En su estudio, un 'penthouse' con unas vistas «italianas» sobre la cúpula del Reconquista repleto de libros, fotografías, planos y recuerdos, el arquitecto José Ramón Fernández Molina (Oviedo, 1951) habla de su profesión, por la que siente «una vocación apasionada», desgrana un torrente de ideas ... para La Vega, la Fábrica de Gas o El Cristo apelando en todo momento al 'genius loci' –el espíritu protector de un lugar–, sin dejar de bucear en la investigación. Como miembro correspondiente del Ridea, está ahora enfrascado en la coordinación de las jornadas 'La tradición disciplinar de la arquitectura en Asturias', que comenzarán este 29 de octubre y que protagonizarán Valentín Arrieta Verdasco, José Ramón Alonso Pereira, Esther Roldán, Rogelio Ruiz y Antón González Capitel.
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Sin dejar de hacer trazos sobre un papel, Fernández Molina, a quien la mili le enseñó a valorar la libertad, recuerda su trayectoria profesional, que le ha llevado a formar parte de la Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos, del consejo asesor del TICCHI España y de Incuna, a redactar catálogos urbanísticos, a intervenir en numerosos conjuntos BIC y un largo etcétera. Este experto en patrimonio industrial lanza también una reclamación: «Los arquitectos estamos siendo muy machacados y cumplimos una visión cívica muy importante, sobre todo si ejercemos con dignidad y respeto»; algo a lo que Fernández Molina «no renuncia».
–Es Master Arquitecto. Cuando terminó la carrera de Arquitectura en Madrid, volvió a Oviedo.
–Tuve la duda de seguir en Madrid, donde me había formado, pero mi ecosistema de amigos se iba a dispersar porque eran todos de fuera y tenía que inventarme una nueva vida, y sobre todo había una cosa, había ya muchas dificultades para trabajar y montar un estudio propio –ahora las hay ya definitivas– y estaba aquí César Fernández, mi tío, arquitecto. Él, muy generosamente, me integró. Aporté todo lo que pude durante cuatro años hasta que se cerró el estudio porque no había trabajo para cuatro. Siempre le agradeceré que me haya enseñado el oficio, ha sido un maestro.
–¿Qué hizo después?
–En 1984, gracias a mis padres que me permiten ponerme en la situación de salida adecuada, me puedo permitir venir a esta especie de 'penthouse' y empezar a trabajar solo. El primer responsable político que me encarga algo es Arturo Gutiérrez de Terán: hacer un estudio sobre dónde colocar el palacio de congresos de Asturias. Desde entonces, con Arturo tengo una amistad que ha ido creciendo con el tiempo. Somos amigos íntimos. En el discurso de ingreso en el Ridea hice honor al reconocerle que sigo escuchándole porque intelectualmente está muy vivo; me puso en el mapa, junto a Javier Blanco padre que, en su momento, estaba trabajando con él también. En ese escenario del primer gobierno autonómico, con mucha alegría, frescura, creatividad, Pedro Piñera, que cogió en sus manos Turismo, me encargó dos o tres cosas: la casona de Mestas, el parador de Pajares –era un marrón, pero me fogueé en pelearme con dificultades mayores y muy pocos medios–. La casona de Mestas recibió un accésit al premio Asturias de Arquitectura, nos meten en la Bienal del Arquitectura y voy ya en una dirección con una tendencia inevitable por mi parte, poco rentable económicamente, que es la investigación, los aspectos culturales.
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–¿Le hubiera gustado ser docente?
–Si hubiera una Escuela de Arquitectura, yo me habría profesionalizado compatibilizando el ejercicio profesional con la investigación y la docencia. Para mi mujer, de familia mixta suiza-carbayona, más calvinistas, más nórdicos, el aspecto material es muy importante y hay que ser administradores, ahorradores: y yo, con esas tesitura de tener una cobertura por parte de mis padres, he sido mucho más, entrecomillas, irresponsable y generoso. Eso me ha pasado factura porque cuando han llegado los momentos malos y duros, si no tienes reserva... yo siempre he ido muy al día, en cuanto a que eran proyectos de mucho interés –y mi biografía lo justifica en esa dirección– pero que económicamente tampoco me permitieron un rendimiento. Yo no construí patrimonio personal.
–Un arquitecto vocacional que prima la obra a lo económico.
