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Raquel Fidalgo
Lunes, 13 de enero 2025, 08:41
En el corazón de Oviedo, la calle La Tenderina guarda en sus adoquines ecos de un pasado rico y vibrante. Entre su historia se encuentra el hecho de 1681, cuando se instalaron guardias para controlar el acceso debido a la peste. Ya en el siglo XVIII, Jovellanos vislumbraba un futuro prometedor para esta vía, mencionando que sería uno de los mejores paseos ovetenses. Hoy, sin embargo, La Tenderina es testigo de una realidad distinta: la lucha diaria de sus comerciantes por mantener viva su esencia frente al cierre de numerosos locales y la disminución del tráfico de peatones.
María José González, propietaria de la tienda Piñata, recuerda cómo la calle bullía de actividad cuando llegó hace 30 años. «Antes no había ni un solo local vacío, y ahora está casi todo cerrado», lamenta. Su tienda, un espacio multifuncional donde se puede encontrar desde zapatos hasta papelería, es un testimonio de adaptación y persistencia. «Nos mantenemos los de toda la vida, pero no hay relevo generacional», explica. Aunque celebra las mejoras realizadas en infraestructura y nuevas edificaciones, también observa con tristeza que «esta calle se está convirtiendo en poco transitada», dice para añadir una petición: «Tienen que poner más aparcamiento porque la gente que venía de los pueblos a hacer la compra aquí ya no viene porque no hay donde dejar el coche».
En La Tenderina Baja la situación es similar con sus propios problemas. La peluquería Ortiz Estilista lleva cinco años peinando a los vecinos de la zona y su dueña, Beatriz Morales, mantiene una visión positiva sobre la clientela y el ambiente, pero señala un problema que ilustra el deterioro de la zona. «Se nos meten ratas en la tienda», afirma, señalando al prado descuidado que se extiende frente al local. Beatriz y sus tres empleadas agradecen la fidelidad de sus clientes, pero piden más limpieza y atención a su entorno. «Estamos bien en el barrio, pero solo pedimos limpieza», enfatiza.
Unos metros más allá, la tienda De la Uz representa otra pieza clave en la historia de La Tenderina. Tere Gómez ha pasado casi toda su vida trabajando en este negocio como encargada y desde hace 40 años ha servido a generaciones de vecinos. «Aquí compran las abuelas, las madres y las hijas; toda una generación», comenta con orgullo. Sin embargo, el futuro de De la Uz es incierto. «Necesitamos una reforma y no hay acuerdo», confiesa con pesar. La posibilidad de cierre no solo afecta a los propietarios, sino también a los clientes, quienes consideran el local un punto de referencia en el barrio. A pesar de estar en La Tenderina baja, donde todavía se siente algo de afluencia aunque menor, la decisión podría marcar el fin de una era.
Vanesa Romero Suárez es un ejemplo de cómo adaptarse a los cambios. Lleva tres años al frente de su tienda Mis Hilos de Colores, aunque ya había tenido un bar en la misma zona. Decidió renovarse profesionalmente para dedicarse a lo que más le gusta: la máquina de coser y las manualidades. Además de vender materiales, ofrece clases que, según sus alumnas, son una verdadera terapia. «El barrio tiene gente maravillosa, pero se ven muchas tiendas cerradas y la seguridad preocupa», comenta Romero. A pesar de los retos, se muestra optimista sobre el futuro: «Cuando acaben el Palacio, seguramente la gente se anime más».
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José A. González y Álex Sánchez
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