos. «Las autoridades no movieron un dedo, fueron los fieles con sus donaciones los que sacaron el monumento adelante», recordó ayer la pianista Purita de la Riva, una de las artífices de que la devoción jesuita de la jira siga tomando cada año el Naranco, como este domingo pasado.
La primera piedra del Sagrado Corazón se colocó tal día como hoy, 21 de junio, en 1963. Era un roca extraída del Santuario de Covadonga bajo la cual se colocaron bolsas con tierra bendecida de todos los concejos asturianos. Ese acto se rodeó de polémica. Aparte de fieles, hubo varias protestas ese día. Algunos sectores de la ciudad pensaban que existían otras prioridades. Los sacerdotes jesuitas ya fallecidos, Vega y Vilariño, convencidos de la construcción del monumento, consiguieron terminarlo con férreo tesón. Se inauguró veinte años después: el 5 de julio de 1981. Y un cuarto de siglo más tarde, en 2006, el Ayuntamiento, con Gabino de Lorenzo como alcalde, arregló la explanada y la zona se convirtió en un mirador con bancos.
Hoy en día, aparte de su valor religioso, el Sagrado Corazón constituye uno de los símbolos más reconocibles de la ciudad. «Oviedo no se entiende sin el Cristo», resumió De la Riva. Su madre, integrante de la primera junta para el proyecto, no llegó a ver finalizadas las obras. «Estoy segura de que le hubiese gustado el resultado porque era muy devota del Sagrado Corazón», sostuvo con una punzada de nostalgia.
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