–He ido generando una vocación que diría que es apasionada hacia la arquitectura. Si la arquitectura tiras de ella te empieza a enriquecer personalmente de una manera tremenda. Empecé a estudiar la historia de la arquitectura y me empezaron a interesar muchas otras cosas de la historia, por ejemplo el por qué. Durante la carrera nos sugirieron varios libros como 'La historia social de la literatura y el arte', de Arnold Hauser, que era la visión sociológica del arte y la literatura y que me resultó apasionante. Otros libros importantísimos en mi vida: 'La nueva Edad Media', de Umberto Eco, o 'Los próximos diez mil años'.
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–Reivindica el papel de los arquitectos.
–Lo dijo Paco Oiza antes de morir muchas veces, no se distingue la calidad en cuanto al ejercicio profesional. El responsable directo es la propia administración pública, en sus licitaciones prima lo económico sobre la calidad técnica.
–¿Cuáles son sus maestros, además de su tío?
–Antón González Capitel o Antonio Fernández Alba, que viene al ciclo del Ridea.
–¿Cómo se define como arquitecto?
–Un profesional muy comprometido en lo cívico, no sólo en lo propio, eso me ha formado positivamente como persona, como ciudadano, y con una pasión descontrolada.
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–Sus tres obras a destacar.
–Santa María de Celón, me la encargaron en el año 87 y tiene trascendencia por ser la primera, es la aurora. Me tuve que enfrentar a algo que desconocía: cómo se metía mano a un edificio románico. Salió bien, pero me di cuenta que no tenía idea y a partir de ahí, empezó mi proceso de vuelta a la Escuela de Arquitectura de Madrid, simultaneando el trabajo con estar allí meses. Hice un curso de intervención en patrimonio, fue el primer máster que hubo en España, y eso me desveló que no había que tener tanto miedo y lo que había que hacer era estudiar.
–¿Siguiendo la lista?
–Uno es la Ferrería de San Blas en Sabero, que ahora es museo. Un edificio bestial que en su género es de lo mejor que hay en Europa. Tuve una ocasión de oro. A mí me llaman como al servicio de bomberos, para apagar incendios, entro por detrás y ahí te va ese marrón: el parador de Pajares, uno; la Ferrería de San Blas, otro. Me encargan una dirección de obra de un proyecto de otro colega que era una mierda, tanto que hubo que parar las obras, andamiarlo, derribar, hacer un proyecto modificado, esperar que la Consejería de Hacienda tarde un año y medio con la obra latente... yo lo pasé fatal, pero salí adelante pese a todo. Las porquerías y mis fallos también los reconozco, uno de ellos es el Centro de Recepción de Pola de Somiedo. Me dieron diez minutos para presentar una oferta y desarrollarlo. Faltas de experiencia.
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–Está bien ser crítico para tener los pies en la tierra.
–Soy durísimo conmigo mismo, tengo un sentido de la autocrítica con la arquitectura; con mi personalidad y mis comportamientos, no tanto. Lo poco que he hecho, que está muy trabajado, estoy contento con ello. El último de mis proyectos de 2023 es el trabajo de recuperación de una obra de Ignacio Álvarez Castelao que es la iglesia de San Juan de Nieva. También destaco la iglesia de San Isidoro; o la sociedad universitaria de viviendas para dotar al campus de La Laboral de 44 viviendas adosadas.
–Se declara un «independiente comprometido». ¿Qué le parece la reconversión de la Fábrica de Gas?
–Las teóricas expectativas positivas se han venido abajo. Ginkgo me temo que quiere disponer de un suelo lo más limpio posible y que le hagan un proyecto para sacarlo adelante sin más complicaciones. Ha errado el tiro cuando se han encontrado con falta de información por su parte. Yo lo resolvería mejorando el proyecto de Portela. Asigna 90 viviendas, pero no caben a no ser que entres como un elefante cargándote la mitad de la fábrica. Hay un espacio al lado de más de 3.300 metros vacío, que debajo cabe un aparcamiento –aquí está la jugada–, lo vinculas con lo fábrica, le metes un puente como hacía Paco Pol para arriba y tienes el aparcamiento del casco histórico resuelto, es una jugada perfecta.
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–¿Cuántas viviendas cabrían a su juicio?
–De las 90, 75.
–¿Qué le parece el cilindro con viviendas que plantea Patxi Mangado en el interior del gasómetro?
–No lo veo mal. Se supone que Patxi Mangado tiene capacidad proyectual para hacerlo bien. Lo que pasa es que Mangado es de otra manera, no tiene una sensibilidad con el patrimonio y la ciudad. No le interesa el contexto urbano, como a Calatrava.
–¿Por ser de fuera?
–Si hubiera venido García de Paredes el palacio de festivales hubiera sido la repera, o Moneo, porque son arquitectos que han demostrado una sensibildad especial que es el 'genius loci', una tradición romana por la cual los romanos pensaban que los sitios tenían una especie de ángel de la guarda que se encargaba de mantener su integridad. Los arquitectos tienen que ser delicados en dónde implantan y cómo lo hacen. La fábrica, la muralla de la calle Paraíso, forman parte esencial de nuestra ciudad. Mi propuesta es que se conserve el 80 y sólo se tire el 20.
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–Conservacionista.
–Pero no de una manera talibana. Sólo la historia de la fábrica, cómo se conectó con la Malva y aparecieron las farolas de energía eléctrica en Oviedo, sería suficiente para proteger este documento histórico. La marquesina está protegiendo los gasógenos, que son elementos de gran valor patrimonial, y la fachada que protege de los vientos a los gasómetros. Esas tres cosas son la esencia del sistema industrial de la fábrica y eso habría que no tocarlo. El puente es una gran idea de Paco Pol, que yo la incorporé a mi proyecto de la muralla, y apostaría por ello. Al final de la intervención en la muralla propuse peatonalizar Paraíso. Yo tenía un plan: la peatonalizacion y poner una iluminación monumental –la de ahora es muy excesiva–, meter cámaras, organizar una especial de área de rehabilitación integrada. Esa operación te puede permitir organizar allí una zona de moda de copas, de galerías de artes, restaurantes... modelo trasladado de París.
–¿Cómo debe mejorar Oviedo con La Vega?
–Es un recurso espacial, patrimonial central que tiene rango metropolitano, un sitio perfecto para introducir nuevos usos de alto valor añadido socioeconómico y cultural. La duda es cómo enfocar todo eso. La gestión intelectual y política parece deficiente e incompleta y que puede ser corregida.
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–Deficiente, ¿por qué?
–Porque no se ha utilizado la metodología adecuada. Esta hubiera sido hacer un estudio previo. Yo lo tengo hecho y procede de mi hijo ingeniero; hace una estimación de lo que hay que hacer desde el punto de vista técnico y los costes son entre 65 y 70 millones de euros, todo para poner la fábrica en posición de combate. Sobre las mil viviendas, que salen de los técnicos del ministerio que hacen una tasación muy dudosa pero que han aceptado las dos administraciones, he hecho un cálculo y tuve varias reuniones en el Grupo de Urbanismo del Colegio de Arquitectos, y salen 500 viviendas y no tiro más que dos pequeños edificios. Eso como estrategia proyectual. Eso es lo que tenía que haber hecho antes de firmar el convenio. Una vez liberado de 500 viviendas y conservados los edificios prácticamente en su totalidad, la carretera se saca fuera, a las proximidades.
–¿Dejaría su cierre?
–Con verjas, para hacerla transparente. El modelo es cualquiera de los espacios de Chelsea en Inglaterra. Y metes bastantes más puertas, permeabilizándolo sofisticadamente, porque ese itinerario desde la Catedral a Santullano es muy importante para enlazar todas las piezas principales. Y luego, la transversalidad de unirlo desde el punto de vista urbanístico, entre Pumarín, Ventanielles, y el centro.
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–Nave de Cañones.
–Es el mejor edificio de todos. Lo único que hay que hacerlo bien, no se puede compartimentar. Debe ser versátil, hasta, diría, que tenga ruedas y se pueda mover, porque ese edificio es tan bueno que para lo que sirve es para operaciones temporales. Totalmente diáfano. Si empiezas a tabicar, te cargas el edificio.
–Cabe mucho en La Vega.
–Siempre reservaría un área cultural, patrimonial y de ocio y encajaría el clúster de la industria de armamento y se debe preservar la historia industrial y militar de la fábrica. Aquí el modelo de gestión sería montar un consorcio público-privado de largo recorrido, de más de 15 años, hasta que se acabe, y que alguien tutele lo que está pasando.
–¿Oviedo está preparado para tanto?
–Oviedo no. Asturias. Somos muy pequeños, pero tenemos una gran fortaleza de oferta de calidad y hay que preservar esa pequeña escala desde la excelencia y la cualidad. Cuando tenemos una pieza tan gorda como esa hay que sacarle partido. Ahí tienes la Universidad Laboral, estamos pudiendo con ella.
–¿Está de acuerdo con los derribos en El Cristo?
–La residencia está incorporada al registro de equipamientos de la fundación Docomomo. Este edificio tiene el área de rehabilitación detrás y es buenísimo, una pena que lo tiren. Volvemos otra vez al 'genius loci', a lo intangible, está muy vinculado a la historia social de Asturias, por eso debe ser objeto de una rehabilitación. Me parece una barbaridad cargarse la residencia.
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